Miércoles, 09 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Iglesia doméstica, cenáculo de Pentecostés

Manos unidas rezando ante la Biblia.
Celebrar Pentecostés en familia es una forma óptima de empezar a convertir el hogar en fuente de una nueva evangelización dirigida por el Espíritu Santo.

por Mercedes de Bonilla

Opinión

La fiesta de Pentecostés puede ser una buena oportunidad para ir configurando una iglesia doméstica. Los sucesos que se narran en los Hechos de los Apóstoles tuvieron lugar en una casa, donde se alojaban los discípulos. Como una gran familia, estaban todos juntos. La Iglesia insiste en la necesidad de que sean las familias las protagonistas de la nueva evangelización. Esta nueva efusión sólo podrá darse si se vive una renovación en el Espíritu que tenga como centro la oración en el hogar. Complementado con la parroquia, o con otras realidades eclesiales, esta dinámica de cenáculos domésticos genera espacios fecundos de fe.

La iglesia doméstica que vive la realidad de Pentecostés implicará una singular vivencia de los dones del Espíritu Santo. Es la misma promesa del Padre que tanto deseó darnos Jesús y es la misma que vemos en la Palabra. No se trata de una creencia intelectual. Estar llenos del Espíritu Santo es abrirnos a una experiencia que nos deja estupefactos y admirados. Los hogares serán el escenario de un nuevo avivamiento en fe y se hará realidad lo que dice el título específico del capítulo que narra lo que ocurrió en Jerusalén: Nuevo comienzo. En cierto sentido, la familia orante configura un nuevo Jerusalén.

La acción del Espíritu nos deja desconcertados porque Él es así, siempre. No es casualidad que Pedro hiciera mención al profeta Joel (Hch. 2, 17) y es muy significativo que lo que ocurre en esa promesa tenga como protagonista a quienes forman la familia -hijos e hijas-, además de jóvenes y ancianos. Preparar Pentecostés implica estar abiertos a algo grande que va a ocurrir, y tener en cuenta las dos descripciones que explican la acción del Espíritu: llenar y derramar. No se trata de “un poco”. Es una tarea de los padres, especialmente, que son quienes deben preparar ese espacio, con mucha fe, para transmitirla a sus hijos, incluyendo a los más pequeños.

El Espíritu Santo llena y se derrama, y su acción implica desconcierto y admiración. Esto se refiere a los dones proféticos y de orar en lenguas, y a los prodigios y signos que ocurren cuando se invoca el nombre del Señor. La Palabra es muy clara y no se trata de un estilo poético o metafórico. La promesa del Padre tiene siempre consecuencias y va acompañada de un avivamiento en fe que luego se traduce en caridad, en esperanza.

La iglesia doméstica es un deseo en el que insisten los pastores, porque es la célula básica de la comunidad de los creyentes más simple y esencial, la reunión o asamblea (ekklesia). En la preparación de la festividad de Pentecostés tenemos una gran oportunidad para recibir y crecer. La dulce oración de los niños, que es la que más le gusta a Jesús, tiene gran poder de intercesión.

Mercedes de Bonilla es miembro de la Comunidad Hogar del Espíritu Santo.

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