Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

Margherita, cuatro horas de vida llenas de amor


Este deseo de eternidad y de felicidad era demasiado grande para que yo como médico o su madre, que la amaba muchísimo, pudiéramos responder. En ese momento éramos impotentes ante el Misterio y dejamos espacio para que Él viniera y colmara la desproporción que sólo Él puede colmar.

por Elvira Parravicini

Opinión

Actualmente todo tiende a ser más rápido, como si quisiéramos eliminar el tiempo que necesitamos para que nosotros, médicos y pacientes, podamos tomar conciencia de la herida que surge en el instante de la muerte. Esto, ¿por qué sucede? La respuesta es porque en nosotros hay algo que desea vivir para siempre y la paradoja de la muerte es "como una flecha que alguien lanza y que nos traspasa el corazón para despertarlo de nuevo de la anestesia a su dolor; al dolor que es suyo, únicamente suyo; al dolor que sólo el corazón siente: el de la soledad, el de la añoranza de Otro" (Mauro-Giuseppe Lepori, OCist).

Quisiera contaros la historia de Margherita. Margherita es una niña que ha vivido cuatro horas. La tentación de mis colegas médicos fue dejarla morir así, sola, sin implicar a sus padres y a sus hermanos en esos instantes que le habían sido donados a la luz del sol. ¿La justificación? Sería demasiado doloroso y, tal vez, también deletéreo desde un punto de vista psicológico.

Me parece irracional la postura según la cual, por miedo a ser heridos, renunciamos a la experiencia de amar y de ser amados durante el poco tiempo en el que esto sea posible. Por lo que insistí para que sus familiares la cogieran en brazos y la amaran en esos instantes, porque el deseo que tenemos en lo más hondo del corazón es el de amar y ser amados. Siento que parte de mi responsabilidad como médico es sostener el cumplimiento de este deseo y hacer posible que éste se cumpla; poco importa lo que dure la vida.

A través del caso de otra niña he podido profundizar en la naturaleza y el alcance de esta herida. Rossella es una niña que ha vivido dos meses con una gravísima malformación cerebral que no le permitía tampoco respirar autónomamente. Cuando nos reunimos con su madre y le comunicamos la irreversibilidad de la situación, le preguntamos: "¿Qué deseas para tu niña?", es decir, qué podíamos hacer para que su breve vida fuera más feliz, ella nos respondió con una gran sonrisa como diciendo: "Pero, ¿qué pregunta me hacéis? Yo quiero que se cure del todo y que tenga una vida hermosa". En ese momento entendí que esta madre no tenía miedo de estar ante la herida; es más, la dimensión de esta herida era mucho mayor que una consolación o un compromiso. Ella quería todo para su hija. Acompañando a esta madre yo también me dejé herir y su deseo se convirtió en el mío: un deseo de eternidad, de cumplimiento.

El camino para su madre y para mí fue mantener abierto el deseo y esperar que algo sucediera. Una cosa es cierta: este deseo de eternidad y de felicidad era demasiado grande para que yo como médico o su madre, que la amaba muchísimo, pudiéramos responder. En ese momento éramos impotentes ante el Misterio y dejamos espacio para que Él viniera y colmara la desproporción que sólo Él puede colmar. Sabíamos que Rossella viviría poco tiempo, pero no podíamos prever exactamente cuánto: ¿horas, días, semanas? Seguimos su vida sin imponer nada a la realidad y cada día fue la experiencia de un amor cotidiano hacia ella y para ella, la experiencia de sentirse amada hoy. La cuidamos así cada día, hasta que de repente Otro vino a llevársela. La madre, en un gesto de suprema ternura, la entregó por completo; pero no a la muerte, sino a Quien le había dado la vida.

Pero quizá donde he reconocido la conciencia más verdadera de la desproporción de una mujer respecto al deseo del corazón de su hijo es en un pequeño cuadro, bordado a mano y colgado encima de la cuna de un recién nacido destinado a morir al poco tiempo: you are loved. Tú eres amado.

Esta madre no escribió I love you, es decir, te amo, sino "tú eres amado". Ella entendió que, a pesar de todo su amor, no era capaz de salvar la vida de su hijo; entendió el límite de la medicina y el límite de su amor de madre. Pero bordando, día tras día, "tú eres amado", ha afirmado que hay Alguien que salva a su niño, ahora y para siempre.

Esto es verdad para ese niño, para esa madre, para mí médico y para cada uno de nosotros.

Lo que necesitamos es Uno que nos ame con un amor eterno.

Artículo publicado en Il Sussidiario.
Traducción de Helena Faccia Serrano.

 
Comentarios

Otros artículos del autor

5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda