Muchos padres de familia y directores, se llevan las manos a la cabeza, lamentándose por los diferentes escándalos pornográficos a cargo de hijos y estudiantes. Se ha impuesto la moda de llamar la atención, denigrándose al grado de exhibirse públicamente en las redes sociales. Ya sea que su pareja les pida algún video como una falsa y reprobable muestra de amor o, en su caso, tras haberse drogado o excedido al beber. No faltará el que –con indignación- diga: “¡no le hacen daño a nadie, qué les importa!”, a lo que hay que responder: “si bien es cierto que no afectan directamente a los demás, no es menos cierto que se dañan a sí mismos y que eso constituye un motivo suficiente como para preocuparse e intervenir”. Lógicamente, hay que cerciorarse que no se trate de un fotomontaje, pues sería injusto señalar sin elementos.

Ahora bien, ¿qué hacer al respecto? Sin duda alguna, quedarse con los brazos cruzados no es una opción, pues cada quien debe hacerse responsable de sus actos. La familia y el colegio -en lugar de caer en la mutua descalificación- deberían ponerse de acuerdo para rescatar a su hijo y/o alumno de la falta de sentido y autoestima, sin permitir que asuma el papel de la víctima. En estos casos, lo mejor es que la institución exija que el involucrado se comprometa por escrito a recibir atención psicológica, entendiendo que de no hacerlo será expulsado del colegio. Antes de suspender de manera definitiva, hay que hacer un último intento por ayudar a la persona, ofreciéndole las herramientas más apropiadas a la desorientación que padece. De ahí que sea necesario ponerla en manos de un experto en la materia, pues desnudarse y exhibirse a todas luces no es propio de alguien cuya dimensión afectiva-sexual sea equilibrada. En el fondo, se trata de una crisis antropológica y familiar, pues quienes caen en el exhibicionismo, buscan llenar su vacío existencial, ganando fama en las redes sociales a través del escándalo. Les interesa destacar sin importar el precio que tengan que pagar. En lugar de proponerse ser significativos en el colegio o en los deportes, prefieren hacerlo hacia lo negativo y esto es sólo la punta del iceberg.

 Dada las circunstancias de la emergencia educativa que nos está tocando vivir, es necesario dar paso a la cultura de la prevención, impartiendo cursos y abriendo espacios en los que sea posible formar a las nuevas generaciones en un marco positivo de lo que significa la sexualidad, subrayando la importancia de mantener relaciones sanas, en las que no haya coacción o pérdida del dominio propio. El cuerpo debe ser tratado con dignidad y naturalidad, pues únicamente las cosas se usan y se tiran. No hay que tenerles miedo a los adolescentes y jóvenes desubicados, sino ayudarlos profesionalmente a darse cuenta de sus errores y, desde ahí, construir una sociedad más justa y psicológicamente equilibrada.