Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Los monjes seguirán en el Valle, pase lo que pase (y II)


por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Y, en efecto, está pasando. Por ejemplo, el jueves, 13 de septiembre, el Congreso aprobó la exhumación de los restos mortales de Franco, enterrado en el Valle de los Caídos. Bueno, ya veremos cómo acaba este macabro propósito del tal Sánchez, de Iglesias y compañía.

Como expliqué en mi artículo anterior, el monumento fue construido por iniciativa del propio Franco para honrar a los caídos de ambos bandos de la guerra civil, pero nadie pensó nunca que además fuese, cuando llegara su hora, tumba del mismo promotor.

Para garantizar la dimensión espiritual del lugar, se decidió que atendiera el culto de la basílica allí construida alguna orden religiosa que pudiera rezar por las almas de todas las víctimas de aquella guerra y por la nación española. Primero se pensó en alguna de las grandes órdenes fundadas por santos españoles, como dominicos o jesuitas. Pero finalmente se optó por los benedictinos, dada su antiquísima historia, su carisma contemplativo y la solemnidad de su culto litúrgico. A este fin se pidió al monasterio de Silos (Burgos) que se ocupase de organizar la nueva comunidad.

Para ello, Silos requirió la ayuda del monasterio urbano de Nuestra Señora de Montserrat, sito en la calle de San Bernardo de Madrid, cerca de la glorieta de Ruiz Jiménez, dependiente de la abadía burgalesa, cuyo prior era en aquel momento el historiador fray Justo Pérez de Urbel, que tuvo una parte muy activa en la creación del nuevo cenobio de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

La primera comunidad estuvo formada por un numeroso grupo de monjes procedentes de Silos, bajo la rectoría de fray Justo, elegido primer abad, a cuya muerte (29 junio 1979), le sucedió fray Luis María de Lojendio, hermano del bizarro embajador de España en Cuba, Juan Pablo de Lojendio, marqués de Vellisca, que se enfrentó a Fidel Castro en sus propias barbas ante las cámaras de televisión que transmitían uno de los kilométricos discursos del Comandante, en el que difamó a España. Naturalmente, Lojendio fue expulsado inmediatamente de Cuba, y recibido aquí como un héroe nacional.

La orden benedictina es la más antigua de cuantas existen o han existido en la historia de la Iglesia. Fundada por San Benito de Nursia (480-547), transformó a un grupo de eremitas (que se aislaban individualmente del mundo para entregarse totalmente a la adoración de Dios) en un comunidad de orantes, dando origen a una nueva forma religiosa en régimen agrupado, dándoles una regla que todavía sigue vigente, modelo de otras muchas reglas de otras tantas órdenes o congregaciones religiosas que siguieron después.

Yo no sé como va a terminar esta cruzada guerracivilista y revanchista emprendida por el presidente accidental del Gobierno, pero de dos cosas estoy seguro: una, lleven donde lleven los despojos de Franco, aquello se convertirá en lugar de peregrinación de los fieles franquistas, que al parecer todavía son muchos. El anuncio de que el gobierno pensaba sacar del Valle de los Caídos al que llamaban Caudillo duplicó automáticamente el número de visitantes a su tumba, luego la hazaña de Sánchez sólo servirá para reverdecer viejas adhesiones y rencores que parecían dormidos. Quedan muchos familiares y descendientes de los asesinados durante el terror rojo de los años de la guerra que no perdonan y, si perdonan, no olvidan.

Y en segundo lugar: sea lo que sea con tanto ruido político y mediático, los monjes seguirán en el Valle, porque esa es su casa con todas las de la ley y no han quebrantado ninguna norma que pudiera ser excusa para su desahucio. Los hijos de San Benito no se establecieron allí porque estuviese enterrado Franco, que a la sazón todavía estaba vivo y bien vivo y en pleno ejercicio de sus funciones (“por el carácter vitalicio de mi cargo”, solía decir), sino porque el espíritu de reconciliación de las dos Españas a través de sus caídos que pretendía encarnar el monumento bien merecía el apoyo religioso que se pedía. Así nació esta abadía de erección papal, según el breve pontificio de Pío XII de fecha 27 de mayo de 1958, por consiguiente sujeta a los acuerdos de España con el Vaticano, antes concordatos.

¿Que la abadía de Cuelgamuros es propiedad del Estado a través del Patrimonio Nacional? De acuerdo, igual que el monasterio de El Escorial, y allí siguen los agustinos atendiendo el culto de aquella basílica, sus colegios concertados y su Universidad de María Cristina, la misma en la que estudió derecho el rencoroso Manuel Azaña. O el monasterio de Yuste, también propiedad del Patrimonio Nacional, en la comarca cacereña de la Vera, famosa además por su pimentón y sus cabritillos, donde pasó retirado los últimos años de su vida el gran Emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, al cuidado espiritual de los monjes jerónimos, y desde 2013, de dos monjes polacos de la orden de San Pablo Primer Eremita.

Así que, señor Sánchez, no sé si lo va a tener muy fácil eso de convertir la basílica del Valle en un museo funerario laico, como pretende, desprovisto de cualquier connotación religiosa. Pienso, sin embargo, que mejor sería aparcar su sectarismo adolescente y dejar que los muertos reposen en paz dentro de sus actuales columbarios sagrados, que los difuntos, como tales difuntos, no le han hecho a usted ni a nadie ningún daño.

Pincha aquí para ver la primera parte de este artículo.

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