Son misioneros; 16 laicos del movimiento Vida Misionera Católica Laical tenían previsto, luego de nueve horas de viaje desde la ciudad de Guayaquil, llegar ayer a Zamora, en el Oriente, para evangelizar en comunidades asentadas en la selva en las riberas del río Yacuambi, pertenecientes a la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe.

Entre estos poblados, Manuel Parada, médico líder del grupo, menciona a San Sebastián, San Antonio, El Carmen, Cazan Alto y Cazan Bajo. Remarca que El Carmelo se halla en las “mismas entrañas de la selva”.

Este misionero, de 64 años, cumple casi 30 en esta labor. “El Espíritu Santo nos convoca a ayudar al más necesitado, decirle la buena nueva; buscamos ese afán de obediencia a la Iglesia, en la bondad de Dios”, reflexiona y asegura que las comunidades los reciben con “hambre de conocer más de Dios”.

Es un aliento adicional, pues los viajes, además de separarlos de sus familias, los llevan a desenvolverse en ambientes contrarios a los que acostumbran.

Del clima cálido pasan al frío, de los baños con agua tibia, a los de agua helada o incluso no bañarse. Dejan sus cuartos con televisor y computadora para pasar la noche en habitaciones compartidas, acomodados en literas o colchones en el piso.

“Lleven sus medicinas y sean humildes en aceptar la comida que nos ofrezcan”, sugirió Parada a sus compañeros la noche del pasado martes, durante una cita de coordinación antes del viaje.

Los jóvenes, unos motivados por párrocos y otros desde sus grupos católicos, también se suman –como ayudantes– a las misiones. “Acompañan en el vía crucis, en el lavatorio de los pies”, describe el sacerdote Wilson Malavé, párroco de la iglesia San Agustín.


De esa parroquia católica, una de las aproximadamente 230 de la Arquidiócesis de Guayaquil, al menos diez jóvenes viajarán el miércoles 27 a la parroquia eclesiástica Santa Rita, en Chone (Manabí). La premisa de involucrarlos es inquietarlos en la vocación sacerdotal, citan Malavé y Fabricio Alaña, rector del colegio Javier.

Cien alumnos pertenecientes a los seis colegios jesuitas del país, entre ellos el Javier, empiezan hoy su servicio apostólico en varias comunidades que se hallan entre las provincias de Chimborazo y Tungurahua.

Mientras que 250 jóvenes más, del Movimiento de Vida Cristiana, la mayoría colegiales, prestaron servicio hasta hace pocos días en comunidades del cantón Santa Isabel (Azuay).

No hay una cifra estimada de cuántos misioneros o jóvenes ayudantes viajan a otras comunidades en Semana Santa, refiere el padre César Piechestein, director de Comunicación de la Arquidiócesis. Anota que primero habría que establecer qué se puede considerar como “desplazamiento a otra comunidad”, pues muchos grupos van a cantones vecinos.

Cañaribamba (Azuay), asentada a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar, es una de las comunidades visitadas por el Movimiento de Vida Cristiana.

Para la recreación del vía crucis (la pasión de Jesucristo en su camino hacia la crucifixión), los jóvenes y nativos de la comunidad cargan cruces de ocho metros, van en procesión hacia una loma, a la que llegan tras dos horas de caminata.

Miguel Ángel Noritz, líder del movimiento, dice sentirse regocijado de compartir la palabra de Dios con pueblos ávidos de fortalecer su fe y que el apostolado nutre su espíritu. Califica de gratificante la experiencia de “hacer algo por Dios”.

“Van a compartir la fe de Semana Santa”, anota el sacerdote Alaña al describir que el cambio de ambiente, vivir con limitaciones, palpar de cerca la pobreza, entre otras circunstancias, lleva a jóvenes a reflexionar en la solidaridad, “a compartir con Jesucristo...”, dice.

Malavé destaca que los jóvenes aprenden de la gente que vive en el campo porque a veces “los valores morales se viven más que en la ciudad”. “Allá se respira más ambiente de familia (...), acá es raro que un joven le pida la bendición al papá, allá le tienen mucho respeto a la religión, les gusta ir a la misa”.


Margarita León:
‘Me decían misionerita’
“En esa comunidad (Cañaribamba), los padres se habían ido a Estados Unidos y la mayoría de niños vivía con abuelitos, había muchos niños de 5, 6, 7, 8 años. Cuando ya nos veníamos (...) era increíble cómo te abrazaban y decían: No te vayas (...). ¿Por qué?, porque habían sentido tal vez que tenían a una mamá que les enseñara de Dios, que jugara con ellos. Me decían misionerita. Eso es bien fuerte (...), rompí en llanto, es algo que nunca olvido. Por eso los sacerdotes sugieren que no te puedes acercar tanto a ellos”.

Miguel Ángel Noritz:
‘Es muy gratificante servir’
“Muchas veces nos quedamos muy cómodos en la ciudad teniendo la oportunidad de salir a compartir la palabra de Dios (...), es una experiencia de fe, comunidad y compromiso. Es muy gratificante servir, compartir con un pueblo que necesita de tu palabra y muchas veces aprendemos de ellos mismos (...). Ellos esperan un año para que vengan los misioneros, para volver a escuchar palabras renovadoras; ellos no saben quién viene, pero saben que vienen en nombre de Dios”.

Manuel Parada:

‘Servir de la mejor manera’
“Ellos están muy ansiosos de conocer más de Dios, uno busca servir de la mejor manera; también hacemos obras, arreglamos escuelas, dejamos afiches de santos en las iglesias (...). Lo sacrificado es dejar a las familias con la preocupación de que nos toque una enfermedad, un accidente o nos toque algún animal de los que hay en la montaña, como culebras; con la bondad de Dios no nos ha pasado nada. Ver la sonrisa de un humilde, de un pobre, de un niño, de un anciano, es ver el mismo rostro de Dios”.