Cerrar San Carlos Borromeo
Proporcionar plataforma para sus soflamas a un blasfemo manifiesto, como Willy Toledo, encausado por la Justicia precisamente por sus exabruptos blasfemos, no parece que sea muy apropiado de un centro católico.
El desafío comunista del Centro de Pastoral San Carlos Borromeo no puede quedar en una simple amonestación por parte del arzobispado de Madrid. La afrenta ha sido demasiado grave y escandalosa para dejarla en una mera regañina paternal.
Al ahora centro de pastoral, antigua parroquia de una zona de Entrevías (sureste de Madrid), ya le fue retirada su condición parroquial debido a sus excesos pastorales –habría que decir mejor sus desmadres políticos de clara significación comunista, la ideología del odio totalmente opuesta a la esencia del cristianismo–. Aunque sería igualmente rechazable que el centro se convirtiera en un agente difusor de cualquier otra ideología política, como la demócrata cristiana, pongamos por caso. Mezclar la política con la religión lo hacen en Cataluña los obispos y el clero partidarios del procés separatista, y así les luce el pelo. Al paso que marchan, en más de un templo van a tener que poner el letrero de cerrado por el cese de actividad. La política es una cosa, por muy legítima y afín a la Iglesia que pueda ser, y lo religioso otra muy distinta. Cada vez que se han cocido ambas en la misma olla, el mejunje no ha podido ser más dañino para la fe.
La historia disparatada del San Carlos Borromeo viene de muy atrás. Su anterior párroco, Carlos Castro, hijo de un general del Ejército del Aire, ya sacó los pies del plato. Era el que daba la comunión con rosquillas, no sé si del santo, tontas o listas, que son las que se expenden en las fiestas populares de San Isidro, patrono de la capital del reino. El cura actual de la antigua parroquia, ahora simple centro de pastoral, Javier Baeza, sacerdote discípulo de mi viejo conocido el referido Castro, ha convertido el lugar en un centro de agit-prop al servicio del neocomunismo que nos acecha en nuestros días.
En todo caso, proporcionar plataforma para sus soflamas a un blasfemo manifiesto, como Willy Toledo, encausado por la Justicia precisamente por sus exabruptos blasfemos, no parece que sea muy apropiado de un centro católico. Precisamente en un acto desafiante a esa misma Justicia. Acompañado además por dos notorios actores de cine que tienen a gala expresar su condición cristófoba. ¡Todo ello en un lugar de titularidad eclesiástica!
Por mucho menos, el cardenal Ángel Suquía, a la sazón arzobispo de Madrid, suprimió el culto de la iglesia de Santo Tomás de Aquino de la Ciudad Universitaria en julio de 1986 por enredar con amagos políticos.
Ya cuatro años antes, tuvo lugar en esa misma iglesia o capilla un escandalete de sacristía, que tuvo mucho eco mediático: la supuesta boda o simulacro de boda de un cura con una religiosa. Se daba la circunstancia de que los contrayentes seguían siendo consagrados, porque no habían tramitado la respectiva secularización. Ofició la ceremonia el también sacerdote Casiano Floristán, y a ella asistió la flor y nata de la progresía católica además del oficiante: el jesuita Díez Alegría, el claretiano Benjamín Forcano, Enrique Miret Magdalena, etc.
El cura periodista Antonio Aradillas, de la diócesis de Badajoz, aunque iba a su aire por Madrid, magnificó el acontecimiento publicando un reportaje (agosto de 1982) en la revista Sábado Gráfico, bajo el llamativo título de “Matrimonio religioso de un cura”. El arzobispado, a la sazón regido por el cardenal Vicente Enrique Tarancón, reaccionó de inmediato y suspendió a divinis al autor.
Y hete aquí que el que suscribe, acompañado de su amigo Enrique Miret Magdalena, que no era la mejor recomendación para el caso, pedimos audiencia al cardenal (que nos la concedió en seguida, en virtud del afecto que me tenía por razones de paisanaje y los servicios que le venía prestando) para terciar en favor del cura Aradillas. La visita surtió efecto, y el cardenal levantó la sanción, no recuerdo ya si de manera inmediata o algo aplazada.
Al cardenal castellonense, hombre de carácter fuerte, pero muy inteligente y fiel a Roma, no le tembló el pulso para quitarse de encima a los provocadores y a los “tontos útiles”. Ahora haría falta, por parte de don Carlos Osoro, algo parecido. Sin complejos y sin miedos.
Al ahora centro de pastoral, antigua parroquia de una zona de Entrevías (sureste de Madrid), ya le fue retirada su condición parroquial debido a sus excesos pastorales –habría que decir mejor sus desmadres políticos de clara significación comunista, la ideología del odio totalmente opuesta a la esencia del cristianismo–. Aunque sería igualmente rechazable que el centro se convirtiera en un agente difusor de cualquier otra ideología política, como la demócrata cristiana, pongamos por caso. Mezclar la política con la religión lo hacen en Cataluña los obispos y el clero partidarios del procés separatista, y así les luce el pelo. Al paso que marchan, en más de un templo van a tener que poner el letrero de cerrado por el cese de actividad. La política es una cosa, por muy legítima y afín a la Iglesia que pueda ser, y lo religioso otra muy distinta. Cada vez que se han cocido ambas en la misma olla, el mejunje no ha podido ser más dañino para la fe.
La historia disparatada del San Carlos Borromeo viene de muy atrás. Su anterior párroco, Carlos Castro, hijo de un general del Ejército del Aire, ya sacó los pies del plato. Era el que daba la comunión con rosquillas, no sé si del santo, tontas o listas, que son las que se expenden en las fiestas populares de San Isidro, patrono de la capital del reino. El cura actual de la antigua parroquia, ahora simple centro de pastoral, Javier Baeza, sacerdote discípulo de mi viejo conocido el referido Castro, ha convertido el lugar en un centro de agit-prop al servicio del neocomunismo que nos acecha en nuestros días.
En todo caso, proporcionar plataforma para sus soflamas a un blasfemo manifiesto, como Willy Toledo, encausado por la Justicia precisamente por sus exabruptos blasfemos, no parece que sea muy apropiado de un centro católico. Precisamente en un acto desafiante a esa misma Justicia. Acompañado además por dos notorios actores de cine que tienen a gala expresar su condición cristófoba. ¡Todo ello en un lugar de titularidad eclesiástica!
Por mucho menos, el cardenal Ángel Suquía, a la sazón arzobispo de Madrid, suprimió el culto de la iglesia de Santo Tomás de Aquino de la Ciudad Universitaria en julio de 1986 por enredar con amagos políticos.
Ya cuatro años antes, tuvo lugar en esa misma iglesia o capilla un escandalete de sacristía, que tuvo mucho eco mediático: la supuesta boda o simulacro de boda de un cura con una religiosa. Se daba la circunstancia de que los contrayentes seguían siendo consagrados, porque no habían tramitado la respectiva secularización. Ofició la ceremonia el también sacerdote Casiano Floristán, y a ella asistió la flor y nata de la progresía católica además del oficiante: el jesuita Díez Alegría, el claretiano Benjamín Forcano, Enrique Miret Magdalena, etc.
El cura periodista Antonio Aradillas, de la diócesis de Badajoz, aunque iba a su aire por Madrid, magnificó el acontecimiento publicando un reportaje (agosto de 1982) en la revista Sábado Gráfico, bajo el llamativo título de “Matrimonio religioso de un cura”. El arzobispado, a la sazón regido por el cardenal Vicente Enrique Tarancón, reaccionó de inmediato y suspendió a divinis al autor.
Y hete aquí que el que suscribe, acompañado de su amigo Enrique Miret Magdalena, que no era la mejor recomendación para el caso, pedimos audiencia al cardenal (que nos la concedió en seguida, en virtud del afecto que me tenía por razones de paisanaje y los servicios que le venía prestando) para terciar en favor del cura Aradillas. La visita surtió efecto, y el cardenal levantó la sanción, no recuerdo ya si de manera inmediata o algo aplazada.
Al cardenal castellonense, hombre de carácter fuerte, pero muy inteligente y fiel a Roma, no le tembló el pulso para quitarse de encima a los provocadores y a los “tontos útiles”. Ahora haría falta, por parte de don Carlos Osoro, algo parecido. Sin complejos y sin miedos.
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