Dogmáticos de la ciencia
por Álex Navajas
Sin duda, una de las grandes tentaciones del hombre ha sido siempre la de tener razón. Esto ha llevado a las más acaloradas discusiones, enfrentamientos, odios larvados, rencillas varias y hasta a guerras y a la muerte. No hay más que observar a dos niños pequeños que están tranquilamente jugando. De pronto, salta la chispa y, lo que hasta ese momento era paz, diversión y tranquilidad, se convierte en un torbellino desbocado de pasiones: “Has sido tú”, “no, tú”, “y tú más”, “tuuuuuuuuu… ¡mamaaaaaaaaa!”.
El hombre crece y madura pero la actitud tiende, en muchos casos, a ser la misma. Porque el gustillo de tener siempre la razón sigue ahí presente. Igual que cuando era un niño. Esa postura, claro, es una de las más destacadas hijas del orgullo y de la soberbia.
Nos han hecho creer que el dogmatismo ha sido una postura exclusiva de los católicos a lo largo de la Historia. Los que nos acusan utilizan para ello, precisamente, un dogma: “Solo vosotros sois dogmáticos”, lo que ya implica una contradicción. No les puedes discutir y no tienes turno de réplica, ya que se supone que es una verdad incontestable, con lo que el acusador hace gala del mismo dogmatismo del que, en teoría, adolece el acusado. Y es que el dogmatismo es, a fin de cuentas, el afán mal entendido por querer estar siempre en posesión de la verdad, que poco tiene que ver con el deseo sincero de buscar en todo momento la verdad.
Dogmáticos ha habido siempre y los habrá siempre. No hay más que encender la televisión o sintonizar cualquier emisora de radio para encontrártelos. Porque ya hemos dicho que el gustillo por tener la razón es, si no te cuidas, irresistible. Algunos, es cierto, han usado y usan la religión para dejar esa pasión campar a sus anchas, lo que revela que les interesa más dar rienda suelta a su orgullo que el rendir gloria a Dios, que es de lo que trata la religión.
Pero, a medida que la fe ha perdido fuerza en el mundo occidental, ese gustillo por tener siempre la razón se ha mutado –esa palabra tan de moda– a otros campos, como la política, la cultura, el fútbol o la ciencia. Quizás este último terreno, la ciencia, sea el que congrega a mayor número de dogmáticos en la actualidad. La explicación es sencilla: ya hemos dicho que el dogmatismo es hijo destacado del orgullo, y muchos de los que han renegado de la religión de antaño han corrido a refugiarse en la ciencia creyendo, erróneamente, que ésta era enemiga de aquella, estableciendo un nuevo dogma: “Lo científico es completamente opuesto a las creencias religiosas”. Esto, desde luego, es una simpleza ya que, al menos un católico, nunca se encontrará como extranjero en el terreno científico. No es necesario desarrollar aquí la infinidad de veces que la Iglesia ha sido pionera a lo largo de la Historia en mantenerse a la vanguardia de la ciencia o el inmenso número de científicos creyentes que jalonan cualquier época.
Pero es que los dogmáticos, además, han proliferado como setas en estos tiempos de pandemia. La ciencia, cuando es verdadera ciencia, es prudente y necesita tiempo para llegar a conclusiones firmes y estables, pero los dogmáticos se precipitan en proclamar supuestas verdades científicas antes de que éstas queden contrastadas. Por eso hemos visto en esta época del Covid cómo, “en nombre de la ciencia”, se recomendaba seguir tal o cual norma, y a las pocas semanas se defendía exactamente lo contrario, también “en nombre de la ciencia”. Cuando les haces ver la contradicción en la que han incurrido, salen en tromba con su retahíla de calificativos: “negacionista”, “antivacunas”, “bebelejías”. Y esto lo hacen no porque sean científicos, sino porque son dogmáticos que se esconden en la supuesta ciencia. Y a los dogmáticos no les interesa la ciencia, ni la religión, ni el fútbol, sino solamente tener razón.
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