La universidad, como punto de encuentro entre las diversas ideologías y puntos de vista, es un campo apostólico irrenunciable.

Propuesta:

1.   Contar con una materia o asignatura durante los tres primeros semestres sobre el pensamiento cristiano, dando lugar al debate. Para que dichas clases cumplan su objetivo, deberán ser impartidas por catedráticos católicos (¡con una fe viva!) que tengan experiencia en el campo de la filosofía, la teología y, por supuesto, la psicología. No hace falta que cuenten con una licenciatura centrada en las ciencias anteriores, sino que desde sus estudios hayan tenido contacto con alguna de ellas. Lo anterior, para garantizar que la clase favorezca el diálogo y la crítica. Hay que evitar caer en un discurso rebuscadamente piadoso, pues se trata de presentar los puntos básicos de la fe con naturalidad y apertura.

2.  Abrir cursos opcionales sobre filosofía, teología, bioética y ciencias políticas, pues es importante formar a nuevos líderes católicos que comprendan la relación que existe entre la fe y la razón, entre el bautismo y la transformación de la realidad social.  

3.  Ofrecer grupos juveniles para que los estudiantes puedan tener una serie de espacios (opcionales) en materia de formación, oración, apostolado y, a su vez, de encuentros informales que favorezcan el sentido de pertenencia.

4.  Garantizar que la comunidad universitaria tenga acceso a los sacramentos, cuidando la liturgia. Es decir, contar con un capellán cercano al contexto juvenil.

En todo momento, hay que tener en cuenta que los universitarios, por su nivel de estudios, tienen preguntas o cuestiones más elaboradas sobre la fe y, por ende, con un mayor grado de dificultad para los catedráticos del departamento de pastoral. De ahí que sea necesario contratar a personas que aprueben los exámenes de oposición, sin olvidar ofrecerles cursos o diplomados de actualización.