Hoy 15 de agosto- la Iglesia recuerda a María, asunta al cielo. Lo que nos lleva a dedicarle unas cuantas palabras, bajo el título: “¿Qué haríamos sin ella?” En la vida, quien mejor nos conoce es nuestra madre. No hace falta decirle qué es lo que nos pasa, pues ella lo intuye con tan sólo mirarnos a los ojos. Por esta razón, Dios nos ha dado la presencia de la Virgen María a lo largo y ancho de la historia. Ella nos comprende, se interesa por todo lo que tiene que ver con nosotros. Sabe escuchar y acompañar, dos verbos que –por cierto- no cualquiera está dispuesto a poner en práctica a favor de los demás; sin embargo, María es diferente, tiene algo especial, significativo y eso la hace única. ¡Por algo es la madre de Cristo!

Si miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta que muchas personas -ante la falta de atención, respeto y cariño- buscan medios alternativos que –a menudo- los dejan peor de lo que estaban. De ahí que María sea tan querida y valorada, pues –a través de las apariciones- ha sabido ganarse un lugar en el corazón de la gente, mostrándose dispuesta a recibir a las personas tal y como son. ¿Por qué hay tantos peregrinos en lugares como el  Tepeyac, Lourdes o Fátima? Sin duda alguna, porque la madre de Cristo acoge a los que van llegando provenientes de todas partes del mundo. Si bien es cierto que ella no se encuentra en un lugar o espacio determinado, es un hecho que los santuarios reflejan la intención que tiene de acompañar a los hombres y a las mujeres de cada época. En otras palabras, busca acercarnos a Dios. María quiere sacar lo mejor de nosotros mismos, impulsándonos con su ejemplo, el de una mujer que desafió al destino, demostrando la fortaleza que trae consigo la fe.

¿Qué haríamos sin ella? Cierto, tenemos a Cristo; sin embargo, ¡él fue quien quiso que nos acompañara, que nos alentara en los momentos difíciles! Por eso –como diría el Venerable P. Félix Rougier Olanier- “en al amor a María, nuestro modelo es Jesús”. Ella nos sigue de cerca, pues somos sus hijos e hijas.