La fe verdadera es eclesial
por Pedro Trevijano
Estamos asistiendo en estos días a las declaraciones de una serie de personas que se proclaman católicos y afirman que la fe en Jesucristo inspira sus vidas, cuando vemos que su actuación pública se caracteriza por hacer lo contrario de lo que un buen cristiano debe hacer. Así Joe Biden, candidato demócrata a la Presidencia de Estados Unidos, que nos cuenta que la fe católica guía su vida mientras defiende el aborto y la ideología de género, al igual que muchos políticos de varios países que dicen ser católicos, pero no tienen ningún empacho en votar a favor de leyes como las anteriormente mencionadas, que defienden crímenes e ideologías condenadas por la Iglesia, o simplemente, ponen graves trabas al culto católico, como sucede con la Generalitat de Cataluña.
Esto nos lleva a preguntarnos cómo podemos distinguir la fe verdadera en Jesucristo de la de estos farsantes.
La fe, más que creer en Algo o en un conjunto de verdades, es sobre todo creer en Dios y en sus manifestaciones de Amor hacia los seres humanos, de las que la más importante es la venida de Jesús al mundo para salvarnos. La fe es una vocación divina y supone para un creyente una confianza total y absoluta con un Dios con el que ha tenido un encuentro personal. La fe es, por tanto un Sí a Dios, un fiarse de Él, como hizo Abraham, y por eso se le llama Padre de los creyentes, porque supo fiarse de Dios. Creer en el evangelio, es decir, tener fe, lleva consigo decir sí a la salvación de Dios que se nos revela y comunica por medio de Jesucristo. Aceptar la fe implica creer en Jesucristo y en su Palabra revelada, lo que implica dejarse guiar por Dios. La fe supone fidelidad, no sólo por parte de Dios, siempre fiel a su Palabra, sino también por parte nuestra, con nuestra respuesta libre y amorosa y en la que contamos con la ayuda de la gracia divina para arrepentirnos y obtener así el perdón de nuestras infidelidades, y es que la fe está íntimamente ligada a la conversión.
No cabe duda que la fe es un acto íntimamente personal, pero también hay que profesarla y vivirla en la familia, en la Iglesia, en la comunidad eclesial. La fe es un tesoro que da sentido a mi vida, pero, por eso mismo, no puedo ser un avaro egoísta que la guarda celosamente, sino que por el contrario, debo transmitirla a los demás, empezando por mis más próximos, es decir por mi familia.
A lo largo de los siglos, las familias cristianas han sido las grandes transmisoras de la fe y hoy mismo, aunque muchas familias estén descristianizadas, sigue habiendo otras muchas en las que los esposos buscan juntos a Dios y para los hijos es el espacio natural en el que nacen a la vida y a la fe. El Evangelio se transmite en ellas de manera espontánea al hilo de los acontecimientos y allí tiene lugar el inicio de la oración y el despertar religioso.
La fe se acrecienta con una intensa vida de piedad, de adoración y oración. Se confiesa en el Credo, se celebra en la Liturgia, se vive en la práctica de los mandamientos. La fe se transmite cuando se expresa y se expresa en la oración y en el comportamiento de cada día. La vida familiar debe suponer la vivencia religiosa y la oración en común.
La característica propia de la luz de la fe es su capacidad de iluminar toda nuestra existencia. La fe nos invita a explorar mejor los horizontes que ilumina, para así conocer mejor aquello que amamos. “La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más profundamente” (Francisco, encíclica Lumen Fidei, nº 36).
Aunque muchos quisieran reducir la fe a algo subjetivo y privado, una dimensión esencial de la fe cristiana es su dimensión eclesial y sacramental. La presencia de Cristo entre nosotros es esencialmente eclesial: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20); y sacramental, pues los sacramentos son los lugares privilegiados de nuestro encuentro con Dios.
A lo largo de estas líneas y con la ayuda del libro del cardenal Robert Sarah Se hace tarde y anochece, he tratado de exponer la diferencia entre la fe auténtica y sus falsificaciones. Pero si tuviera que escoger un solo criterio diría: la fe cristiana ha de ser eclesial.
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