Domingo, 28 de abril de 2024

Religión en Libertad

El caso serio de la misericordia


La misericordia barata no existe, porque el camino que hay que recorrer para obtenerla es incómodo, fatigoso y arduo: es el camino del reconocimiento del propio límite, de la propia miseria, de las propias traiciones, de las propias faltas, de la propia mezquindad.

por Gianteo Bordero

Opinión

"Cuando un católico vuelve de la confesión entra verdaderamente, por definición, en el alba de su mismo inicio y mira con ojos nuevos a través del mundo. Él sabe que Dios, en ese rincón oscuro y en ese breve rito, le hace de nuevo verdaderamente a Su imagen. Él está en la luz blanca del inicio -pleno de dignidad- de la vida de un hombre. El tiempo acumulado ya no asusta. Puede estar canoso y gotoso, pero es anciano desde hace sólo cinco minutos".

Así narra Gilbert Keith Chesterton en su autobiografia la fulgurante experiencia de la confesión, el encuentro con la misericordia divina que marcó tan radicalmente su vida. Él se convirtió al confesarse, a la edad de 48 años, en 1922, y descubriendo que la Iglesia católica es el único lugar en el que un hombre puede ser liberado de sus pecados y hacer la experiencia de la misteriosa regeneración del propio ser. El largo recorrido que llevó al escritor inglés a adherirse a la Iglesia de Roma fue, de hecho, una inquieta búsqueda de ese lugar en el que la persona puede encontrar una nueva vida dentro de la vida de todos los días, un corazón nuevo dentro del corazón viejo, un nuevo respiro dentro del angustiado respiro de todos los días.

Pero este perdón, esta misericordia, esta regeneración de lo humano, tiene un precio. Chesterton nos lo dice claramente: "El nombre del precio es la Verdad, que puede también ser llamada Realidad. Significa situarse frente a la realidad del propio ser". El creador del Padre Brown nos recuerda, por consiguiente, que no hay perdón si no hay verdad. Verdad sobre la propia vida, sobre uno mismo. La misericordia barata no existe, porque el camino que hay que recorrer para obtenerla es incómodo, fatigoso y arduo: es el camino del reconocimiento del propio límite, de la propia miseria, de las propias traiciones, de las propias faltas, de la propia mezquindad. Es el camino de la propia disminución, de la humildad, del hacerse pequeños para saber mirar con valentía y lealtad a la propia existencia. Hacerse pequeños para ser verdaderamente grandes. Esta es la paradoja cristiana, la paradoja de la misericordia y, sobre todo, la enorme paradoja de la cruz: la muerte que se convierte en vida. Morir a uno mismo para vivir de verdad.

Por consiguiente, el precio del perdón es la Verdad, el precio del perdón es la Cruz. Hablar de misericordia sin tener en cuenta todo esto significa vaciar desde lo más profundo la posibilidad misma de regeneración, de conversión y, por último, de alegría. Reconocer los propios pecados, de hecho, no es un rito oscurantista con el que cargamos sobre nuestras espaldas y en el corazón nuestros infinitos sentimientos de frustración; es una gran operación de verdad y de realismo y, por consiguiente, de libertad sobre la propia vida; es arrojar luz sobre esa parte nuestra que no nos gustaría ver nunca, tomarla en serio y aceptarla. Es un gran paso hacía uno mismo y un primer paso hacia la gran luz de Su amor. El verdadero oscurantismo, por lo tanto, no es el sentido del pecado, sino su negación, el rechazo del límite, no tomar conciencia de la propia fragilidad, es el taparse los ojos frente a la propia maldad. Seguía diciendo Chesterton: "El pecado original es la visión más jubilosa de la vida humana", "no sólo la más esclarecedora, sino también la más alentadora".

Por último, si el precio pagado por el perdón es la cruz, Su cruz, es evidente que la misericordia es una cuestión tremendamente seria. El caso serio de la misericordia. El caso serio de Su amor. "No ha venido para decirnos frivolidades", escribía Charles Péguy. Y por lo tanto no existe, no puede existir, una idea frívola del perdón y de la misericordia, en la que el arrepentimiento, es decir, la operación verdad sobre la propia vida y sobre el propio ser, sobre el mal realizado, no sea contemplado o bien resulte débil. No sería serio, no estaría a la altura del hombre… y tampoco a la altura de Dios. ¡No sería verdad!

"¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que te ocupes de él? Lo has hecho poco menos que un dios, de gloria y honor lo has coronado" (Salmo 8, 5-6). El mysterium iniquitatis está, al fin, dentro de este mysterium charitatis, que no es distinto del splendor veritatis en el que la Iglesia nos introduce y nos educa desde hace dos mil años: el splendor veritatis del Gólgota y del sepulcro vacío, de la cruz y de la resurrección. Una verdad más grande, no nacida de manos del hombre. La fuerza infinita de la misericordia de Dios está dentro de la fuerza infinita de Su verdad. ¡No separe el hombre lo que en Dios está unido!

Publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Comentarios

Otros artículos del autor

5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda