Jueves, 14 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La Iglesia alemana retoma el sueño de Lutero

Cementerio Teutónico.
El Cementerio Teutónico, testigo de los lazos entre el Papado y el Imperio, visto desde una ventana lateral de la basílica de San Pedro. Foto (detalle): Johannes Müller, 2013, Wikipedia.

por Angela Pellicciari

Opinión

Roma, caput mundi, ha sido desde siempre la sede del máximo poder espiritual. Alemania, por su parte, fue sede del máximo poder temporal durante casi mil años, desde 961 con Otón I a 1806, cuando Francisco II de Habsburgo renunció al cargo de emperador sacro-romano. Dos años antes, en 1804, su yerno Napoleón se había coronado emperador a sí mismo en París. Un imperio ya no romano ni cristiano, un imperio masónico. Francisco II aceptó implícitamente el cambio histórico y se proclamó Francisco I de Austria y Hungría.

En cualquier caso, hay una huella visible de la relación entre Roma y Alemania en el interior de los mismos muros vaticanos, donde un cementerio teutónico recuerda el estrecho vínculo que unió durante un milenio a las dos máximas autoridades mundiales.

La primera nación que socavó el poder espiritual romano fue Francia, imponiendo en un primer momento la cautividad de Aviñón y reivindicando luego sus reyes los supuestos derechos de la Iglesia galicana.

París no logró transferir Roma a Aviñón, pero en 1517 la Alemania de Lutero volvió a intentarlo. A Alemania (¿en Wittenberg?) le habría debido corresponder la guía espiritual del mundo. ¿Y Roma? La pluma de Lutero la define como la “puta de Babilonia”. ¿Los Papas? Anticristos, enemigos desde siempre de los buenísimos alemanes. De hecho, Lutero y sus amigos del Renacimiento remontan hasta Arminio (quien el año 9 d.C. aniquiló a las legiones romanas en los bosques de Teutoburgo) la presunta enemistad perpetua entre Roma y Alemania.

La empresa de Lutero solo tuvo un éxito parcial, y ninguna de las iglesias reformadas ha sustituido a Roma como sede del poder espiritual universal. La reforma quedó inexorablemente circunscrita al ámbito de las iglesias nacionales.

Sin embargo, ahora vuelven a la carga y la Iglesia alemana retoma el hilo allí donde se había cortado. Roma locuta causa soluta? No. El camino sinodal alemán, que está llegando a su conclusión, lo ha dicho con todas las letras: nuestras decisiones valen –tienen que valer- también para Roma. Deben ser aceptadas. ¿Por qué? Porque son las correctas. Porque van al compás de los tiempos. Roma debe dejar de arrogarse la pretensión de tener siempre la última palabra. Esta vez no la tendrá. Es más: Roma se dará cuenta de que si rechaza nuestras decisiones (la elección de obispos por el laicado, el sacerdocio femenino, el cambio en la moral sexual, entre otras) se quedará aislada. El mundo se vendrá con nosotros.

Al no ser posible reivindicar abiertamente el primado temporal -en estos tiempos no estaría bien visto proclamar el IV Reich-, Alemania empieza por el poder espiritual. ¿Que la Iglesia alemana ha quedado reducida a una vela que se apaga? ¿Que los fieles la han abandonado en masa? No importa. Lo que cuenta es el principio. Hay que hacer que triunfe la justicia frente a Roma. El poder nos corresponde y así debe ser.

La historia no es agua pasada. Los tiempos históricos son largos. Mientras Alemania no reconozca su pecado original, mientras no repudie su lucha contra Roma en nombre de la libertad, de una libertad sin verdad, estará condenada a repetir. Estará condenada a reivindicar hasta el infinito su supuesta superioridad. Su "legítima" ambición de poder.

Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.

Traducción de Carmelo López-Arias.

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