La Iglesia y los totalitarismos
por Pedro Trevijano
El mundo de la política no puede ser indiferente para un creyente, por sus grandes repercusiones en la vida de las personas. Ello es especialmente válido cuando lo que nos amenaza es el totalitarismo, que es el término por el que se conoce a las ideologías, los movimientos y los regímenes políticos, donde la libertad está seriamente restringida y el Estado ejerce todo el poder sin restricciones.
La Revolución rusa de 1917 ocasionó la llegada al poder del comunismo. Sus dirigentes proclamaron por primera vez en la Historia a un país como oficialmente ateo. La religión fue perseguida, especialmente durante las purgas estalinistas, si bien la Segunda Guerra Mundial y la necesidad de una unidad nacional frente al invasor obligó a una mayor tolerancia. Pero el comunismo logró implantarse en otros muchos países para desgracia de ellos, calculándose como consecuencia de sus crímenes en alrededor de cien millones de personas el número de sus víctimas mortales. Además el ser humano ha sido creado libre por Dios y le gusta ser libre, sin olvidar que desde el punto de vista económico esta ideología ha sido un desastre total, que ha ocasionado la ruina y empobrecimiento de naciones enteras.
La crisis económica de los años 20, con la ruina de la clase media y el paro obrero facilitaron la llegada a Italia y Alemania de regímenes totalitarios. En Italia triunfó el fascismo, que logró poner orden en una situación caótica y resolver la cuestión romana, con la firma en 1929 por Mussolini y Pío XI de los Pactos de Letrán, terminándose así el problema de los Estados Pontificios. El pequeño territorio de la Ciudad del Vaticano ha demostrado, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial, ser una solución suficiente y eficaz para salvaguardar la independencia papal. Pero pronto el fascismo dejó también ver su escaso respeto por los derechos humanos, enfrentándose con la Iglesia por su oposición a la Iglesia católica, pero sobre todo realizando una alianza desastrosa y criminal con los nazis.
El nacionalsocialismo alemán es, junto con el comunismo, la ideología y el régimen más sangriento y tiránico de la Historia de la Humanidad. Aunque Hitler empezó firmando un Concordato con la Iglesia, pronto se vio que el nazismo, con su ideología increíblemente racista, despreciaba los derechos humanos. Provocó la Segunda Guerra Mundial, realizó matanzas que sus propios enemigos se resistían a creer y persiguió a la Iglesia, disolviendo las organizaciones apostólicas y encarcelando y matando a numerosos creyentes. Pío XI en 1937 condenó tanto al comunismo ateo como al nazismo. Su sucesor Pío XII mantuvo silencio ante las atrocidades nazis, a fin de no aumentarlas (porque cuando se habló, las represalias fueron terribles), si bien hizo lo posible por paliar sus efectos.
En resumen, todos los estados totalitarios, de izquierdas o de derechas, comunistas o nazifascistas, se caracterizan por su falta de respeto a los derechos humanos y por pisotear a la persona humana. Pese a sus limitaciones y fallos el Estado democrático, que es aquel en el que hay elecciones libres por las que la oposición puede llegar al poder por vías legales y pacíficas, es el que mejor protege y respeta los derechos humanos. El mandamiento cristiano del amor a Dios y al prójimo nos exige respetar los derechos de los demás, entre los que están incluidos los derechos de libertad de expresión, de ideas y de actuación política, y por supuesto también nosotros tenemos derecho a exigir a los particulares y al Estado que se respeten nuestros derechos, que no son concesiones graciosas del Estado, sino que se basan en la dignidad intrínseca del ser humano. Sobre cuáles son estos derechos, hemos de decir que fueron espléndidamente formulados por la ONU en su Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948.
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