Ser hombre ¡que continúe!
por Daniel Arasa
Una docena de personas de mediana edad estaban conversando en tertulia. Salió el asunto de las formas de vestir, y uno de los presentes empezó a explayarse en exponer con cierta admiración la diferencia en el vestir de mujeres y hombres. Comentaba con viveza cómo las mujeres cambian de indumentaria de forma habitual, es lo suyo un abanico de colores y formas, es evidente el intento por su parte de resultar atractivas a través de sus vestidos, se esfuerzan por combinar colores, les gusta la diversidad en su imagen, etc. Recordaba, aquí con sorna, que cuando las mujeres saben que han de ir a una fiesta o una boda, aunque falten cinco meses, ya están barruntando cómo vestirán y van recorriendo tiendas y probándose prendas. Añadía que los hombres son “sosos” en esto, vistiendo prácticamente siempre igual.
Tras la explicación, que todos reconocieron como cierta, un hombre mayor apostilló: “¡Que siga así! Que los hombres sigamos vistiendo ‘soso’”.
No es exacto que la indumentaria masculina sea hoy día tan uniforme, pero continúa siendo cierto que nada que ver con la variedad de la de la mujer. Con la particularidad de que a un gran número de varones tampoco les importa demasiado variar, aunque es cierto que bastantes están cambiando, sobre todo entre los jóvenes. El hombre masculino no basa su atractivo en esta vertiente. Como comentaba una mujer, lo importante en el hombre, y que gusta a las mujeres, es que vaya limpio y correcto, que no huela a sudor, pero que tampoco huela a nada. Otras asintieron.
La sobriedad en el vestir y en las formas era valorado positivamente en el hombre, y se entiende como una muestra de masculinidad. Una mujer comentaba, además, que a ellas les gusta que los hombres tengan carácter, seguridad en sí mismos, coherencia en sus palabras y acciones, y añadía que la mujer quiere sentirse protegida por el hombre, porque por naturaleza la mujer es más insegura.
Al margen de los comentarios de aquellas personas, sin embargo, una evidencia es que la masculinidad está en serio peligro. La indumentaria es solo un aspecto, una muestra de ello. Se rechaza la masculinidad a partir del arquetipo negativo que el feminismo agresivo ha ido creando en base a demonizar todo lo masculino, atribuir en bloque a los hombres la explotación de la mujer, ser maltratadores, violentos, dominadores… Ser masculino se ha convertido para no pocos en sinónimo de perverso, criterio que ha sido asumido o al menos consentido por el conjunto de la sociedad.
Si se analiza bien no deja de ser paradójico que se atribuyan todos los defectos y perversidades al “machismo”, que es una deformación de lo masculino, pero que a la vez se considere el “feminismo” como summum de virtud. Hasta en las autodefiniciones que de sí mismos hacen algunos partidos políticos está la de ser “feminista”, que es una deformación de lo femenino.
Quienes ya tenemos algunos años tenemos que admitir que había serios defectos en la formación del varón décadas atrás. Uno de los más claros el de poca sensibilidad y capacidad para expresar emociones. Nos formamos en aquello de “la letra con sangre entra” y “los hombres no lloran”, y si un niño se caía al suelo y se pelaba las rodillas simplemente se levantaba y seguía corriendo con sus compañeros. Si lloriqueaba se le consideraba una niñata. Sin duda era excesivo. Hoy se ha caído en el extremo inverso. Muchos hombres han perdido no solo su fortaleza y su resiliencia, sino el sentido de lo que son, incluido en no pocos casos la función de padre. Nada tiene que ver con el positivo avance de que los varones se hayan incorporado a las labores del hogar. También el hombre sin perder en absoluto su masculinidad puede cambiar pañales y duchar niños, cocinar, fregar el suelo, lavar platos o ir al supermercado, pero algunos psicólogos empiezan a denunciar que muchos padres se han convertido en madres-bis, no porque hagan aquellas funciones, sino porque en el hogar ha dejado de estar presente su impronta masculina.
Todo ello está dirigido e impulsado, aunque sea algo contra natura. Forma parte del objetivo de “igualar” hombres y mujeres, y no digamos si se hace referencia a la pluralidad de géneros de que algunos hablan. Hoy, en varias poblaciones se imparten sesiones de “nuevas masculinidades”, que en esencia consisten en que los hombres sean lo menos masculinos posible. En el mejor de los casos es lo antes citado, convertirlos en madre-bis, y, en otros, abrir duda sobre la propia identidad. Hasta tenemos un ministerio de Igualdad y departamentos similares en infinidad de instituciones a todos los niveles. En todo caso debería ser ministerio de Equidad, de dar a cada uno de lo suyo, reconocimiento la idéntica dignidad de hombres y mujeres, pero es absurdo, antinatural y da pésimos resultados igualar lo que es distinto. Pero ya sabemos qué es la ideología de género.
Ante tal situación, reivindicar la masculinidad se ha convertido en una necesidad. Un hombre no es solo un saco de defectos, sino que en la masculinidad hay también una visión ética y comprometida, valentía, el sentido de llegar al sacrificio por una causa. La necesitan las personas y toda la sociedad.
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