Acabo de recibir la memoria de actividades correspondiente al año 2010 de la Conferencia Epìscopal Española, magníficamente editada, supongo, ese servidor fiel de la Iglesia que es Isidro Catela. 

Me he parado un momento en las cifras relativas a la actividad litúrgica, que se me antojan reveladoras: En un primer vistazo, es fácil advertir que la variación de cifras entre los bautizos y las exequias arroja un saldo negativo de algo más de 40.000 servicios religiosos (40.362, para ser exactos). 

Pero me resulta aún más apasionante ver el camino que va de una aotra cifra. Cae lentamente, del número de bautizados al de quienes toman la Primera Comunión; y de este sacramento, al de la Confirmación, hay otro descenso. A la hora de las bodas, el desplome parece irremediable. 

Sin embargo, a la hora de morir, la cifra alcanza casi la cifra de los bautizados. 

Es un hecho que son los datos de un mismo año, por lo que no se puede deducir que éstos vayan perdiendo práctica religiosa hasta la vejez, en que piden oraciones tras su deceso. 

Pero de alguna manera, nos apunta en una dirección: Una cosa es ser bautizado y otra muy distinta cómo se vive el hecho de ser hijo de Dios a lo largo de la vida. 

Pero al final, cuando uno se pone el traje de conciencia para enfrentarse a la muerte, parece que los números cuadran un poco más.