En los umbrales de las fiestas navideñas y el fin del año civil, deseo enviar un mensaje personal  a los lectores de Religión en Libertad, que durante el año que cierra habrán sentido una cierta frustración por mi escasa producción y altibajos en esta web a la que fielmente visitan y apoyan, durante 2011.

Ha sido un año de pruebas duras para este editor: en materia de salud, con dolencias todavía no diagnosticadas de un modo definitivo y tampoco superadas más que parcialmente en algunas de sus manifestaciones.

También ha sido un año de pruebas espirituales y materiales. Las causas son múltiples, los detalles innecesarios o más bien inútiles. Apenas aprovecha mencionar que las advertencias bíblicas sobre la maldición que cae sobre hombre que confía en el hombre me ha alcanzado: por confiar en mí mismo y por poner mis esperanzas en las personas más que en Dios. Si alguna recriminación ha de leerse en estas líneas, debe entenderse contra mí mismo.

Allí donde mis servicios pueden ser útiles -creo-, no los aceptan. Y tengo que aportar a mi numerosa familia. Esto ocupó gran parte de mi tiempo, y dispersó mis esfuerzos en tareas ajenas a la misión periodística y apologética que he aceptado desde hace más de una década bajo la forma de esta revista, y antes de muy variados modos y sin solución de continuidad por cuatro décadas.

El variar mi atención a aspectos prácticos, modestas tareas domésticas y más recientemente a un modestísimo emprendimiento productivo aún en ciernes (una granja avícola), me ha ayudado a recuperar en parte la salud del cuerpo y sobre todo a aliviar dolores del alma. Hay un consuelo en humillar el tiempo en las cosas pequeñas, que –cosa notable- muchas veces elevan el alma más alto que las especulaciones intelectuales. No debe sorprendernos, porque es la lección del monacato. Pero las cosas eternas siempre sorprenden.

En los días en que mi calendario era un pastillero, leí y leí obras para mí desconocidas y releí otras, de formación juvenil, bajo una nueva luz. Ellas me han reafirmado en mi vocación apologética y, como me ha dicho algún sacerdote, “profética”, entendiendo por ello la de decir la verdad cruda y monda, de un modo ajeno a la diplomacia y a la especulación política.

Gocé emocionado de los relatos de Guareschi, un escritor profundamente inflamado de caridad, como pocos en los tiempos que corren.

Me ha impresionado muy particularmente una lectura mucho más profunda de y sobre los autores del renacimiento católico inglés del siglo XX (XIX-XX), un suceso milagroso, producto quizás de la sangre de los mártires británicos derramada durante siglos y de la vida oscura y oculta de los que fueron fieles a la “antigua Fe”.  Un milagro malogrado, casi esterilizado, por el ecumenismo vaticanosecundista. Uno de sus tantos horrores.

He emprendido la redacción de alguna obra que pretende hablar al hombre de hoy sobre las realidades eternas, pensando en las dificultades no ya solo espirituales sino hasta intelectuales de un público ávido y confundido. Falta completarla y faltará quien la quiera publicar… Pero Dios dirá su palabra final.

Como el año entrante, muy probablemente pierda mi casi único ingreso fijo, por servicios educativos, y si esto sucede tendré otro golpe más en el espíritu y en el bolsillo, tal vez, si Dios lo quiere, ponga en práctica algunas ideas que me han sugerido las largas horas de lectura y meditación que este año me deparó.

Tal vez entonces pueda tener la salud, el tiempo y la disposición para llevar adelante proyectos nuevos o renovados. Por ahora, y pidiendo disculpas por lo antedicho que cada uno sabrá juzgar, me verán cada tanto, aparecer por este blog que pese a todo, Uds. siguen visitando, tal vez con la esperanza de volver a leer el tipo de notas y comentarios que solían interesarles.

Yo espero que en el futuro puedan leer algo mejor, así Dios me ayude.

Feliz y Santa Navidad.

Marcelo González