Este post es un comentario inspirado por el tono que percibo en muchos de los blog y portales de religión que proliferan por el espacio cibernético español, pero en realidad va sobre la forma en que muchas veces se vive el cristianismo en la Iglesia.

Para que no me acusen de criticar lo ajeno, me tomo la licencia de tirar piedras contra el propio tejado y abriendo la página de ReL no puedo evitar constatar que muchos de los titulares que leemos en la página son noticias “en negativo” sobre lo que la gente hace o declara en contra de la Iglesia y de sus ideales.

Por supuesto, un sano equilibrio entre denuncia y anuncio siempre ha de ser la marca del periodismo cristiano, y si leen el completísimo post de Nicolás de Cárdenas sobre el suplemento tristemente extinto, Fe y Razón, verán cómo evoca este principio que desde los comienzos fue marca de la casa, y siempre será.

Pero, salvado lo anterior,  muchos de los titulares que leo tienen un cierto tufillo a catolicismo de trinchera, pues van más allá de la noticia e incluso de la necesaria denuncia (como en el caso, por ejemplo, de esta noticias “El Gobierno de Madrid promueve la anticoncepción, la homosexualidad y el aborto entre los escolares”).

A mi juicio hay demasiados artículos que dan pábulo, aunque sea para criticarlo, a todo lo que se identifique como agresión a lo cristiano, y no nos hacen ningún favor por dos razones:

La primera porque nos ocupa el corazón en lo negativo; la segunda porque francamente queda mal pasarse el día ocupados en combatir al enemigo, como si no tuviéramos nada positivo que dar.

Que si la BBC atacará al Papa en su visita a Inglaterra, que si Hawking es ateo y otros científicos no, que si Gadafi no para de provocar, y por supuesto el polémico tema estrella de la mezquita en la Zona Cero. No son los únicos temas, pero sí los más  destacados, y en todos entreveo el mismo común denominador combativo.

No puedo evitar acordarme de lo que pasó con el diario The Guardian y el tema de la publicidad atea en los autobuses. Estando en Londres oí testimonios de más de una persona que se acercó a la fe por reacción a la campaña. Así, mientras algunos medios se rasgaban las vestiduras y arrancaban las barbas, otros- los menos- se frotaron las manos pensando en que la polémica campaña fue un tiro en la culata para sus promotores.

Tendríamos que tomar nota de la experiencia, porque si los ateos no pueden hacer otra cosa que negar a Dios, nosotros en cambio podemos centrarnos en proclamarlo, y de paso afirmar todo lo humano, sin enzarzarnos en lo que hacen los “enemigos”.

Decía el padre Jose Antonio Sayés, en una conferencia en la que comentaba todo el revuelo que se montó con la publicación de la Veritaris Splendor, que Dios se defiende solo, que no nos tenemos que preocupar por El, como si le fuéramos a resolver la papeleta.

Me preocupa profundamente la imagen de gente que se siente arrinconada que damos los cristianos ante el mundo actual. Si se fijan, se ha convertido en un lugar común en el cine y la  televisión parodiar la figura de los sacerdotes o personas religiosas, como gente permanentemente escandalizada y enfadada.

Qué contraste con la profunda actitud vital de Pablo Domínguez, que nos contaba en clase lo que alguien evocó en La Última Cima: estando en el metro una vez, se le acercó un macarra que le espetó algo así como: “¡Qué pasa contigo, cuervo!”, metiéndose con su atuendo clerical y su persona. Imagino la gran sonrisa de Pablo disfrutando como un enano de la situación al responderle con tono de macarra: “¡Qué pasa contigo ateillo!”

Pero no se quedó ahí, se puso hablar con él, se lo pasaron en grande, y estoy seguro de que aquel macarra impenitente salió del metro evangelizado y pensando bien de los curas.

Para mí el problema no es tanto si hace falta decir o denunciar  tal o cual cosa, sino la actitud vital con la que se hace. Estar siempre pendiente de los ataques denota victimismo, atrincheramiento, y fácilmente deriva en una militancia demasiado obsesionada en los símbolos, las tradiciones y todo aquello que nos da identidad, que puede fácilmente soslayar aquello que nos da vida.

Venimos de una Iglesia que gran medida se sintió arrinconada por la Modernidad, y presentó una batalla contra la misma desde el encastillamiento histórico en el que se encontró por circunstancias diversas. Esta actitud fue revisada en el tiempo del Concilio Vaticano II en grandes documentos  como la Lumen Gentium y la Pacem in Terris, que supusieron una apertura inaudita al mundo de entonces.

Y  no se trataba de buenismos filosóficamente anémicos, ni de mirar hacia otro lado, sino de actitudes como la que encarnó Juan Pablo II cuando se echó al mundo por montera y viajó a todos los continentes.  Fue un Papa que proclamó el Evangelio a los cuatro vientos, haciendo vida aquello que dijo en el aeródromo madrileño: “la fe se propone, no se impone”.


No creo que nadie le recuerde como un papa escandalizado, ni como un papa arrinconado en el Vaticano (en la Historia los hubo), ni como alguien a la defensiva en sus apreciaciones.  Su figura no fue una figura en negativo, a remolque de la historia y los acontecimientos, sino que nos mostró una Iglesia que podía contar en el mundo de hoy sin ningún complejo, sabedora de su enorme caudal espiritual y humano, segura de sí misma.

Dicen que el mejor desprecio es no hacer aprecio, y estoy convencido de que discutir ciertas cosas en materia de religión es una batalla perdida. Por eso digo que a veces parece que sólo sabemos ser cristianos por oposición, como si la identidad nos la fuera a dar el pelearnos con los medios de comunicación contrarios, y combatir lo que es obvio- que quien no está con nosotros está contra nosotros.

Denuncia sí; pero con una gran dosis de anuncio, y si puede ser, que la denuncia sea profética, no una denuncia humana basada en verdades de Perogrullo del catecismo que se pasa la vida escandalizándose de los que no tienen fe.

Lo demás es vivir el cristianismo por oposición, lo cual me parece de todo menos atractivo…