Radiografía de un Papa emérito
En la historia de la humanidad hay personalidades que pese a su genialidad, capacidad creadora, heroísmo o santidad nos habrían quedado desconocidas si no hubiera habido quienes, tras haber convivido con ellas, nos han dejado con sus libros el testimonio de su vida, persona y doctrina. ¿Qué hubieran sido Sócrates sin los Diálogos de Platón o Jesús de Nazaret sin los Evangelios? Los humanos han configurado su humanidad leyendo vidas de hombres ejemplares, y los cristianos leyendo vidas de santos. A la luz de una biografía las líneas siguientes describen la personalidad de un protagonista excepcional de nuestro tiempo.
Las editoriales reunidas de la Compañía de Jesús en España acaban de editar una Vida de Benedicto XVI, de 1400 páginas, escritas por Peter Seewald que durante más de veinte años ha estudiado sus escritos, le ha entrevistado y ha editado media docena de libros de entrevistas con él. Algunas de hace veinte años y las Últimas conversaciones, ahora unidas a esta biografia. Estos tres datos: el sujeto biografiado, el autor del libro y institución cuya editorial lo publica, lo convierten en un hecho único.
En la vida de Benedicto XVI (antes Joseph Ratzinger), convergen realidades muy especiales. Es un alemán, nación que durante siglos no había dado un Papa a la Iglesia. El último del norte fue Adriano VI pero era holandés. El Papa, como los demás humanos, lleva su origen como fundamento y límite. Por más alta que sea una autoridad, y más sagrada que se considere, la del Papa es alguien que viene de un lugar y de un tiempo, que influyen en sus acciones y decisiones. La historia del catolicismo en Alemania en la era moderna está determinada por hombres y movimientos que han configurado no solo a los miembros de esa nación sino de toda Europa. En la mitad del siglo XVI, Lutero, rompiendo una tradición anterior, constituye un nuevo inicio, con la Biblia como centro de la existencia religiosa, entregada a la conciencia del individuo para que bajo la acción del Espíritu Santo descubra en ella la salvación que Dios le ofrece. Es el final de la comprensión de la Iglesia con una autoridad derivada de los apóstoles, en la que se funda y a la que se remiten los obispos. Seguirán luego la Ilustración, el idealismo y la crítica de la religión por los filósofos del siglo XIX.
Allí la teología católica piensa siempre sobre ese fondo de historia y con la teología protestante ante los ojos. Ratzinger fue en la mitad de su vida transcurrida en Alemania profesor de universidad y en la segunda mitad transcurrida en Roma en el fondo siguió siendo también profesor. Una innovación sorprendente: puso como condición, para aceptar los cargos que su antecesor Juan Pablo II le ofrecía, poder seguir siendo teólogo: escribiendo, publicando libros. Con ello surgía una novedad en la Iglesia: ¿Se puede ser a la vez teólogo con una palabra particular y Papa con una autoridad universal? En las primeras páginas de su libro sobre Jesucristo declara: «Este libro no es en modo alguno un acto magisterial (del Papa) sino únicamente expresión de mi búsqueda personal “del rostro del Señor”. Por eso cualquiera es libre de contradecirme. Pido solo a los lectores y lectoras esa benevolencia sin la cual no hay comprensión posible».
De las tres grandes tareas del ministerio pontificio: maestro, padre, y pastor, Benedicto XVI ha acentuado la primera. Siendo inseparables se puede poner el acento en una u otra. Esta acentuación deriva no solo de su talante personal sino también de la valoración que hace tanto de la función de la razón y del pensamiento en la Iglesia, como de la situación espiritual de Europa hoy. Friedrich von Hügel, pensador en la Inglaterra de comienzos de siglo, escribía en Cartas a una sobrina: «Hago todo lo que puedo por lograr para mi vieja iglesia que sea también intelectualmente habitable (lo es en otros órdenes) pero es mucho menos fuerte en lo que concierne a las necesidades, los derechos y los deberes de la vida intelectual».
Un Papa alemán, un Papa teólogo, un Papa emérito. Lo más innovador ha sido la renuncia como obispo de Roma a la cabeza de la Iglesia católica, cuando se percató de que ya no tenía el vigor físico ni espiritual necesarios para dirigirla tal como ella debe ser guiada, animada, fortalecida. Y lo hizo con suma brevedad en las palabras y contención en los gestos, cumpliendo con lo que el Código de Derecho canónico prescribe. «El que se halla en su sano juicio puede con causa justa renunciar a un oficio eclesiástico. Es nula de propio derecho la renuncia hecha por miedo grave injustamente provocado, dolo, error substancial o simonía» (cánones 187-188).
La renuncia que parece tan clara no lo fue para muchos que le reclamaban permanecer hasta su muerte, como Juan Pablo II, o afirmaban que al ser puesto por Jesucristo nadie podía aceptarle la renuncia. La respuesta de Benedicto XVI fue clara: Juan Pablo II tenía su convicción y situación propias, que respetaba, y que el que el origen del ministerio de San Pedro sea el mismo Jesucristo no impide poder renunciar a él. Las tres grandes preocupaciones suyas fueron el actual oscurecimiento o negación de Dios y con ello de la transcendencia última del hombre, la crisis de la fe que siempre desemboca en una crisis de esperanza, y la situación de Europa, que nació con el cristianismo, que ha hecho posibles tantos logros en el orden cultural, moral, literario y que hoy no sabe heredar y responsabilizar públicamente esa fe. No se sustentan los viejos logros del edificio espiritual del hombre sin las aportaciones nuevas en fidelidad creadora.
A esclarecer esos tres grandes temas dedicó tanto sus grandes libros (Introducción al cristianismo) en sus inicios, y Jesucristo en años recientes, como sus intervenciones en los grandes foros y parlamentos, como el de Berlín. Junto a sus diálogos con intelectuales como Habermas… tres discursos de análisis irrenunciable. Las tres lecciones magistrales en las universidades: la de Ratisbona que tanto revuelo provocó en el mundo radical islámico; la de París y la de Roma. Con tal dedicación al pensamiento, ¿descuidó el gobierno de cada día y se equivocó al elegir las personas colaboradoras? Quizá. Él mismo lo reconoce.
Los últimos años de su pontificado han estado lastrados por grandes manchas y rupturas, con las que se ha tenido que enfrentar y superar: el escándalo provocado por un obispo de los seguidores de Lefebvre negador del Holocausto en el momento mismo en que Roma les levantaba la excomunión, la traición de personas en su cercanía, la pederastia de los sacerdotes, las finanzas del Vaticano, las grietas abiertas en su relación con la propia Alemania, cuya iglesia está pasando por situaciones extremas.
Todos estos hechos, ¿fueron el motivo de la dimisión? El libro del que parte nuestra reflexión ofrece un análisis minucioso y sereno de estos hechos, fundándose en palabras del propio Benedicto XVI, de su secretario particular y personas más cercanas. Todo con nombres, cifras, textos. Uno no sabe qué admirar más en el libro si la claridad o la sinceridad a la hora de identificar hechos y personas. Quien lo lea se encontrará con un panorama fiel de la Iglesia actual, necesario frente a ignorancias, deformaciones o sospechas.
Publicado en ABC.