Esta noche comenzamos un curso Alpha en una parroquia de una localidad de Madrid, y me he decidido a escribir un post sobre aquello a lo que me dedico en mi diario quehacer, que no es otra cosa que la evangelización a través de los cursos Alpha en España

Tenemos un grupo de dieciocho personas dispuestas a evangelizar que se han tomado muy en serio lo de invitar a sus amigos y conocidos, tanto que parece que hemos superado los sesenta invitados, y aún falta alguno más que se puede colar.

Imagínense la papeleta, y el notición: esta noche sesenta personas van a una casa a escuchar la propuesta cristiana de una manera distinta, en un ambiente hecho a la medida del alejado, de quien tiene dudas y de quien quiere explorar.

Algo parecido a lo que sucedía en las primeras comunidades cristianas, donde se proclamaba el kerigma (anuncio) a todos a través de comidas y amistad, celebrando la presencia del Señor en las casas de los cristianos.

  A buen seguro muchos habrán sido bautizados y catequizados en la Iglesia y a lo largo del camino se habrán ido alejando por diferentes razones. Hoy les vamos a proponer no que se hagan cristianos sin más, sino que dediquen un tiempo durante las próximas semanas para oír y discutir acerca de lo que el cristianismo tiene que decir ante las grandes preguntas de la vida.

En Alpha se parte de una gran cuestión: el cristianismo, ¿aburrido, falso o irrelevante?, algo que muchos de nuestros contemporáneos piensan casi por reflejo u ósmosis cultural, o quizás por propia experiencia, pues en sus vidas Jesucristo, a quien no han conocido personalmente, no les ha servido de nada.

Jesucristo, hijo de María, nacido hace dos mil años - quien es el mismo ayer, hoy y siempre- dice ser el camino, la verdad y la vida, lo cual es una declaración fascinante para cualquiera que se atreva a explorarla, pues como decía C.S. Lewis, en caso de  ser verdad, es de vital importancia.

Pero no es nada fácil conseguir que la gente de hoy en día se siente a escuchar esta Buena Noticia, pues muchos han desarrollado una especie de inmunidad hacia la Iglesia y lo que se vive en ella, que les hace impermeables al anuncio del Evangelio.

¿Cómo conseguir, pues, que los alejados se interesen por el mensaje del Evangelio?

San Pablo decía que él se había hecho todo a todos, con tal de anunciar la buena noticia, y eso es exactamente lo que ocurre en cursos como Alpha, donde se habla a la gente desde unas coordenadas culturales que pueden entender, en un ambiente desenfadado y a través de una metodología que en todo momento respeta al participante y su proceso.

Por extraño que parezca el éxito de un curso Alpha no radica en que todo el mundo se convierta, sino en que la gente se encuentre lo suficientemente a gusto como para escuchar el anuncio cristiano y ser escuchados ellos también.

El resto depende de la libertad del participante y de la iniciativa de Dios pues al fin y al cabo, Él es quien convierte y a nosotros nos toca sólo poner los medios para que ellos den el paso (como nos dijo Juan Pablo II en Cuatro Vientos, la fe se propone, no se impone).

Una de las cosas más maravillosas de Alpha es la constatación de que la gente de hoy en día necesita ser escuchada antes de escuchar, y por eso se hace una evangelización a través de la cena, sabiendo que la persona es lo primero y que si así se lo demostramos las barreras caen y Dios puede actuar.

 Algo así como lo que pasó cuando el mismo Jesucristo se autoinvitó a cenar en casa de Zaqueo, propiciando una conversión sincera y de corazón, sin haberle tenido que decir nada.

El reto es difícil, se parece a la paternidad de Dios, que siempre espera y que siempre invita, pero que ama la libertad de sus hijos por encima de toda consideración, ya que como decía San Agustín, el que te creó sin ti, no te salvará sin ti.

 Podemos invitar y por supuesto exponer el primer anuncio cristiano,  pero no se trata de convertir o cambiar a la gente. Eso lo hará el Espíritu Santo cuando venga, pues Él es quien da testimonio de Jesucristo, y en el curso habrá un tiempo y un momento para eso.

 Mientras, al estilo del santo hermano Rafael, lo nuestro es saber esperar…igual que Jesucristo, que predicó con gestos y palabras durante tres años sin que los apóstoles entendieran ni jota, y tuvo que “esperar” a que el Espíritu Santo viniera y lo explicara todo.

Así que con estas “condiciones” esta tarde un grupo de dieciocho personas se ha dedicado a invitar a amigos, parientes y conocidos a una cena en una casa, y a estas alturas de la película nadie tiene ni idea de lo que va a pasar.

Lo que sí sabemos es que esto no pasa todos los días, y que tenemos a media España rezando, y que lo esperamos todo de Dios en la confianza de que es Él quien nos ha metido en este tinglado, y que sea lo que sea, lo usará para su gloria y salvación de los hombres.

Benditos problemas que da esto de evangelizar, pues a este paso no vamos a caber y como nos ha dicho el párroco en un email, a pesar de que nuestro propósito es servir cena a todo el mundo: id bien merendados... por si acaso nos toca sólo picotear”.

Nuestra hambre no lo sé, pero ¿saciará Jesús esa hambre que a buen seguro más de uno de nuestros invitados traerá?

 

«Así dice el Señor, el Señor Todopoderoso, 
      rey y redentor de Israel: 
   "Yo soy el primero y el último; 
      fuera de mí no hay otro dios. 
¿Quién es como yo? 
      Que lo diga. 
   Que declare lo que ha ocurrido 
      desde que establecí a mi antiguo pueblo; 
   que exponga ante mí lo que está por venir, 
      ¡que anuncie lo que va a suceder! 
No tiemblen ni se asusten. 
      ¿Acaso no lo anuncié y profeticé hace tiempo? 
   Ustedes son mis testigos. 
      ¿Hay algún Dios fuera de mí? 
   No, no hay otra Roca; 
      no conozco ninguna." »(Is 44,6-8)