Domingo, 28 de abril de 2024

Religión en Libertad

«Se abrieron los cielos»


Nuestra vida se va desarrollando en un continuo abrir diversas clases de puertas, pero sólo una da sentido a todo pequeño paso y desafío que nos encontramos en este mundo: la del Cielo.

por Manuel A. Serra

Opinión

"Cumplamos toda justicia. ¿Y cuál es esta justicia? Son las humillaciones de tu adorable humanidad que, en reverente pleitesía a la santidad infinita, constituye la ofrenda que nos libera de nuestro pecado ante Dios" (C. Marmion, Cristo en sus misterios, 9. Cit. en "Intimidad Divina p. 216).

Nos pasamos la vida abriendo puertas, materiales y simbólicas, y de otra manera no tendría sentido nuestra existencia. En el momento en que Jesús es bautizado se abren los cielos. Me gustaría sintetizar la reflexión sobre el Bautismo del Señor desde este simbolismo y ver sus implicaciones.

Nuestra vida se va desarrollando en un continuo abrir diversas clases de puertas, pero sólo una da sentido a todo pequeño paso y desafío que nos encontramos en este mundo: la del Cielo. Entiendo "Puertas del Cielo" como ese nuevo horizonte, ese sentido de transcendencia que Dios da a lo largo de nuestra existencia, el gesto por el que Él nos alarga Su Brazo poderoso para dar esperanza y eternidad a nuestras acciones, a nuestras fatigas. "Se abrieron los Cielos" y Dios se nos manifiesta, se nos da a conocer: el Padre unge al Hijo y el Espíritu Santo se posa sobre Su cabeza. Primera implicación: Dios quiere contar en nuestra vida, quiere ser el protagonista, porque sólo Él puede abrir nuestra pequeña libertad a una vida más grande, la Vida divina.

Todo esto ha sido realizado a través del misterio de la encarnación. "Cristo", que es el título que da significado a la misión del Hijo, contiene la identidad y el modo en que Dios nos abre a nosotros las puertas del cielo para llevar adelante Su voluntad de darnos Su Vida. Jesús es ungido, enviado a divinizar al hombre y a la creación por Su misterio. ¿Y cómo lo hace?

"Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me complazco".
Lo primero a lo que nos invita Dios Padre es a que miremos a Su Hijo, a Jesús. No leamos de pasada esta expresión porque su objetivo no es retórico. Nosotros sabemos bien a lo que miramos y a lo que queremos mirar. Es la mirada del corazón, que atraído por los afectos, emociones, la bondad y la belleza de las cosas se posa donde quiere, y a veces donde puede. ¡Tenemos que mirar a Jesús! Aprendamos a mirarlo. ¿Cómo se hace? Aprendámoslo... Dejémonos enseñar. Abrámonos a tratar de comprenderlo... Deseemos hacerlo...

"La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará".

En vez de fijarnos y remachar la miseria que nos hunde en el abismo y separa de Dios, la Palabra nos invita a no quebrar el espíritu y la vida del que se siente naufragar, alejarse de Dios, sumirse en la tiniebla del pecado. Todos los que han recibido el carisma del acompañamiento espiritual saben que lo más cómodo es atenerse a unas normas y simplemente "aplicarlas", con más o menos compasión. ¿Es eso lo que hizo Jesús ante los casos difíciles que intentaron presentarle los malvados fariseos? Cuesta entender cómo después de tantos ejemplos de Cristo y tras tantos años sigamos a veces cayendo en la tentación de intentar acercar a Dios a los demás a golpe de Derecho. Por esa "comodidad y un mal entendido celo" muchos han sentido que les hemos apagado la mecha que vacilaba y quebrado la caña que se cascaba. Cristo nos GRITA: "no se hizo el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre". Esto entiéndanlo bien, por favor, aquellos que siguen poniendo, en determinadas circunstancias difíciles, las normas por encima de las personas.

"No gritará, no clamará, no voceará por las calles".

Esto quiere decir al menos dos cosas: que Cristo no nos saldrá al encuentro de un modo "extraordinario", "ruidoso", "famoso", sino en el silencio de aquél espíritu que se mira a sí mismo con humildad.

"Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas".

En estas "simbólicas obras" se describe en qué consiste la misión del Mesías, por tanto, cómo Cristo nos abre a nosotros las puertas del cielo. Jesús abre nuestros ojos, que están ciegos. Como Él ya previó, debemos recordar que TODOS sin excepción somos ciegos, también los que piensan que cumplen las normas y caen en la mala costumbre de señalar las miserias de los demás, extrañándose y escandalizándose, como si la fe fuera un camino sólo para perfectos, peligro del que muy pronto la Iglesia se alejó cuando el Donatismo. Jesús abre nuestros ojos con Su Palabra, con Su Perdón sin límite, con la fuerza de Su Cuerpo, con Su presencia divina en el Sacramento comido y reservado para el diálogo, la contemplación, la amistad, el compartir. ¡Iglesias abiertas! Lo pide el Papa Francisco, lo piden los fieles; además, la nueva evangelización no será sin la Eucaristía, la Confesión y la Oración que requieren que las Iglesias estén abiertas con un horario.

Jesús saca a los cautivos de la cárcel. Aquí hay una clara alusión al pecado. Como Él enseña a través del Evangelio y la Carta de San Juan, el pecado esclaviza. Sólo Su acción poderosa y la acción de Su Espíritu pueden obrar nuestra liberación de tanta atadura provocada por pecados, transmisiones, ligaduras de toda clase. El reino del maligno está muy bien organizado y Satanás sabe cómo y cuándo atacar a cada uno para tenernos a su merced: son los vicios, las malas costumbres, el mal carácter, la falta de caridad y frutos de vida cristiana, el egoísmo, la insolidaridad, la falta de criterio ante la cultura actual. Todo esto nos tiene en "la cárcel", y nos hace habitar en tinieblas. Pero ¡He aquí la Buena Noticia, que Cristo nos dice: ¡Sal de ahí, Yo te libero!

Que María nuestra Madre nos acompañe en este camino. Ella está junto a nosotros y ora por esta intención. Confiémonos a su maternal intercesión para dejarnos conducir y encontrar por Aquél que nos abre los cielos para que tengamos la Vida de su Hijo, la Vida divina.


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