La resurrección de Cristo, la vejez y el riesgo
Hay una fuerza en el anuncio cristiano que hace florecer la vida incluso en lugares dominados por la muerte, y esta fuerza es un don que procede de la misma presencia de Cristo entre los fieles, que permite cruzar cada valle de lágrimas para introducir señales de esperanza.
Hace unas semanas, hablando con una joven no cristiana, me impactó su pesimismo con tan solo 22 años de edad. "No hay grandes ideales -dijo-, y cuando existen, todos los traicionan". Cuando le pregunté si era nihilista, respondió: "No, pero me bastan los pequeños ideales de un día, que dan sentido a las 24 horas".
La vida a la intemperie de los jóvenes es característica de Italia y Europa, pero no sólo esto: también se incuba el espectro del desempleo, la inseguridad, la dificultad en la construcción de una familia. Para dar unos pasos, para aceptar cualquier trabajo con alegría, para casarse, tiene que haber un riesgo, un salto no dirigido por la seguridad... sino por la fe.
Nuestro mundo -y aquí hablo principalmente de Italia y del mundo occidental- se hunde en una especie de inmovilidad que se caracteriza por la falta de ideales y de impulsos, en una especie de envejecimiento prematuro y apático (como dijo el Papa Francisco a los jóvenes de México) que es una antesala de la muerte.
En esta situación, no puedo dejar de pensar en el icono oriental de la Resurrección del Señor, centrado en el Cristo que libera a Adán y Eva del Hades.
Cristo es representado atlético y vibrante, en movimiento, bailando sobre las puertas del infierno, que yacen destruidas a sus pies. Adán y Eva están viejos y encogidos, con el rostro arrugado y el cabello canoso y despeinado, con los brazos y las manos retorcidos por las dolencias o la parálisis. Justamente esas manos se aferran al Señor, que brilla y los arrastra hacia arriba, a lo alto, cerca de la almendra de la luz de Cristo, de pie, llevando a nuestros antepasados, la raza humana, más cerca de su Salvador.
Este mundo cansado y envejecido necesita de la r
Resurrección de Cristo. Después de perderse en la presunción prometeica que se autoproclamó capaz de traer al mundo la justicia, la igualdad, la prosperidad, la paz, ahora recoge los frutos malsanos y corruptos de las dictaduras, de las desigualdades sociales abismales, de los ambiguos "nuevos derechos", de las guerras pequeñas y grandes que causan derramamiento de sangre en muchos países: todos amenazados por conflictos sociales interminables que podrían conducir al mundo volver a partir de cero.
Es necesario que haya testigos de la Resurrección. ¡Qué gran consuelo es visitar a los refugiados de Mosul, que han escapado de las decapitaciones del Estado Islámico, y ver cómo reconstruyen sin quejidos ni ira sus hogares en el Kurdistán! O recibir el testimonio de monseñor Shlemon Warduni sobre la ayuda que los cristianos han llevado a las 1600 familias de refugiados musulmanes en Ramadi (Irak). O escuchar la historia de la hermandad entre los cristianos y los musulmanes de Alepo, catalizada por la presencia de sacerdotes y monjes que no salieron de la ciudad arriesgando su vida, para quedarse como un signo de esperanza.
A éstos se deben añadir los testimonios de los nuevos cristianos en China, que se están preparando para el bautismo en la noche de Pascua, independientemente del incremento del control y de la persecución a las religiones por parte de un régimen que tiene miedo de derrumbarse; o una colecta de Cuaresma de los pobres de las Filipinas para apoyar a los que son aún más pobres.
Hay una fuerza en el anuncio cristiano que hace florecer la vida incluso en lugares dominados por la muerte, y esta fuerza es un don que procede de la misma presencia de Cristo entre los fieles, que permite cruzar cada valle de lágrimas para introducir señales de esperanza.
Para que esto suceda, el mundo tiene que aceptar el riesgo de creer en Él. Por otra parte, en el saco prometeico se pesca sólo material putrefacto. El término "riesgo" se asocia a menudo con algo "irracional". En una conferencia en la que participé como ponente, y en la que expresaba el deseo del Papa Francisco de socorrer a los inmigrantes, acogerlos e integrarlos, otro orador expuso en cambio todas las dificultades del caso, las sospechas, los costes económicos, los pros y contras, sin llegar a una conclusión. Un mundo demasiado "racional", de una racionalidad matemática y cerrada, lleva a la inmovilidad, que es el resultado de un prejuicio egoísta.
Si no queremos morir de vejez estéril, si queremos dar a los jóvenes ideales para la vida -no sólo para un día-, en primer lugar es necesario el riesgo de creer en Cristo, dejándonos guiar por sus testigos. Feliz Pascua.
Publicado en Asia News.
La vida a la intemperie de los jóvenes es característica de Italia y Europa, pero no sólo esto: también se incuba el espectro del desempleo, la inseguridad, la dificultad en la construcción de una familia. Para dar unos pasos, para aceptar cualquier trabajo con alegría, para casarse, tiene que haber un riesgo, un salto no dirigido por la seguridad... sino por la fe.
Nuestro mundo -y aquí hablo principalmente de Italia y del mundo occidental- se hunde en una especie de inmovilidad que se caracteriza por la falta de ideales y de impulsos, en una especie de envejecimiento prematuro y apático (como dijo el Papa Francisco a los jóvenes de México) que es una antesala de la muerte.
En esta situación, no puedo dejar de pensar en el icono oriental de la Resurrección del Señor, centrado en el Cristo que libera a Adán y Eva del Hades.
Cristo es representado atlético y vibrante, en movimiento, bailando sobre las puertas del infierno, que yacen destruidas a sus pies. Adán y Eva están viejos y encogidos, con el rostro arrugado y el cabello canoso y despeinado, con los brazos y las manos retorcidos por las dolencias o la parálisis. Justamente esas manos se aferran al Señor, que brilla y los arrastra hacia arriba, a lo alto, cerca de la almendra de la luz de Cristo, de pie, llevando a nuestros antepasados, la raza humana, más cerca de su Salvador.
Este mundo cansado y envejecido necesita de la r
Resurrección de Cristo. Después de perderse en la presunción prometeica que se autoproclamó capaz de traer al mundo la justicia, la igualdad, la prosperidad, la paz, ahora recoge los frutos malsanos y corruptos de las dictaduras, de las desigualdades sociales abismales, de los ambiguos "nuevos derechos", de las guerras pequeñas y grandes que causan derramamiento de sangre en muchos países: todos amenazados por conflictos sociales interminables que podrían conducir al mundo volver a partir de cero.
Es necesario que haya testigos de la Resurrección. ¡Qué gran consuelo es visitar a los refugiados de Mosul, que han escapado de las decapitaciones del Estado Islámico, y ver cómo reconstruyen sin quejidos ni ira sus hogares en el Kurdistán! O recibir el testimonio de monseñor Shlemon Warduni sobre la ayuda que los cristianos han llevado a las 1600 familias de refugiados musulmanes en Ramadi (Irak). O escuchar la historia de la hermandad entre los cristianos y los musulmanes de Alepo, catalizada por la presencia de sacerdotes y monjes que no salieron de la ciudad arriesgando su vida, para quedarse como un signo de esperanza.
A éstos se deben añadir los testimonios de los nuevos cristianos en China, que se están preparando para el bautismo en la noche de Pascua, independientemente del incremento del control y de la persecución a las religiones por parte de un régimen que tiene miedo de derrumbarse; o una colecta de Cuaresma de los pobres de las Filipinas para apoyar a los que son aún más pobres.
Hay una fuerza en el anuncio cristiano que hace florecer la vida incluso en lugares dominados por la muerte, y esta fuerza es un don que procede de la misma presencia de Cristo entre los fieles, que permite cruzar cada valle de lágrimas para introducir señales de esperanza.
Para que esto suceda, el mundo tiene que aceptar el riesgo de creer en Él. Por otra parte, en el saco prometeico se pesca sólo material putrefacto. El término "riesgo" se asocia a menudo con algo "irracional". En una conferencia en la que participé como ponente, y en la que expresaba el deseo del Papa Francisco de socorrer a los inmigrantes, acogerlos e integrarlos, otro orador expuso en cambio todas las dificultades del caso, las sospechas, los costes económicos, los pros y contras, sin llegar a una conclusión. Un mundo demasiado "racional", de una racionalidad matemática y cerrada, lleva a la inmovilidad, que es el resultado de un prejuicio egoísta.
Si no queremos morir de vejez estéril, si queremos dar a los jóvenes ideales para la vida -no sólo para un día-, en primer lugar es necesario el riesgo de creer en Cristo, dejándonos guiar por sus testigos. Feliz Pascua.
Publicado en Asia News.
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