Viernes, 01 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Abusos sexuales: la otra Víctima


por Hermana Beatriz Liaño

Opinión

Sin duda alguna, el tema de los abusos sexuales es uno de los problemas más serios que enfrenta la Iglesia actualmente. Cuando lo pienso, no puedo evitar que me venga a la cabeza una frase del segundo mensaje de Garabandal: «Los sacerdotes, obispos y cardenales van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas». Yo no pretendo adelantar el juicio de la Iglesia sobre los hechos de Garabandal, pero una cosa es cierta y es que en el año 1965 -cuando se hizo público este mensaje- nadie sospechaba que un sacerdote de la Iglesia católica podía llegar a tal grado de corrupción.

Y, sin embargo, con el pasar de los años, hemos descubierto, con tristeza y escándalo, que delitos que están siendo estudiados y juzgados actualmente se estaban cometiendo precisamente en esos momentos. Pero no es solo Garabandal. También en Civitavecchia, mucho más recientemente, el 30 de junio de 1995, la Virgencita que lloró sangre dijo: «Queridos hijos, os voy a dar una noticia dolorosa. Satanás se está apoderando de toda la humanidad y ahora está intentando destruir la Iglesia de Dios por medio de muchos sacerdotes. ¡No lo permitáis!». Realmente, la Virgen está preocupada por sus hijos sacerdotes.

Al tiempo que digo esto, afirmo que, apoyándose es la triste realidad de que se han cometido actos vergonzosos, se está realizando una millonaria campaña a nivel mundial de desprestigio de la Iglesia que tiene como objetivo su destrucción. Esto lo tenemos que tener todos muy claro cuando nos llegue noticia de una nueva acusación contra un sacerdote. Lamento profundamente cada caso de abuso real que se comete, pero no puedo dejar de recordar que los mismos que persiguen obsesivamente a la Iglesia católica esconden culpablemente las estadísticas de abuso fuera de ella, donde son increíblemente más altas: más altas en la Iglesia protestante, mucho más altas aún en clubs deportivos y asociaciones juveniles no católicas, como pueden ser instituciones tan conocidas como los Boys Scouts of America. Y qué poco se habla de que el 90% de los casos de abuso ocurre dentro del mismo entorno familiar. No es para alegrarse estos tristes hechos, pero sí para preguntarse: si estadísticamente la Iglesia es el ambiente más seguro, ¿por qué es la institución más acosada? Hay una malvada intención moviendo ciertos hilos.

Somos testigos de que los mass media trabajan por manipular y predisponer a la opinión pública en contra de los sacerdotes. Por eso insisto en que debemos defender la inocencia de los sacerdotes hasta que no se demuestre lo contrario. Los sacerdotes tienen derecho a su fama y a su privacidad como la tiene todo hijo de vecino, algo que los grandes medios de comunicación parecen haber «olvidado». La presunción de inocencia es una garantía fundamental a la que no podemos renunciar, que ya defendía el mismo derecho romano y que ha sido consagrada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Porque, ¿quién puede asegurarnos que todas las denuncias hechas contra sacerdotes son justas y que no están movidas por deseos de venganza, de odio a Jesucristo y -como consecuencia- a quien lo representa, y otros mil turbios motivos? No seamos ingenuos, que no vivimos entre ángeles. Hay sacerdotes pecadores, pero también hay personas malas, decididas a hacer daño a la Iglesia. No les importa mentir con tal de conseguir su objetivo, porque lo que buscan es precisamente escandalizar la fe de la gente sencilla. Esta situación de indefensión de los sacerdotes está siendo aprovechada por gente sin escrúpulos incluso para sacar ventajas materiales. ¿Que no se lo creen? Pongamos un ejemplo.

Un señor polaco, llamado Marek Lisinski, denunció al sacerdote Don Zdzisław Witkowski acusándole de haber abusado de él treinta años atrás. En su farsa, Lisinski llegó a convertirse en presidente de una fundación para apoyo de las víctimas de los sacerdotes pedófilos. No solo eso, sino que consiguió ser recibido por el Papa Francisco el pasado 20 de febrero de 2019, en el Vaticano. En ese encuentro, Marek Lisinski entregó al Papa un completo informe sobre supuestos abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes en Polonia. El Papa besó las manos de Lisinski como una forma de manifestar públicamente el arrepentimiento de la Iglesia por el daño causado. Pero la verdad estaba muy lejos de ser la que se había presentado al Papa y a los medios de comunicación, ya que Lisinski no era la víctima de un sacerdote pedófilo, sino un estafador de primera categoría.

¿Qué había sucedido realmente? El sujeto se había hecho prestar una importante suma de dinero por el padre Witkowski para el tratamiento de su esposa, supuestamente enferma de cáncer. Cuando el sacerdote descubrió que la señora Lisinski no estaba enferma, exigió la devolución del préstamo. Entonces, Marek Lisinski le denunció acusándole de haber abusado de él cuando era monaguillo en su parroquia en los años 80. Al final, toda la historia de los abusos era mentira, una gran mentira. Pero lo que no es mentira son los tres años de sufrimiento del sacerdote, suspendido del ejercicio sacerdotal durante este tiempo y difamado a nivel mundial.

Con todo, la persecución contra la Iglesia ha traído siempre una lluvia de bendiciones y este caso no va a ser distinto. Para los buenos sacerdotes que están siendo humillados y ultrajados por esta situación, la persecución puede ser fuente de importantes bendiciones que les permita vivir en una profunda intimidad con Jesucristo crucificado. Y su sacerdocio dará frutos tanto más abundantes cuanto mayores sean su confianza en Dios y su humildad. Lo que los medios llaman «crisis de abusos sexuales dentro de la Iglesia» es para los sacerdotes una llamada a vivir de tal forma que las acusaciones resbalen sobre el espejo de sus virtudes. Es una llamada a la santidad.

Frente a todo esto que he dicho, no podemos negar que hay «sacerdotes, obispos y cardenales que van por el camino de la perdición». Y hay personas inocentes -sus víctimas- sufriendo mucho a causa de su pecado. Pero estos sacerdotes tienen otra víctima de la que no escucho hablar: se llama Jesucristo Sacramentado y también Él debe ser defendido, debe ser custodiado y se le debe reparación. No veo que se haya creado ninguna comisión para realizar esta tarea y, sin embargo, ¡estos sacerdotes están celebrando la Eucaristía y comulgando a diario en condiciones indignas! ¡Cuántas comuniones sacrílegas realizadas por los mismísimos ministros del altar! Jesucristo sigue siendo entregado a la ignominia por apóstoles de su más estrecho círculo de intimidad. Se siguen cumpliendo las palabras del profeta: «¿Qué son estas heridas que traes en tus manos? Me las hicieron en casa de mis amigos» (Zac, 13, 6).

Hay que luchar para acabar con los abusos y la pederastia dentro de la Iglesia, pero no hay camino más eficaz para conseguirlo que el crecimiento en la fe, el amor y la intimidad con Jesucristo Eucaristía, en primer lugar, de los mismos sacerdotes. Tenemos que pedirle al Señor «que nos enseñe nuevamente a entender la grandeza de Su sufrimiento y Su sacrificio. Y tenemos que hacer todo lo que podamos para proteger del abuso el don de la Santísima Eucaristía» (Benedicto XVI, La Iglesia y los abusos sexuales, 10 de abril de 2019). Los sacerdotes que celebran el Santo Sacrificio cada día, que entre las manos tienen el Cuerpo entregado de Jesús, su Sangre derramada por nosotros, deben procurar con todas sus fuerzas no hacerle daño. Si todos los sacerdotes comulgaran con el alma limpia, si todos los sacerdotes lucharan por estar a la altura del servicio que deben realizar en el altar, se acabarían los abusos en la Iglesia y se acabarían muchas otras cosas.

Todo esto que he escrito, obviamente, no resume toda la complicada situación que estamos viviendo. Es solo una invitación a rezar por los sacerdotes, porque si el fruto de la actual crisis de la Iglesia fuera una generación de sacerdotes santos, daríamos por bien pagado el sufrimiento actual. Y sobre todo amemos, consolemos y reparemos el Corazón Eucarístico de Jesús. La otra víctima de los abusos sexuales, la víctima olvidada de los abusos sexuales.

Publicado en Info Familia Libre.

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