Miércoles, 06 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Patierno, el milagro que propone de nuevo la Resurrección


La noticia del prodigio se difundió rápidamente y atrajo la atención del obispo de entonces, el gran San Alfonso María de Ligorio, quien certificó, después de una rigurosa investigación, que el milagro era verdadero.

por María Gloria Riva

Opinión

Corría el año 1772 y en la Iglesia de San Pedro Apóstol en Patierno, un municipio en provincia de Nápoles, hubo un robo. Los ladrones se llevaron, entre varias cosas de la iglesia, una píxide que contenía varias hostias consagradas. Las investigaciones realizadas por el párroco y los parroquianos no llevaron a nada.

Aproximadamente un mes después, el 18 de febrero, el joven de dieciocho años Giuseppe Orefice, pasó de madrugada, cuando aún era oscuro, cerca del campo del Duque de Grottelle y un brillo extraño atrajo su atención.

De vuelta en su casa contó el extraño fenómeno a su padre quien, un poco incrédulo, no dio a este hecho ninguna importancia. El día siguiente Giuseppe, esta vez acompañado por su padre y su hermano pequeño, pasó de nuevo junto al campo del Duque. Esta vez los tres vieron brillar en el campo estrellas misteriosas, como si un trozo de cielo hubiera descendido hasta la tierra. Entonces Giuseppe fue corriendo a llamar al párroco el cual, una vez en el lugar indicado en compañía de un hermano sacerdote, encontró bajo la tierra húmeda un buen número de hostias enteras y perfectamente conservadas. Otros sacerdotes ayudaron a buscar en el campo y se encontraron más hostias robadas.

Con una solemne procesión las hostias fueron colocadas en la Iglesia de San Pedro Apóstol, donde aún hoy son conservadas y veneradas.

La noticia del prodigio se difundió rápidamente y atrajo la atención del obispo de entonces, el gran San Alfonso María de Ligorio, quien certificó, después de una rigurosa investigación, que el milagro era verdadero.

El milagro parece proponer de nuevo los acontecimientos de la mañana de la resurrección. Giuseppe sale temprano por la mañana, cuando aún estaba oscuro, como la Magdalena, y ve la luz de Cristo sin reconocerla. Necesita que lleguen otros miembros de la familia y también unos sacerdotes para entender plenamente el misterio del que ha sido objeto. De este modo, los protagonistas del milagro de Patierno son dos referencias de la sociedad humana y cristiana: la familia y el sacerdocio. Es una familia la que “avista” a Jesús; pero más bien podríamos decir con justicia, considerada la precedente e infructuosa búsqueda del párroco, que es Jesús quien se manifiesta a una familia. Pero son los sacerdotes lo que a continuación lo reconocen y lo encuentran.

Además, las hostias enterradas en un campo, debajo de hierba y estiércol, nos recuerdan la voluntad de ultrajar la fe, la Iglesia y su mismo origen, la Eucaristía. Sin embargo, también aquí tenemos la demostración de que la verdad que Cristo ha sembrado en la tierra de nuestra humanidad no puede permanecer oculta. Del mismo modo que estas hostias estaban hechas para la luz y para la gracia y, por consiguiente, contra ellas nada pudieron ni la humedad ni el barro, así el hombre está hecho para la vida y para la eternidad y, por lo tanto, nada pueden las muchas teorías de nuestra cultura de muerte.

Frente a milagros como éste, que contradicen las reglas de la física, nos planteamos lo que un día Jesús preguntó respecto al paralítico: ¿es más fácil decir a estas hostias volved a salid incorruptas del barro en el que habéis estado enterradas o es más fácil decir al hombre: tú no morirás?

Porque sabemos que nuestro destino es la eternidad, Cristo ha diseminado la historia de la iglesia de signos inequívocos de la resurrección.

Nuestro tiempo tiene dificultad en reconocerlos y ya nadie habla de ellos, más bien al contrario: el relicario de las hostias de Patierno, que consiguió pasar indemne por la Revolución Francesa y el Risorgimento (Resurgimiento, proceso histórico que llevó a la unificación de Italia, ndt) y los consiguientes movimientos anti-católicos, no consiguió salvarse del rencor del secularismo actual con su voluntad de borrar cualquier huella del misterio.

En 1978, el relicario con las prodigiosas hostias fue robado y ya no se ha vuelto a encontrar. Un hecho grave, casi premonitorio de la destrucción en acto y que perdura aún hoy. Precisamente porque ha existido, y existe aún, el propósito de borrar dicha memoria, es necesario recordarla. Efectivamente, es necesario seguir creyendo que los prodigios realizados por el Señor en el pasado pueden repetirse también hoy, para llevar al hombre a esa gracia que hace evidente y cierta su gran dignidad de criatura.

Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.


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