Mantener el derecho al aborto es sostener la corrupción del Estado
Se trata de prolongar la misma ceguera espiritual que llevó a mantener la esclavitud como buena durante siglos.
Parece mentira que cueste tanto derogar la ley actual del aborto que consagra como bien jurídico el “derecho” a destruir una vida inocente en el seno de la madre. Ante el retraso, en la anunciada derogación de esta ley, y la supuesta incertidumbre del partido que sustenta al gobierno de la nación, se ha desatado otra vez toda la maquinaria de propaganda pro-abortista, utilizando, como siempre, casos límite para manipular los sentimientos de las personas y generar confusión.
Analicemos brevemente el engaño de los eslóganes a favor del aborto y, en general, la manipulación del lenguaje que se utiliza. Cuando hablamos del aborto, ¿se trata de una ‘interrupción’ del embarazo? No. El aborto procurado es la eliminación de un ser humano inocente. ¿Se trata de una cuestión de salud reproductiva o sexual? En absoluto. El aborto no cura nada, sólo destruye. ¿Se trata de afirmar el derecho de la madre a decidir? Tampoco. La madre tiene derecho a decidir aquellas cosas –entendemos que buenas– que afectan a su vida personal, pero no tiene derecho a matar a nadie por el hecho de llevarlo en su seno. Pero ¿y si el feto es un agresor –como algunos aseguran con falsedad– contra la salud de la madre? El hijo concebido y no nacido es siempre inocente. Nunca es un agresor y merece acogida y respeto, y más dada su precariedad e indefensión. Nada debe hacerse –ni como fin ni como medio– que atente directamente contra él. Ahora bien, siempre que se cumplan los pertinentes criterios, se podrá intervenir con los tratamientos legítimos que correspondan, para curar a la madre, aunque se produzca –indirectamente y sin pretenderlo–, la muerte del hijo. [Cuando hablamos de ‘los pertinentes criterios’ para intentar la curación de la madre nos referimos a los siguientes: que la acción en sí misma –prescindiendo de sus efectos– sea buena o al menos indiferente; que el fin del agente sea obtener el efecto bueno y se limite a permitir el malo; que el efecto primero e inmediato que se sigue sea el bueno; y que exista una causa proporcionalmente grave para actuar]. En todo caso, nada impide que la madre renuncie a tratamientos legítimos por salvar la vida de su hijo.
Hechas estas aclaraciones vayamos al núcleo de la cuestión. Cuando hablamos de la vida humana concebida ¿hablamos de un ser humano? Por supuesto. Afirmar lo contrario supone prescindir de las evidencias científicas. Entonces ¿cuál es la razón para continuar afirmando el derecho al aborto? A mí modo de ver dos son, al menos, las razones. En primer lugar se trata de prolongar la misma ceguera espiritual que llevó a mantener la esclavitud como buena durante siglos. En segundo lugar se trata de afirmar un concepto de libertad perverso, despótico e insolidario. Mantener el derecho al aborto es sostener la corrupción del Estado. Si se puede matar al inocente indefenso, toda corrupción imaginable es posible y podría ser garantizada como «derecho».
La mujer no debe caer en este engaño. Ella también es víctima del aborto y merece el apoyo y la estima de toda la sociedad. La verdadera ayuda a la madre es sostenerla en su embarazo y ayudarla en la crianza de los hijos. Así pasaríamos de la cultura de la muerte a poner las bases para la civilización del amor.
Analicemos brevemente el engaño de los eslóganes a favor del aborto y, en general, la manipulación del lenguaje que se utiliza. Cuando hablamos del aborto, ¿se trata de una ‘interrupción’ del embarazo? No. El aborto procurado es la eliminación de un ser humano inocente. ¿Se trata de una cuestión de salud reproductiva o sexual? En absoluto. El aborto no cura nada, sólo destruye. ¿Se trata de afirmar el derecho de la madre a decidir? Tampoco. La madre tiene derecho a decidir aquellas cosas –entendemos que buenas– que afectan a su vida personal, pero no tiene derecho a matar a nadie por el hecho de llevarlo en su seno. Pero ¿y si el feto es un agresor –como algunos aseguran con falsedad– contra la salud de la madre? El hijo concebido y no nacido es siempre inocente. Nunca es un agresor y merece acogida y respeto, y más dada su precariedad e indefensión. Nada debe hacerse –ni como fin ni como medio– que atente directamente contra él. Ahora bien, siempre que se cumplan los pertinentes criterios, se podrá intervenir con los tratamientos legítimos que correspondan, para curar a la madre, aunque se produzca –indirectamente y sin pretenderlo–, la muerte del hijo. [Cuando hablamos de ‘los pertinentes criterios’ para intentar la curación de la madre nos referimos a los siguientes: que la acción en sí misma –prescindiendo de sus efectos– sea buena o al menos indiferente; que el fin del agente sea obtener el efecto bueno y se limite a permitir el malo; que el efecto primero e inmediato que se sigue sea el bueno; y que exista una causa proporcionalmente grave para actuar]. En todo caso, nada impide que la madre renuncie a tratamientos legítimos por salvar la vida de su hijo.
Hechas estas aclaraciones vayamos al núcleo de la cuestión. Cuando hablamos de la vida humana concebida ¿hablamos de un ser humano? Por supuesto. Afirmar lo contrario supone prescindir de las evidencias científicas. Entonces ¿cuál es la razón para continuar afirmando el derecho al aborto? A mí modo de ver dos son, al menos, las razones. En primer lugar se trata de prolongar la misma ceguera espiritual que llevó a mantener la esclavitud como buena durante siglos. En segundo lugar se trata de afirmar un concepto de libertad perverso, despótico e insolidario. Mantener el derecho al aborto es sostener la corrupción del Estado. Si se puede matar al inocente indefenso, toda corrupción imaginable es posible y podría ser garantizada como «derecho».
La mujer no debe caer en este engaño. Ella también es víctima del aborto y merece el apoyo y la estima de toda la sociedad. La verdadera ayuda a la madre es sostenerla en su embarazo y ayudarla en la crianza de los hijos. Así pasaríamos de la cultura de la muerte a poner las bases para la civilización del amor.
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