Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

«Sentido y sensibilidad»

Hugh Grant y Emma Thompson en 'Sentido y sensibilidad'.
Un amor gobernado por las cuatro virtudes cardinales: Edward Ferrars (Hugh Grant) y Elinor Dashwood (Emma Thompson) en «Sentido y sensibilidad» de Ang Lee (1995).

por Luke Mary Neitzke, O.P.

Opinión

Suele considerarse a Jane Austen (1775-1817) como una novelista inglesa que escribió simples historias de amor exclusivamente para mujeres. Me parece un prejuicio inconcebible. Tras leer casi todas sus novelas muchísimas veces (mis hermanos dominicos se sorprenden cuando me escuchan que es mi autora favorita), he llegado a comprender que una de las razones por las que me gustan tanto es simplemente porque sus personajes, al menos los protagonistas, siempre son felices. Esos personajes son felices porque son virtuosos, gobernados por la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

Uno de los mejores ejemplos de ello es Elinor Dashwood, de Sentido y sensibilidad.

La primera virtud que demuestra Elinor es la templanza. La templanza consiste en refrenar el apetito de bienes que están más allá de la recta razón. Aunque Elinor no tiene que reprimirse sobre la comida, la bebida o el sexo, que es lo propio de la templanza, sí debe domeñar el deseo de su madre y de su hermana de una casa más allá de lo que la razón dice que pueden pagar. Entiende que un hogar moderado y sencillo es todo lo que están en disposición de afrontar, así que cuando, de forma natural, se trasladan finalmente a una casita de campo y no a una mansión, Elinor es la más feliz.

La siguiente virtud que despliega Elinor es la fortaleza. La fortaleza es la resistencia ante los males que nos apartan de los bienes que buscamos. En este caso, Elinor debe resistir la maldad de Lucy, que está secretamente comprometida con Edward, a quien Elinor ama. Elinor se entera de ese compromiso y sabe que sus esperanzas de felicidad se ven frustradas por él, pero continúa soportando la amistad fingida de Lucy. Lucy, que es muy celosa y sabe que Edward aprecia a Elinor, pone a prueba constantemente a Elinor hablándole del amor entre ella y su prometido. Aguantando esa maldad en vez de delatar a la pareja secretamente comprometida, Elinor consigue alcanzar un cierto grado de felicidad. Esa felicidad es una felicidad del alma, porque ella sabe que ha sido capaz de actuar con perfecta justicia gracias a su fortaleza.

La odiosa Lucy confía a Elinor un secreto que lacera su corazón pero deberá guardar. Una escena de "Sentido y sensibilidad" (1995) de Ang Lee.

La justicia es la voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo suyo. Esta virtud es especial, porque implica necesariamente a otra persona. Aunque Elinor actúa con justicia hacia todos los demás personajes, incluso cuando su propia familia la anima a no hacerlo, su acción más justa es encubrir el compromiso secreto entre Lucy y Edward. Lucy confía a Elinor el secreto del compromiso como forma de evidenciar su triunfo y fingir amistad. Pero, aunque fuese con la intención de destruir las esperanzas de Elinor, Lucy compartió información secreta, y Elinor no tenía derecho a hacerla pública. Si Elinor les hubiese delatado, habría conseguido su objetivo a corto plazo: poner fin al compromiso secreto. Sin embargo, esto no la habría hecho verdaderamente feliz. Lo que atrajo a Edward de Elinor fue su virtud, pero esta virtud habría menguado si Elinor hubiese actuado injustamente.

La madre de Elinor la llama “mi prudente Elinor” porque la prudencia es la virtud que gobierna todas las demás virtudes, y Elinor muestra su prudencia por medio de sus otras virtudes. La prudencia es la recta razón aplicada a la acción, una perfecta definición de todo cuando Elinor hace y dice, lo que al final la conduce a la felicidad.

El romance y el drama en Sentido y sensibilidad (y en sus demás novelas) son para Jane Austen la forma de escribir historias sobre personas virtuosas que, gracias a sus virtudes, logran vivir vidas felices.

Esta vida virtuosa no es solo para un cierto tipo de personas. Al igual que las novelas de Jane Austen, la vida virtuosa es para todos. Aunque la virtud nos prepara para vivir felizmente aquí en la tierra, en última instancia no estamos hechos para la vida de este mundo. La vida virtuosa debe conformarse con nuestro último fin, con nuestra felicidad última. La felicidad que muestran los personajes de las novelas de Jane Austen palidece en comparación con la felicidad que experimentan los santos aquí en la tierra, y no tiene comparación con la felicidad venidera.

Publicado en Dominicana.

El dominico Luke Mary Neitzke, O.P. es químico formado en la Academia Naval y filósofo y teólogo por la Universidad Franciscana de Steubenville. Posteriormente ingresó en la Orden de Predicadores.

Traducción de Carmelo López-Arias.

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