DIVIDIR POR DENTRO

A veces tienes que reír a través de las lágrimas,
 sonreír a pesar del dolor,
 vivir a través de la tristeza.
Amadeo Roncall—

          Antonio Gramsci (1891-1937) fue un filósofo, teórico marxista, político y periodista italiano. En su ambición de expandir el comunismo por todo el mundo, afirmaba que existía una gran dificultad: el cristianismo; aseguraba que «llevamos veinte siglos tratando de destruir la Iglesia, y no lo hemos conseguido».

          Y se le ocurrió una cosa. Solo habría una solución: dividir a la Iglesia por dentro. Si se logra dividir a la Iglesia por dentro, la destruyes, porque decía Gramsci: «Si queremos que desaparezca, la Iglesia tiene que destruirse ella a sí misma».

          Si generalizamos esta estrategia del teórico marxista italiano, la aplicación es demoledora: ¿Acabar con la Iglesia? ¿Acabar con la familia? ¿Acabar con la sociedad? ¿Acabar con la persona? Es muy fácil: dividirla por dentro.

 San Juan Pablo II el 1 de abril de 1980, dirigiéndose a los estudiantes del congreso Uni 80, les dijo: «… efectivamente, cuando el hombre pierde de vista la unidad interior de su ser, corre el peligro de perderse a sí mismo, aun cuando a la vez puede aferrarse a muchas certezas parciales referentes al mundo».

 Evidentemente que unidad no está reñida con diversidad. Puede y debe haber diversidad en la unidad, y unidad en la diversidad. Creo que lo expresa bien Patrick Rothfuss: «Era lo bastante listo para conocerse a sí mismo, lo bastante valiente para ser él mismo y lo bastante insensato para cambiarse a sí mismo y, al mismo tiempo, seguir manteniéndose auténtico».

 Hay un bonito truco para llevar a la práctica la realización de la unión. Se trata de regalar prismáticos y lupas. Sobre todo, regalarnos. La lupa para agrandar lo bueno que vemos en los demás, y los prismáticos para darles la vuelta y ver lo malo lejísimo. Hay que darle la vuelta, y se ve todo pequeñísimo.

 ¿Que uno ve algo bueno en otro? Aplica la lupa y lo amplía. ¿Que uno ve algo malo? Les da la vuelta a los prismáticos y se esfuerza para que eso que ve sea la auténtica dimensión. Fácil, ¿no? Pues no, porque en realidad, «por defecto de fábrica», lo hacemos al revés: empleamos la lupa para lo malo y los prismáticos al revés para lo bueno. Y así, claro, nosotros estamos como estamos y el mundo está como está.

 La conclusión es muy simple, pero muy práctica: si queremos tener una personalidad fuerte, un grupo compacto, una sociedad estable, debemos esforzarnos por eliminar todo lo que divide interna y externamente, porque la división es Babel: debilidad. Y la unión es amor: fuerza.