Ayer se ha presentado en Madrid el Informe de Libertad Religiosa 2010, un informe riguroso y detalladísimo, traducido a seis idiomas (inglés, francés, español, italiano, portugués y alemán), realizado con carácter bienal por Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), asociación internacional fundada en 1947 por el sacerdote holandés Werenfried van Staaten con la finalidad de ayudar a la iglesia necesitada o que sufre persecución en cualquier parte del mundo.
 
            El informe analiza la situación por la que pasa la libertad religiosa en general, ya afecte a los fieles cristianos o a los de otras religiones, en ciento noventa y cuatro países. Y si bien se detiene especialmente en la persecución que sufren los cristianos, no lo hace, como podría pensarse, por la adscripción cristiana de la asociación que realiza el informe, sino porque, de hecho, los cristianos forman la comunidad religiosa más perseguida de la tierra, con un porcentaje que se puede estimar en un 75% de las violaciones que se realizan en el mundo por razones religiosas.
 
            En el acto de presentación Javier Menéndez Ros, Director nacional de AIN España ha enumerado los países en los que la situación de los cristianos es más preocupante. Entre ellos ha citado a Bangla Desh; China; Egipto, donde hace algo menos de un año se registró un terrible atentado contra coptos; Eritrea; India; Indonesía, presentado por Obama como modelo de convivencia interreligiosa hace apenas una semana; Pakistán, donde acaba de tener lugar el episodio de Bibi Asia; Sudán, donde se han producido en el mes de abril unas elecciones que revestían gran importancia para la comunidad cristiana; Uzbekistán; o Irak, donde hace poco menos de un mes, se ha producido un atentado de Al Qaeda con decenas de víctimas mortales.
 
            El informe de AIN constata lo que es una obviedad, cual es que los lugares en los que se registra mayor hostilidad a la práctica religiosa son aquéllos donde más crece el extremismo religioso, cosa que está ocurriendo predominantemente en países islámicos. Pero se hace eco también de la sutil e inesperable persecución que sufren los cristianos en países donde no existe radicalización religiosa, y que son, paradójicamente, de inveterada tradición cristiana. Una persecución que adopta sibilinas formas de exclusión, parodia o ridiculización de quienes se muestran como cristianos, y que, añado yo, no reviste parangón en ninguna otra adscripción religiosa diferente del cristianismo.
 
 
 
 
 
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