Viernes, 03 de mayo de 2024

Religión en Libertad

La familia y los sacramentos


¿Tiene sentido entonces ponerlas a cuestionar su propia fe en el momento en que la tendencia natural es decidir hacer lo contrario de lo que les recomiendan sus padres?

por Marta Alejandro

Opinión

En septiembre mi hija de once años comenzó la preparación de la confirmación. Como viene siendo mi experiencia como inmigrante, con cada nuevo paso, surgen preguntas y comparaciones sobre las diferencias respecto a lo que yo estaba acostumbrada o tenía asumido en mi experiencia española.
 
La primera vez que oí que la parroquia bajaba la edad de confirmación de los catorce a los once años, pensé: ¿tan pronto? Los católicos en EEUU y las directrices de los obispos locales favorecen que los niños reciban los sacramentos de iniciación cristiana (bautismo, confirmación, reconciliación y eucaristía) a una edad temprana: los primeros tres meses de vida para el bautismo, los seis o siete años para la reconciliación y la eucaristía, y desde hace un par de años, los once o doce años para la confirmación. La directora de la escuela de religión de mi parroquia nos explicó a los padres de los candidatos a la confirmación que estos son, según las directrices de los obispos, los sacramentos de familia, y los niños los deben recibir antes de empezar a tomar decisiones de forma independiente, con la participación de los padres en la formación para cada uno. 
 
Parecida a mi reacción con la confirmación fue la de algunos españoles cuando mis hijas empezaron la preparación para la primera comunión a los seis y siete años, dos años antes de recibirla: «¡Qué barbaridad! A esa edad los niños no se enteran de nada». En otro momento y hablando del tema, mi madre me recordó que a ella la confirmaron a los seis meses. Y así se hace todavía en la Iglesia Ortodoxa, siguiendo el orden sacramental natural, es decir, la confirmación como segundo sacramento. Además, mi madre observaba, que la mayoría de mis hermanos recibieron la primera comunión entre los seis y ocho años, y que solo mi hermana mediana y yo la recibimos cumplidos los nueve. Hoy no es extraño que los niños españoles reciban la primera comunión a los once, doce e incluso trece años. En tendencia paralela, es habitual ver a niños de dos y tres años siendo bautizados.
 
Si bien es cierto que España experimenta un intento claro de excluir a la Iglesia de la vida pública fomentada por las esferas de poder y muchos de los llamados intelectuales, no hay que olvidar que muchas modas secularizadoras nacieron aquí, como el tan estadounidense movimiento hippy (amor libre, rechazo de toda regla, etc.). Además, la Iglesia católica de EEUU, aunque en menor grado que las europeas, también ha experimentado una pérdida de feligreses. Entonces, si el católico medio estadounidense puede ser tan poco comprometido como el europeo, ¿es que tiene mejor memoria para acordarse de cuando es hora de que sus hijos reciban los sacramentos? No, es exacto al español. Lo que a mi parecer es muy diferente es el papel que juegan las parroquias y los obispados. Probablemente al oído español suene «demasiado americano», pero estas instituciones toman una actitud de «servicio al cliente», de estar ahí para recordar y asistir, para poner los medios y que el feligrés encuentre fácil ayudar a sus hijos con su formación espiritual, con la ayuda de personal seglar, pagado o voluntario.  
 
Aunque corro el riesgo de ofender a algún oído sensible, compararía el servicio que me hace mi parroquia cuando me manda las cartas recordándome que mis hijas tienen que recibir este o aquel sacramento, al de mi empresa de seguros cuando me manda el aviso para que renueve mi póliza, o cuando le presenté mis hijas a mi párroco y él me preguntó que cuándo y dónde pensaba bautizarlas, a mi agente de seguros preguntándome si tengo que ajustar mi póliza después de comprarme un coche nuevo o cambiarme de casa.
 
En cuanto al cambio de edad de la confirmación, aunque no estaba preparada para el compromiso de tiempo y esfuerzo que la preparación a una edad más temprana requiere de mí, al final lo agradezco. Como adolescentes y jóvenes, mis hijas cuestionarán muchas cosas entre los catorce y los veinte años simplemente porque viene de sus padres y sus mayores.
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