Migración: tragedia y desinformación
Es la noticia del día, de todos los días: pateras varias y embarcaciones de diverso tipo que arriban a diario a nuestras costas o son rescatadas en alta mar, a la deriva y abarrotadas de migrantes, por los buques del salvamento marítimo. Al llegar aquí son atendidos en primera instancia por agentes de fronteras, personal de Cruz Roja, Cáritas u otras instituciones religiosas. Luego ya no se sabe más de estas gentes.
Algunas embarcaciones muy especiales dedicadas a este menester (¿de socorro o de trasiego de personas como si fueran ganado?), pertenecientes a extrañas ONG, gozan de un eco mediático inusitado, rayano en la exaltación, y sus pasajeros son recibidos a bombo y platillo por las autoridades locales, por lo común ligadas a grupos políticos de izquierda más o menos extrema. Pero tan espléndido y mediático recibimiento no está acompañado por un interés igual para averiguar de dónde vienen y a dónde van o quieren ir. Tampoco los medios informativos generalistas hacen ningún esfuerzo para aclarar tan oscuro fenómeno migratorio, que amenaza la estabilidad de Europa y acaso provoque la despoblación de ciertas zonas de África.
Las informaciones que se hace públicas cuentan, por lo general, que son migrantes subsaharianos. No hace falta ser muy perspicaz para descubrirlo. Basta mirar el color de su piel. Pero, ¿de qué lugar concreto? A partir del inmenso desierto sahariano se formaron una treintena de países independientes tras la descolonización de mediados del siglo XX, algunos de ellos sin ninguna clase de recursos para afrontar su emancipación. En todo caso, ¿de dónde procede tanta patera? ¿De naciones en guerras permanentes? ¿O sólo de países musulmanes? De ser así, habría que añadir un motivo más de preocupación por semejante avalancha migratoria?
Mientras no se sepa con alguna claridad el origen de estas gentes, será difícil actuar con cierta eficacia y acierto. Aquí tenemos un elevado índice de paro, sobre todo de personas sin formación profesional. Si a ello añadimos la sobrecarga de foráneos que vienen sin conocer el idioma ni saber hacer nada de nada, como no sea manejar un azadón o recoger frutos a mano, cada vez con menos posibilidades debido a la progresiva mecanización del campo, entonces ¿dónde o en qué trabajarán? ¿De manteros o mendigos en las puertas de los supermercados? ¿Para este futuro en la “rica” Europa arriesgan sus vidas expuestos a que se los trague el mar?
Viéndolos bajar de las embarcaciones de salvamento marítimo no parecen seres desnutridos o famélicos. En todo caso, como si estuvieran drogados o más bien aturdidos o mareados por la travesía en condiciones tan precarias. Finalmente ¿por qué medio llegan desde el bajo vientre sahariano a los embarcaderos clandestinos del norte y noroeste de África? No vaya a resultar que más de uno –y no solamente las afamadas mafias- se ocupe de reclutar a los aspirantes a veces a náufragos, y con certeza a falta de otro trabajo a prostituirse en la calle, a mendigos y manteros. La verdad, los que aquí llegan ¿no saben lo que les espera?
Otro punto también muy oscuro son esas ONG con barco propio dedicadas a rescatar en alta mar a pateras y balsas neumáticas a la deriva atestadas de pasajeros que deben de tener vocación de suicidas. O su ignorancia es tan grande que no adivinan el riesgo que corren metiéndose mar adentro en embarcaciones tan frágiles. Y estas ONG salvavidas, ¿de qué viven? ¿Quién costea su actividad? Porque comprar barcos, aunque sean de segunda mano, cuesta dinero; mantener a la tripulación, también. ¿Son acaso hermanitas de la caridad laicas? Demasiados interrogantes, demasiada opacidad.
Además, tanto migrante descontrolado provoca el rechazo de la población de los países receptores. Un allegado mío, muy viajado, acaba de hacer una escapada fugaz por motivos profesionales a Florencia. Me ha contado que la hermosa capital de la Toscana, cuna del Renacimiento, está hecha un pena. Sus parques y explanadas de dominio público se han convertido en grandes barrios chabolistas, como las favelas de Río de Janeiro, pero aún peor. Así que no podemos extrañarnos de que en las últimas elecciones generales hayan ganado partidos extremosos opuestos a la invasión africana. Y suerte tendrán si no termina apareciendo un nuevo Mussolini. Y en Alemania ya le crecen los enanos por este motivo a Ángela Merkel, esa gran gobernante democristiana que ya quisiéramos para nosotros.
Lo que pasa aquí, por ahora es todavía asumible, pero ya veremos dentro de poco lo que sucede si logran afianzarse en el poder quienes lo asaltaron legalmente por vericuetos retorcidos pero sin la legitimidad democrática que sólo otorgan las urnas. Y así se están comportando, atropellando derechos y libertades fundamentales, como la anunciada ofensiva contra la enseñanza concertada. Y esto no es más que el principio. Permanezcamos en alerta, a ver qué les dicta su espíritu masónico. Porque masones son, más masones que otra cosa. Igualito que Zapatero.
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