El cartel LGTBI retrata sus inconsistencias
Cuando se niega el ser no queda nada sobre lo que afirmar algo. Si ninguno "somos" hombre o mujer, eso de ser "un hombre encerrado en un cuerpo de mujer" o "una mujer encerrada en un cuerpo de hombre" carece de sentido.
La ideología de género tiene un mantra: “Hay niñas con pene y niños con vulva”. Lo proclaman sus predicadores en las escuelas e incluso lo incorporan al paisaje urbanístico mediante su instauración en las marquesinas de los autobuses.
El polémico cartel que ilustra esa idea en las marquesinas, y que ha suscitado un amplio rechazo social, es sin embargo un instrumento óptimo para comprender la inconsistencia de esta ideología.
En efecto, para representar la idea de que “hay niñas con pene y niños con vulva”, los creativos tenían que identificar de alguna manera a los niños como niños y a las niñas como niñas. Para ello representaron a los niños con pelo corto y a las niñas con pelo largo. Solo les faltó distinguirlos con lacitos azules y rosas o a ellos con un balón y a ellas con una muñeca. Esto es, patrones que ellos consideran socioculturales.
El problema es que los ideólogos de género quieren acabar también con esos patrones. Por la mañana defienden que hay niñas con pene y niños con vulva porque ser niño o ser niña es una convención sociocultural, y por la tarde defienden que hay que acabar con las convenciones socioculturales diferenciadoras entre niños y niñas.
Es lógico que surja esta contradicción, pues cuando se niega el ser no queda nada sobre lo que afirmar algo. Si ninguno “somos” hombre o mujer, eso de ser “un hombre encerrado en un cuerpo de mujer” o “una mujer encerrada en un cuerpo de hombre” carece de sentido. Porque solo es posible (aunque sea patológico) sentirse una cosa y ser otra, si aquello que somos "es" y aquello que nos sentimos también "es".
Pero ¿qué significa ser “una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre”, si el cuerpo de hombre no define el ser hombre, y si el "ser" la mujer que biológicamente no soy exige identificarme con patrones socioculturales cuya identificación como femeninos también rechazo? Del mismo modo, ¿qué significa ser “un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer”, si el cuerpo de mujer no define el ser mujer, y si el "ser" el hombre que biológicamente no soy exige identificarme con patrones socioculturales cuya identificación como masculinos también rechazo?
Así que, si admitimos el discurso de la ideología de género, sólo hay dos opciones.
O bien mantenemos a toda costa definiciones socioculturales identitarias para los géneros (niños con vulva, sí, pero también con pelo corto, traje azul y jugando al balón; niñas con pene, sí, pero también con pelo largo, vestido rosa y jugando a las muñecas), de forma que un hombre o una mujer biológicos pueda adoptar la identidad de género contraria a su sexo.
O bien disolvemos las identidades socioculturales de género, y entonces lo transexual y/o transgénero carece de objeto: no puede haber mujeres/hombres encerradas en cuerpos de hombres/mujeres, porque… no hay mujeres ni hombres, ni desde el punto de vista biológico ni desde el punto de vista sociocultural.
Quedaría una tercera opción, que es una recuperación espontánea del sentido común. No por parte de los ideólogos de género (el fanático va a donde va y no atiende a razones), sino por parte de quienes, a nivel político, educativo y mediático, les están comprando el discurso y lo imponen coactivamente a los demás con una irresponsabilidad que pasma.
El polémico cartel que ilustra esa idea en las marquesinas, y que ha suscitado un amplio rechazo social, es sin embargo un instrumento óptimo para comprender la inconsistencia de esta ideología.
En efecto, para representar la idea de que “hay niñas con pene y niños con vulva”, los creativos tenían que identificar de alguna manera a los niños como niños y a las niñas como niñas. Para ello representaron a los niños con pelo corto y a las niñas con pelo largo. Solo les faltó distinguirlos con lacitos azules y rosas o a ellos con un balón y a ellas con una muñeca. Esto es, patrones que ellos consideran socioculturales.
El problema es que los ideólogos de género quieren acabar también con esos patrones. Por la mañana defienden que hay niñas con pene y niños con vulva porque ser niño o ser niña es una convención sociocultural, y por la tarde defienden que hay que acabar con las convenciones socioculturales diferenciadoras entre niños y niñas.
Es lógico que surja esta contradicción, pues cuando se niega el ser no queda nada sobre lo que afirmar algo. Si ninguno “somos” hombre o mujer, eso de ser “un hombre encerrado en un cuerpo de mujer” o “una mujer encerrada en un cuerpo de hombre” carece de sentido. Porque solo es posible (aunque sea patológico) sentirse una cosa y ser otra, si aquello que somos "es" y aquello que nos sentimos también "es".
Pero ¿qué significa ser “una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre”, si el cuerpo de hombre no define el ser hombre, y si el "ser" la mujer que biológicamente no soy exige identificarme con patrones socioculturales cuya identificación como femeninos también rechazo? Del mismo modo, ¿qué significa ser “un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer”, si el cuerpo de mujer no define el ser mujer, y si el "ser" el hombre que biológicamente no soy exige identificarme con patrones socioculturales cuya identificación como masculinos también rechazo?
Así que, si admitimos el discurso de la ideología de género, sólo hay dos opciones.
O bien mantenemos a toda costa definiciones socioculturales identitarias para los géneros (niños con vulva, sí, pero también con pelo corto, traje azul y jugando al balón; niñas con pene, sí, pero también con pelo largo, vestido rosa y jugando a las muñecas), de forma que un hombre o una mujer biológicos pueda adoptar la identidad de género contraria a su sexo.
O bien disolvemos las identidades socioculturales de género, y entonces lo transexual y/o transgénero carece de objeto: no puede haber mujeres/hombres encerradas en cuerpos de hombres/mujeres, porque… no hay mujeres ni hombres, ni desde el punto de vista biológico ni desde el punto de vista sociocultural.
Quedaría una tercera opción, que es una recuperación espontánea del sentido común. No por parte de los ideólogos de género (el fanático va a donde va y no atiende a razones), sino por parte de quienes, a nivel político, educativo y mediático, les están comprando el discurso y lo imponen coactivamente a los demás con una irresponsabilidad que pasma.
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