En defensa de toda vida humana
En la eutanasia y en el suicidio asistido están en juego la dignidad de la persona y de la vida que ha recibido. Todo ser humano tiene la experiencia de que ha recibido la vida, de que la vida le ha sido dada.
Ante la presentación en el Congreso de los Diputados de diversas iniciativas legislativas sobre la eutanasia y el suicidio asistido, el tema vuelve ser actual en la opinión pública. Para hacer social y legalmente aceptable la eutanasia, muchas veces se manipula el lenguaje. Se llama muerte digna a lo que no es sino la eliminación de un ser humano; se juega con el miedo ante el sufrimiento antes de la muerte o se suscita una falsa piedad con el que sufre, que no lleva al compromiso con él, sino a su aniquilación. A veces se aplica un criterio tan relativo como ‘calidad de vida’ para decidir quién tiene derecho a seguir viviendo o ha de ser eliminado. Algunos presentan incluso la eutanasia y el suicidio asistido como respuestas viables y aceptables al problema del dolor y del sufrimiento; pero sabemos que, "si bien hemos de hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, no está en nuestras manos extirparlo del mundo por completo, porque no podemos desprendernos de nuestra limitación” (Benedicto XVI, Spe Salvi, 3).
La eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro. En efecto, en sentido verdadero y propio, por eutanasia se debe entender toda acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte de un ser humano con el fin de evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien porque otros consideran que su vida ya no merece ser vivida ni mantenida.
La Iglesia siempre ha considerado que la eutanasia es un mal moral, una grave violación de la ley de Dios y un atentado a la dignidad de la persona. San Juan Pablo II afirmaba que “de acuerdo con el Magisterio de mis predecesores y en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana” (Evangelium Vitae, 65). Cosa distinta a la eutanasia o al suicidio asistido es aquella acción u omisión que no causa la muerte por si misma o por la intención, como son la administración adecuada de calmantes, aunque puedan acortar la vida, o la renuncia a terapias desproporcionadas, que retrasan indebidamente la muerte.
En la eutanasia y en el suicidio asistido están en juego la dignidad de la persona y de la vida que ha recibido. Todo ser humano tiene la experiencia de que ha recibido la vida, de que la vida le ha sido dada. Una vez recibida la vida, no se puede hacer lo que se quiera con ella, con la propia y con la ajena; ha de ser acogida, respetada y protegida por todos, incluido el Estado, hasta su muerte natural. Nadie es dueño absoluto de la vida, de la propia o de la ajena; ni existe un derecho a disponer arbitrariamente de la propia vida. Además, como nos han recordado los obispos de la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida, “no es posible entender la eutanasia y el suicidio asistido como algo que se refiera exclusivamente a la autonomía del individuo, ya que tales acciones implican la participación de otros, en este caso, del personal sanitario. La eutanasia es ajena al ejercicio de la Medicina y a las profesiones sanitarias, que siempre se rigen por el axioma de ‘curar, al menos aliviar y siempre acompañar y consolar’. El artículo 36.3 del Código de Ética y Deontología Médica de la Organización Médica Colegial española afirma que 'el médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste'” (Nota, 21.05. 2018).
El Papa Francisco nos recuerda que “no siempre se puede garantizar la curación de la enfermedad, pero a la persona que vive debemos y podemos cuidarla siempre: sin acortar su vida nosotros mismos, pero también sin ensañarnos inútilmente contra su muerte. En esta línea se mueve la medicina paliativa que reviste también una gran importancia en el ámbito cultural, esforzándose por combatir todo lo que hace la muerte más angustiosa y llena de sufrimiento, es decir, el dolor y la soledad” (7.11.2017). Es lo que piden reiteradamente los enfermos y sus familias: ayuda mediante los cuidados paliativos, incluidos los espirituales, para asumir los problemas y las dificultades personales y familiares que se suelen presentar en los últimos momentos de la vida.
Al defender la dignidad de toda vida humana no vamos contra nadie; se trata de cuidar de toda vida humana hasta su final natural, por más que la eutanasia y el suicidio asistido puedan parecer útiles a una mentalidad utilitarista, egoísta y relativista. Se trata de respetar la vida de todo ser humano y su verdadera dignidad. Porque la vida humana tiene su origen y destino en Dios, es digna siempre, también la de los débiles, enfermos, discapacitados o ancianos.
Monseñor Casimiro López Llorente es obispo de Segorbe-Castellón (España).