"¿Quién ha puesto flores a la cruz?", se preguntaba el poeta en unos versos apasionados y apasionantes. Y León Felipe, en su largo poema, exclama: "¡Nada se ha inventado sobre la tierra más grande que la cruz!". Quizás por eso, y por tantos argumentos más, pueblos y ciudades se acercan estos dias a la cruz para convertirla en un árbol de flores, en un manantial de aromas.

Y Córdoba alza el telón de su mayo florido y festivo con la fiesta popular de las cruces, colocadas en puntos estratégicos, en lugares privilegiados, allí donde se estrecha la convivencia y se abre el paisaje en el bellísimo entorno del casco histórico. Gloria Fuertes se acurrucaba a los pies del crucificado, mientras suspiraba en lamentos interiores:"bebo debajo de tu trono de espinas, / duermo en tu ala siempre viva, / y no hay por qué pedirte por los hombres / porque todos los hombres están en tu memoria, / en tu luz desbordante con que nos amas sin méritos".

Aquella cruz, la del Gólgota de brisas infinitas, y esta cruz, la que cada cual carga sobre sus espaldas en anónima caravana, recibe estos dias el homenaje cálido de la fiesta, de los brindis, de las visitas multitudinarias, de los personajes variopintos, de los visitantes ilustres, de los invitados oficiales, de tanta y tanta gente como querrá descargar un poco su propia cruz junto las cruces hechas de flores, con su arte y su encanto, su belleza y su aroma.

Me viene a la memoria aquella clásica pelicula de William Dieterle, "Jennie", en la que dos amantes se encuentran definitivamente, después de una larga búsqueda, en el faro perdido de un océano sin nombre, en medio de un mar de olas gigantes. "Cada hombre tiene su noche", decía el converso Julien Green. Perdidos muchas veces en valles oscuros, en cañadas de sombras que van a ninguna parte, por favor, no desesperéis. La cruz, encontrada estos dias por las calles de Córdoba, es faro que orienta, guía y conduce a buen puerto. El pueblo rinde así homenaje a la cruz, y de paso, o en primer plano, a todas las cruces de la tierra. Todo es cuestión de saber que la fuerza y la luminosidad de la cruz provienen o dimanan de aquel que pende de ella. El obispo Casaldáliga nos susurra:

"Mi fuerza y mi fracaso
eres Tú,
mi herencia y mi pobreza,
mi muerte y mi vida
Tú,
palabra de mis gritos,
silencio de mi espera,
testigo de mis sueños,
¡cruz de mi cruz!".