Permíteme, querido Maestro y Patrono, estas lineas de felicitación y enhorabuena por ese doctorado, junto a la santa Hildegarda de Bingen, que se os entrega en Roma, abrazados por una buena representación del clero y de centenares de cordobeses. Doctor de la Iglesia es el titulo que el Papa otorga oficialmente a ciertos santos para reconocerlos como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos.

Los doctores de la Iglesia han ejercido y ejercen una influencia especial y fecunda en el desarrollo del cristianismo. Un doctor de la Iglesia ha de ser un santo. Ha de haber gozado de un particular carisma de sabiduría, en sus escritos y predicaciones, calificadas de doctrina eminente. Un doctor de la Iglesia ha estudiado y contemplado con singular clarividencia los misterios más profundos de la fe y es capaz de exponerlos a los fieles como guía en su formación y en su vida. Sin duda, querido maestro Juan de Ávila, tu doctorado nos llega como anillo al dedo para la nueva evangelización. Y es que si la nueva evangelización pretende reanimar la vida cristiana de creyentes y alejados y difundir con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones el Evangelio de Jesucristo, tú, en pleno y convulso siglo XVI, no sólo no fuiste ajeno a este mismo propósito, sino que te convertiste en un ardiente apóstol, con tu vida ejemplar y tu luminosa doctrina.

Hoy, tu silueta se alza ante nosotros y brilla con tres hermosos destellos: primero, el de tu santidad ejemplar, convirtiendo la localidad cordobesa de Montilla en un hervidero de santidad, en un lugar de referencia para tantos santos como iban a visitarte y a recibir tu prudente consejo; segundo, tu doctrina eminente, que viviste y predicaste, transmitiendo a todos tu experiencia de Díos, con sabiduría, con hondura, con matices y aportaciones propias; tercero, tu influjo universal, ya que fuiste conocido no sólo en el ámbito en que vivías, sino que tu doctrina pasó a ser testimonio común de la Iglesia universal. Influiste en el Concilio de Trento y su aplicación en toda la Iglesia, sobre todo, en lo referente a la formación del clero, poniendo en marcha un movimiento de santidad sacerdotal que, a través de tus cartas, sermones y escritos ha llegado a muchos otros maestros de vida espiritual.

La diócesis de Córdoba ha abierto el Centro Diocesano "San Juan de Ávila", en Montilla, para acoger, alentar, ilustrar y contagiar de tus dones y tus enseñanzas a todos cuantos deseen conocerte, estudiarte, contemplarte e imitarte. Allí, en sencillas y modestas habitaciones con aire monacal por su silencio e intimidad, podemos revivir tu espiritu, escuchar tus palabras, visitar tu sepulcro. Concédenos en esta hora tan difícil como dramática, que descubramos el amor de Dios, -"sepan todos que nuestro Dios es amor", gritabas--, como argumento central de nuestros pasos. ¡Felicidades, Maestro Ávila, modelo de apóstoles, forjador de discípulos, por este Doctorado con que la Iglesia te proclama!