Amigos verdaderos, amigos decepcionantes y Cristo, el Amigo
Hace unos días sufrí un ictus. No podéis comprender ese vacío que siente uno en esos momentos de debilidad, teniendo en cuenta que además soy persona con discapacidad visual.
Quiero hoy hacer un acto de agradecimiento: ante todo, a la persona que me cuida, dándome esa seguridad que es necesaria en esos momentos, pero dando amor. No puedo dejar de agradecer a personas e instituciones que ahí están, dándome el apoyo y el amor que en estos momentos me es necesario, a esos amigos de siempre y que siempre han estado a mi lado y a tantas personas que hacen en la parroquia a la que acudo una verdadera comunidad de amor, desde el más pequeño al más grande de sus componentes.
Muchas personas entrarán y saldrán de tu vida, pero solo los verdaderos amigos dejarán huella en tu corazón.
Esos amigos que no siempre te dicen lo que te gustaría escuchar, que te crispan los nervios por sus comentarios, que no fingen ante la falsedad… pero que, cuando los necesitas, los tienes: no solamente en lo material, sino en el apoyo a tus necedades y cabezonerías.
Esos amigos que no te ayudan con un “ya te lo dije”, sino que te ayudan a pesar de sus avisos, sus quejas, sus advertencias… Esos amigos que siempre están pendientes de ti y que nunca te piden más que aquello que te dan: amistad.
No son muchas estas personas, pero se detectan siempre que estas solo y necesitas a alguien que te ayude u oriente en la vida. No son infalibles en sus consejos, pero son sinceros de corazón y, aunque humanos y se equivocan, no dicen aquello que no practicarían en su persona.
El verdadero amigo es aquel que vive conjuntamente contigo la vida, alegrándose con lo bueno que te pasa y sufriendo por lo malo que te viene.
El verdadero amigo no es quien da más en lo material, si no quien da todo su ser hacia ti.
No todo es de rosa, también se sufren grandes decepciones…
A mi amigo que, siempre que lo necesito, sale corriendo…
A mi amigo que, cuando me calumnian, calla con el silencio…
A mi amigo que, cuando tengo hambre de amor, me da la espalda…
A mi amigo que pone odio donde yo intento poner amor…
A mi amigo que, cuando lloro, me da una patada para que llore más…
A mi amigo que no da ni las sobras que tiene…
A mi amigo que, cuando le hablo, se pone los cascos…
A mi amigo que elije ser escuchado a toda costa…
A mi amigo que me pone como excusa para todo…
A mi amigo que trabaja para él y no para los demás…
A mi amigo que me exige escuchar un consejo y ponerlo en práctica sin escucharme a mí, sin respetarme…
A mi amigo que me abandona por un mal consejo…
A mi amigo que está cuando me necesita, pero no cuando lo necesito…
A mi amigo que antepone todo a nuestra amistad…
A mi amigo que ofrece un caramelo y antes de cogerlo lo retira…
A mi amigo que, para serlo, me coacciona…
Quiero que sepas, que a pesar de todo y por cristiano, sigues siendo mi hermano, pues en ti está Jesús y tú con esas aptitudes haces que me acerque cada vez más al verdadero amigo: Cristo.
Ignacio Segura Madico es vicepresidente de CECO (Ciegos Españoles Católicos Organizados).
Otros artículos del autor
- El Cristo de los sentidos
- La discapacidad, medalla de la vida
- Vivir la Pascua en vez de «hacer la pascua»
- Reconstruyendo mi Cristo roto
- Benedicto XVI, siempre cercano a las personas con discapacidad
- Buscando una comunidad
- Todos somos cautivos
- Una Iglesia que no sale...
- Una Iglesia para todos
- Lolo, modelo de nueva evangelización