Sin duda alguna, uno de los mejores rasgos del Papa Francisco es que sabe tocar claramente ciertos puntos o temas que considera necesarios. Uno de ellos ha sido la relevancia que tienen los jóvenes y los ancianos en la sociedad. Pues bien, muchas instituciones católicas –al momento de contratar- mueven todo un sistema burocrático para impedir que lleguen las nuevas generaciones, aún cuando tienen los estudios y la disposición para llevar a cabo un buen trabajo. Ciertamente, se necesita experiencia; sin embargo, a veces es necesario arriesgarse y aceptar las aportaciones del que está dando sus primeros pasos. Por ejemplo, ¿qué tiene de malo un catedrático recién egresado, involucrado activamente en su campo profesional e identificado plenamente con la Iglesia? Como joven, lo he visto muchas veces. Te dicen: “no te dejes, tú puedes hacer mucho” pero -a la hora de la verdad- te cierran la puerta en la cara y da igual si había o no una relación laboral. Esto tiene que cambiar. Afortunadamente, empieza a darse una nueva generación de directores y coordinadores que resultan sensibles a la realidad de la juventud y que saben apostar por ella. Todavía son muy pocos, pero es un avance visible. La Iglesia es nuestra madre y eso es indiscutible, el problema son los que se valen de ella para frenar el liderazgo -en clave de servicio- de la juventud.

En conclusión -el Papa Francisco- tiene razón, sabe lo que dice. Los jóvenes no podemos dejarnos arrebatar el futuro que nos corresponde, sino abrirnos camino pacíficamente, aunque haya quienes intenten marginarnos. Todas las instituciones católicas deberían tomar nota, bajo una pregunta muy sencilla: ¿tenemos plazas para las nuevas generaciones o queremos quedarnos con los de siempre, aquellos que –de hecho- nos están llevando a la quiebra con sus inercias?

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