Cuando se iniciaron aquellas revueltas en los suburbios de Paris se constató un hecho evidente: la violencia engancha a los jóvenes. Entonces se justificó con las situaciones de pobreza y exclusión en la que vivían unos jóvenes apartados del mercado laboral. Pero años después España fue testigo de cómo los niños bien (hijos del poderoso don Dinero), rodeados de comodidad, oportunidades y medios, disfrutaron acorralando a la policía en una de las poblaciones de mayor renta de España. Y todo por pura diversión.

 
El motivo económico ya no podía ser esgrimido tan ligeramente ante situaciones de vandalismo. Algo de fondo estaba fallando.

 
Unos ejemplos:

 
Ayer 400 turistas, en una localidad española de esas llamadas "de moda", la emprendieron a palos con la policía, por el simple motivo de que el local no garantizaba su salud. No parecían ni excluidos ni faltos de medios, pero allá que se liaron a golpes porque les negaron tan necesario esparcimiento.

 
Y no mucho tiempo atrás veíamos en las televisiones a cientos de indignados, a golpe de odio y cabreo, contra unos controladores que se ponían en huelga. Rara vez el ciudadano de a pie había encontrado motivo de encono y defensa tal como el derecho a las vacaciones. Ni el peor presidente de la historia ha sido objeto de tan crispados reproches. En cambio esa huelga se convirtió en canalización de frustraciones notorias.

 
¿Es lo de Londres algo diferente? El sustrato es el mismo: la violencia atrae. La violencia gratuita atrae al joven, es notorio. Pero no es ajeno al no tan joven: sólo necesita una excusa para canalizarla. Y si la tiene, la canaliza. Lo que indica, de entrada, la terrible insatisfacción contemporánea. Que ésto va a más lo evidencia el día a día. Y es de prever que los tiempos futuros constaten grados de violencias o vandalismos que se creían olvidados.

 
¿Qué falla? ¿La educación, el mercado laboral, el sistema económico, las situaciones de exclusión social? En parte todo ello ha quebrado, pero porque "todo ello" se ha volcado en el único sentido que se ha dado a la vida en esta edad contemporánea: el crecimiento económico, el bienestar. El sistema se ha agotado, y esto no es más que el derrumbe lento. Pero el primer derrumbe fue anterior: quebró la búsqueda de un sentido personal a la vida, la trascendencia. Si todo era crecimiento económico, bienestar, llegó un momento en que fundar una familia era un lastre para permanecer en igualdad de circunstancias ante un mercado en competencia. Si todo era bienestar, la acaparación de medios y bienes era desarrollo lógico de una vida bien vivida. Si todo era aquí ahora, ¿qué sentido tenía lo que no era tocable, disfrutable, gozable? Y en esa tensión de vida, los estados (el sistema) sólo ofrecían respuestas a esas preguntas: tener, crecer, gozar. A ese mantenimiento se encaminaba el consumo, la formación, la cultura. No en vano habrá que llamar a esta época la "era del consumismo".

 
Pero una vez roto el modelo, una vez evidenciado que una sociedad así no es perpetua, las primeras rupturas no son de crisis económica, sino de violencias. Los datos de suicidios en jóvenes es algo silenciado en todos los estados desarrollados. El consumo de drogas, alcohol no son datos que tampoco guste en ser publicitados. Menos aún que se citen los porcentajes de consumo por edad. Todo ello no muestra más que una evidencia: esta sociedad está rota.

 
Y frente a esto la rebeldía más manifiesta es el vandalismo sin sentido. Pero, ¿tiene sentido vivir para tener? Por ello todas esas llamadas a la responsabilidad, al esfuerzo, al trabajo no hacen sino caer en saco roto, porque parten de una mentira, y encima ahora son imposibles. Ya no hay trabajo para todos, y lo que se ofrece asquea a unos jóvenes que, aún perdidos, desean algo más. ¿Alguien puede creer que la oferta de una vida de trabajo alternada con horas obligatorias de gimnasio, para llegar a los 60 con un cuerpo escultórico, motiva e ilusiona a los jóvenes? La violencia gratuita es más atractiva, más inmediata. Los ideales, aún violentos, son más atrayentes. Por eso toda la riqueza de occidente no ha disminuido la fe de las terceras generaciones de hijos de Mahoma nacidos en Europa, por eso la riqueza de occidente no comprende la violencia gratuita de las calles. Porque el vacio, el nihilismo de valores, el relatismo moral, en pro de tener, gozar, callar, frustra en lo más profundo.

 
Sin embargo el 15M español ha roto cierta displicencia "pánfila" del occidente acomodado. No todo es relativismo: las ideologías siguen vivas, y vivas y desde dentro de la sociedad, han sabido intuir el descontento y aprovecharse de él. El relativismo no ha trabajado al azar: ha procurado romper el ideario cristiano, los valores de fondo, el sentido de trascendencia. Ahora se trata de romper la estructura viva, cuya primera imagen es el Papa. El desprecio al Papa va en la misma linea que el afanado trabajo de años y años demoliendo principios morales, relativizando la sociedad: romper las estructuras que aún atan al hombre a la trascendencia. Pero esto, a la vista de lo anterior, es cavar la fosa más profunda de la destrucción social: si la ausencia de valores, de sentido trascendente, es paja de fácil ignición, acabar con la estructura visible de los valores íntegros (la Iglesia) es impedir el mantenimiento de un sistema anti-incendio. Pero es esto lo que más le cuesta ver a nuestra materialista prohombría: que hay quien lleva años pretendiendo derribar el sistema; que hay quien entiende que no todo es riqueza, sino odio y destrucción.

 
Y sí, pueden ser pocos, pero han intuido el malestar social y le saben sacar rédito. El vacío de occidente y la voluntad de poder de unos pocos, pero disolventes y eficaces, es una combinación que no augura nada bueno para este occidente vacío de Dios.
 

 
 

 
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