Cómo cedieron los católicos ante el presidente Johnson
El lobby antinatalista trabajaba para conquistar el apoyo católico. Una parte importante de ese esfuerzo lo constituyó una serie de conferencias entre 1963 y 1967 en la Universidad Notre Dame, pagadas por las fundaciones Ford y Rockefeller.
por Russell Shaw
El presidente Lyndon Baines Johnson ya había empleado antes las palabras Great Society [Gran Sociedad], pero el 4 de enero de 1965 juntó las piezas en un paquete legislativo ante el Congreso. Su discurso sobre el estado de la Unión implicaba un notable frenesí de actividad parlamentaria que en un corto periodo de tiempo dio lugar a importantes programas nuevos sobre derechos civiles, sanidad y atención a la pobreza.
En el medio siglo transcurrido desde entonces, la Gran Sociedad y sus derivadas han producido cambios profundos en la sociedad estadounidense. Uno de ellos es un enorme incremento en la planificación del hogar y fuera de él financiada por el gobierno. Cincuenta años después, vale la pena considerar cómo respondieron los líderes de la Iglesia en los comienzos: no como una lección de historia, sino por la luz que pueda arrojar sobre la respuesta de la Iglesia al creciente apoyo federal a cosas como el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Mi principal fuente es un libro titulado Intended Consequences: Birth Control, Abortion, and the Federal Government [Consecuencias intencionadas: control de la natalidad, aborto y gobierno federal], del historiador Donald T. Critchlow. Este volumen, sólidamente documentado y publicado en 1999 por Oxford University Press, contiene información que no está fácilmente disponible de otra forma sobre hechos cruciales de un pasado católico no tan distante.
La presión para un control de la natalidad amparado por el gobierno ya iba creciendo antes de Johnson. Aunque el presidente Dwight Eisenhower había destacado, en frase célebre, que no podía pensar en nada menos apropiado para involucrarse el gobierno que la planificación familiar, hubo conversaciones privadas sobre el asunto durante la administración Kennedy.
Mientras, el lobby antinatalista trabajaba para conquistar el apoyo católico. Una parte importante de ese esfuerzo lo constituyó una serie de conferencias entre 1963 y 1967 en la Universidad Notre Dame, pagadas por las fundaciones Ford y Rockefeller y a la que asistieron personas de las fundaciones, grupos antinatalistas y organizaciones de la Iglesia. Critchlow escribe: "Ambos bandos sabían lo que querían: un fórum progresista para crear una voz de oposición en el seno de la Iglesia católica en asuntos de planificación familiar".
Johnson llegó a la presidencia decidido a que el control de la natalidad se convirtiese en parte importante de su Lucha contra la Pobreza. El Congreso estuvo de acuerdo. Pero Johnson, político astuto, temió la reacción católica si actuaba demasiado deprisa en el frente doméstico, y por tanto impulsó la planificación familiar en el exterior, en la mucho más aireada batalla de la "explosión demográfica". La táctica en casa consistiría en una expansión callada de las prestaciones sociales y los programas de salud.
A dos católicos de su administración, el consejero presidencial Joseph Califano y el director de la Oficina de Oportunidades Económicas, Sargent Shriver, se les encargó la tarea de cultivar a la jerarquía católica, especialmente a la National Catholic Welfare Conference (NCWC), predecesora de la actual conferencia episcopal estadounidense y radicada en Washington.
Un momento clave tuvo lugar a principios de 1966, cuando, por primera vez, el Departamento de Salud, Educación y Bienestar (hoy de Salud y Servicios Humanos) dio directrices a los estados para que financiaran la planificación familiar. La dirección de la NCWC respondió con una declaración protestanto por "las amenazas a la libre elección de los cónyuges". Pero un dirigente de la NCWC aseguró privadamente a Califano que era sólo "el último trompetazo de los obispos americanos más viejos".
La Casa Blanca dedujo entonces que una planificación familiar no coactiva era aceptable para la jerarquía. Al año siguiente se apliaron las coberturas para el control de natalidad, al mismo tiempo que unos cambios en la Seguridad Social autorizaban por primera vez a financiar grupos privados como Planned Parenthood [hoy principal exponente de la industria abortista, NdT], algo que perseguía desde hacía tiempo el lobby antinatalista.
Para el momento en el que Johnson anunció que no se presentaría a la reelección en 1968, la financiación federal de la planificación familiar ya era multimillonaria y crecía con rapidez. Y los obispos, escribe Critchlow, habían aceptado "tácitamente" el control federal de la natalidad, siempre que fuese "no coactivo". Es poco probable que hubiesen podido impedir lo que pasó (pues la opinión pública, incluida la opinión católica, estaba contra ellos), pero tal vez pudieron conseguir algo más. ¿Tenemos ahí una lección que aprender ante el crecimiento del Obamacare abortista?
Russell Shaw es profesor en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma y fue secretario de asuntos públicos de la conferencia episcopal estadounidense.
Artículo publicado originalmente en Aleteia. Traducción de ReL.
En el medio siglo transcurrido desde entonces, la Gran Sociedad y sus derivadas han producido cambios profundos en la sociedad estadounidense. Uno de ellos es un enorme incremento en la planificación del hogar y fuera de él financiada por el gobierno. Cincuenta años después, vale la pena considerar cómo respondieron los líderes de la Iglesia en los comienzos: no como una lección de historia, sino por la luz que pueda arrojar sobre la respuesta de la Iglesia al creciente apoyo federal a cosas como el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Mi principal fuente es un libro titulado Intended Consequences: Birth Control, Abortion, and the Federal Government [Consecuencias intencionadas: control de la natalidad, aborto y gobierno federal], del historiador Donald T. Critchlow. Este volumen, sólidamente documentado y publicado en 1999 por Oxford University Press, contiene información que no está fácilmente disponible de otra forma sobre hechos cruciales de un pasado católico no tan distante.
La presión para un control de la natalidad amparado por el gobierno ya iba creciendo antes de Johnson. Aunque el presidente Dwight Eisenhower había destacado, en frase célebre, que no podía pensar en nada menos apropiado para involucrarse el gobierno que la planificación familiar, hubo conversaciones privadas sobre el asunto durante la administración Kennedy.
Mientras, el lobby antinatalista trabajaba para conquistar el apoyo católico. Una parte importante de ese esfuerzo lo constituyó una serie de conferencias entre 1963 y 1967 en la Universidad Notre Dame, pagadas por las fundaciones Ford y Rockefeller y a la que asistieron personas de las fundaciones, grupos antinatalistas y organizaciones de la Iglesia. Critchlow escribe: "Ambos bandos sabían lo que querían: un fórum progresista para crear una voz de oposición en el seno de la Iglesia católica en asuntos de planificación familiar".
Johnson llegó a la presidencia decidido a que el control de la natalidad se convirtiese en parte importante de su Lucha contra la Pobreza. El Congreso estuvo de acuerdo. Pero Johnson, político astuto, temió la reacción católica si actuaba demasiado deprisa en el frente doméstico, y por tanto impulsó la planificación familiar en el exterior, en la mucho más aireada batalla de la "explosión demográfica". La táctica en casa consistiría en una expansión callada de las prestaciones sociales y los programas de salud.
A dos católicos de su administración, el consejero presidencial Joseph Califano y el director de la Oficina de Oportunidades Económicas, Sargent Shriver, se les encargó la tarea de cultivar a la jerarquía católica, especialmente a la National Catholic Welfare Conference (NCWC), predecesora de la actual conferencia episcopal estadounidense y radicada en Washington.
Un momento clave tuvo lugar a principios de 1966, cuando, por primera vez, el Departamento de Salud, Educación y Bienestar (hoy de Salud y Servicios Humanos) dio directrices a los estados para que financiaran la planificación familiar. La dirección de la NCWC respondió con una declaración protestanto por "las amenazas a la libre elección de los cónyuges". Pero un dirigente de la NCWC aseguró privadamente a Califano que era sólo "el último trompetazo de los obispos americanos más viejos".
La Casa Blanca dedujo entonces que una planificación familiar no coactiva era aceptable para la jerarquía. Al año siguiente se apliaron las coberturas para el control de natalidad, al mismo tiempo que unos cambios en la Seguridad Social autorizaban por primera vez a financiar grupos privados como Planned Parenthood [hoy principal exponente de la industria abortista, NdT], algo que perseguía desde hacía tiempo el lobby antinatalista.
Para el momento en el que Johnson anunció que no se presentaría a la reelección en 1968, la financiación federal de la planificación familiar ya era multimillonaria y crecía con rapidez. Y los obispos, escribe Critchlow, habían aceptado "tácitamente" el control federal de la natalidad, siempre que fuese "no coactivo". Es poco probable que hubiesen podido impedir lo que pasó (pues la opinión pública, incluida la opinión católica, estaba contra ellos), pero tal vez pudieron conseguir algo más. ¿Tenemos ahí una lección que aprender ante el crecimiento del Obamacare abortista?
Russell Shaw es profesor en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma y fue secretario de asuntos públicos de la conferencia episcopal estadounidense.
Artículo publicado originalmente en Aleteia. Traducción de ReL.
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