Asesinando a nuestros hijos
El asesinato del niño Archie Battersbee, que acaba de ser desconectado de la respiración asistida por orden judicial y en contra del deseo de sus padres, ha tenido una repercusión mediática muy inferior a la que hace unos años tuvo el asesinato del niño Alfie Evans. Y es inevitable que así sea; pues las sociedades occidentales van criando callo contra las aberraciones más execrables, que poco a poco se 'normalizan’, a medida que se eclipsa su conciencia moral. Pronto, estos asesinatos de niños por orden judicial se convertirán en algo tan trivial como una sentencia de divorcio por mutuo acuerdo; y llegará el día no muy lejano (¿no habrá llegado ya?) en que padres indignados acudan a los tribunales para exigir que den el matarile a sus hijos enfermos.
Recuerdo que en La edad de oro' la película de Buñuel, había una secuencia abyecta en la que los protagonistas alcanzaban el orgasmo, mientras gritaban con exultación: «¡Qué alegría haber asesinado a nuestros hijos!». Tal vez todavía nos produzca cierto repeluzno asesinar sus cuerpos (aunque, desde luego, el Leviatán se preocupa de suplantar nuestra debilidad, procurándonos aborto gratuito y jueces que les desenchufan de la respiración asistida), pero participamos con la mayor desenvoltura y hasta fruición en el asesinato de sus almas, mucho más lesivo y demoníaco. Hemos asimilado sin empacho que «los hijos no pertenecen a los padres» y, en consecuencia, los ponemos en manos de depredadores que se dedicaban a corromperlos concienzudamente en las escuelas, enseñándoles a poner condones, a mamar pollas y a tragarse la lefa (dulce como la miel), como hacían en esa yincana de Vilassar de Mar, y como hacen en muchas escuelas españolas, convertidas en corruptorios oficiales.
Están asesinando a nuestros hijos ante nuestra alegre indiferencia. A unos pocos, como Alfie Evans o Archie Battersbee, les dan matarile sin contemplaciones, para que la gente no se llame a engaño y entienda de una puñetera vez que los hijos pertenecen al Leviatán. Pero, mucho más que los cuerpos, al Leviatán le interesa asesinar las almas de nuestros hijos, formándolos como jenízaros de las ideologías oficiales y convirtiendo sus cuerpos -templos del Espíritu- en vertederos penevulvares donde se puede experimentar con todos los orificios y todos los géneros.
Y, para poder devorar las almas de nuestros hijos más cómodamente, el Leviatán ha destruido la institución de la patria potestad, como antes destruyó la institución del matrimonio y todas las que se fundan en los vínculos naturales. Al menos este niño asesinado, Archie, ha escapado con el alma intacta, suerte que no tendrán nuestros hijos. Y desde el cielo exhorta a nuestra generación, repitiendo las palabras evangélicas: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros y por vuestros hijos. Porque llegarán los días en que se dirá: "¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron!"». Esos días lóbregos han llegado ya.
Publicado en ABC.