Domingo, 28 de abril de 2024

Religión en Libertad

Momento decisivo en Roma


Benedicto XVI ha demostrado sobradamente que posee la entereza necesaria para soportar las situaciones más dolorosas. Es un hombre que respira esperanza y transmite confianza. No cabe imaginarle desmoralizado a causa de cualquier sorpresa, por amarga que ésta fuera

por J.C. García de Polavieja P.

Opinión

Lo que se dirime estos días, con la limpieza iniciada en la cúpula vaticana, puede acabar siendo determinante para la Iglesia. Resulta difícil compartir el deseo – comprensible - de que “se restablezca el clima de normalidad” sin más; porque el asunto parece grave.
Más que grave, decisivo. Interpretar la detención y la destitución de la semana pasada como episodios de un supuesto forcejeo “por el poder” dentro de la Curia, sería fijarse sólo en lo superficial, ignorando su verdadera dimensión: De nada sirve – salvo para quienes están interesados en desgastar la autoridad de la Iglesia Católica – insistir en esa interpretación una y otra vez. ¡Claro que hay un forcejeo! Pero ¿entre qué poderes y por qué…? Esa es la pregunta que requiere respuesta.

Y lo primero que conviene dejar claro, es que, posiblemente, no se entienda lo que ocurre si no se ilumina el escenario desde una altura que supere lo mediático y que contemple la situación en la perspectiva de los intereses más escondidos: Intereses que son, con seguridad, del más alto nivel geopolítico y ligados por tanto a la contienda trascendente que se libra más allá de nuestro alcance: Para ser precisos, fuera del alcance de nuestros sentidos, pero no del de nuestras oraciones.

Pudiera estarse dirimiendo la orientación inmediata de la Iglesia, porque del análisis se desprende, por muy ingrato que resulte avisarlo, la existencia de un engranaje conspirador, empeñado en colocar a uno de sus peones en el lugar que ahora ocupa Benedicto XVI: tal sería el fondo no visible de la cuestión. Este fondo no se quiere admitir por las lumbreras “eclesiásticamente correctas”, porque esa supuesta corrección consiste precisamente en ignorar los episodios de la pasión de la Iglesia – análoga a la de Cristo según el Catecismo de la Iglesia Católica, 671-677 - que, sin embargo, están a la vista y, además, suficientemente detallados en las Sagradas Escrituras.

El engranaje maligno parece haber comenzado a patinar, debido a la resistencia de la Roca de Pedro, y ahora se vería urgido a desencadenar la maniobra definitiva. Pero antes tendría que despejar los obstáculos que se lo impiden, principalmente la presencia del cardenal Bertone en la Secretaría de Estado: La fidelidad al Papa de este prelado ha resultado irreductible. Y parece evidente que algunos medios intentan, además, aprovechando el río revuelto, agitar en su contra antiguas pelusillas curiales.

La impaciencia del aparato sectario puede agudizarse conforme su profeta, hasta ahora tan bien disimulado, arriesga quedar al descubierto con las investigaciones y, sobre todo, ante la decisión redoblada de Benedicto XVI en los últimos meses: Cuando la cátedra de Pedro comienza a emplear un lenguaje militante frente a ese mal “disfrazado con el bien y así destruyendo los fundamentos morales de la sociedad” – en el brindis con los cardenales del 21 de mayo – y su prudencia creciente en las designaciones episcopales refuerza los cimientos de la Iglesia; entonces la conjura teme que cada día que se prolonga, éste Vínculo providencial comprometa el programa de adaptación e incardinación de la Iglesia al “nuevo orden mundial”. De ahí las prisas y las maniobras de intoxicación.

Una falsa Iglesia, una estructura de apostasía que abarca desde las “teologías” deformes hasta las jerarquías contaminadas y las redes desobedientes, está a la espera. Se trata de un fenómeno más amplio de lo que se piensa, y dotado de insospechada capacidad de arrastre debido la explotación que hace del optimismo eclesiástico convencional y “anti-apocalíptico”. Misterio de sumisión apenas disimulada al mundo, a la carne y a su príncipe tenebroso, disfrazado de belleza. Misterio que se agita con impaciencia; porque las verdades que, cada día, recibe la Iglesia verdadera de su valiente Vicario aumentan la resistencia que ella podrá oponer, en su momento, a la mentira programada. Cada mensaje de Benedicto XVI es ahora espada afilada (Ap. 19, 15) de auténtica caridad. Impaciencia pues, casi histérica, de un mal que imaginaba haber encerrado al Papa en un laberinto de traiciones y ve ahora insuficientes sus manejos; insuficientes en la medida en que la Secretaría de Estado reacciona; y en la medida en que Benedicto recibe el fruto de las oraciones de todo el orbe cristiano: oraciones que la Esposa del Espíritu consigue sean transformadas en asistencias providenciales. Una carrera contra el reloj teológico entre la percepción de un anciano bondadoso y la capacidad sectaria de enredo.

Tal podría ser, en síntesis, el argumento real de un drama vaticano que la conciencia católica no consigue entender del todo, aunque tenga sus ojos desconcertados puestos en Roma: Parece una realidad inaccesible para las mayorías; porque las mayorías no han recibido suficiente aviso de los verdaderos signos de los tiempos: Sin recoger el mensaje profético de Zacarías, cuyo capítulo 11 con su secuencia de pastores – pastor cayado Gracia, pastor cayado Vínculo y pastor no-cayado necio – podría convenir a esta Iglesia de hoy; y sin valorar la advertencia de Jesucristo al Pedro anciano (cf. Jn 21, 18) se vuelve difícil prevenir la acechante instalación de ese pastor necio (Za 11, 15) y más difícil aun identificarlo. Pero, aunque la exégesis bíblica aporte luces, y luces de sorprendente claridad, este no es un problema que se pueda resolver, en lo inmediato, con citas proféticas, sino que requiere conocimiento de hechos actuales y probados.

Las investigaciones en curso, por ello, deben suponer un respiro impagable para el Vicario de Cristo, aunque sean igualmente motivo de sufrimiento para él. Incluso subsistiendo el riesgo de que se cierren sin el señalamiento fundamental; lo cual prolongaría una situación muy delicada; peligrosa para la estabilidad a corto plazo del ministerio petrino. El desenlace está en manos de la comisión investigadora, por un lado, y del Propio Benedicto XVI, por otro. La detención del mayordomo Paolo - evidentemente un mero peón, utilizado durante algún tiempo para una maniobra concreta de siembra de confusión - sólo tendría valor si sirve para acceder al auténtico centro de las maquinaciones. Si presta un testimonio sincero, no teledirigido; y si no padece antes ningún “accidente”… Porque es muy probable que la inteligencia directora de las maquinaciones, tan hábilmente oculta, pertenezca a la misma persona destinada a desempeñar el papel más aciago de la historia de la Iglesia. Lo cual hace temer que tal personaje disponga de palancas suficientes para desviar, o sepultar, la investigación; o, en caso contrario, para desencadenar, si se ve en peligro, una crisis eclesiástica de proporciones imprevisibles.

Las convulsiones del IOR – la banca vaticana - parecen estar, desde esta perspectiva, dentro de la misma ceremonia de confusión: Sería muy positivo que Ettore Gotti, su presidente - destituido por motivaciones poco claras - que ha estado asomado durante algún tiempo a lo más opaco de la Iglesia, hiciese públicas sus experiencias; porque, en el peor de los casos, siempre aportarían un elemento de contraste con las tesis corporativas del IOR.

La responsabilidad que ha recaído sobre los hombros del cardenal Herranz y sus compañeros de comisión es pues, literalmente enorme. Cualquier intento de minimizarla estaría directamente ligado a una concepción superficial del problema: No estudian un caso de simple corrupción en la cúpula, sino el expediente de una posible maniobra sucia contra la Sta. Sede: Una maniobra cuyo objetivo último no sería otro que privar a Benedicto XVI de sus apoyos principales: El cardenal Bertone es necesariamente, por su posición, la pieza que cortocircuita cualquier conspiración de altos vuelos. La pieza que impide, hasta la fecha, que los organismos vaticanos operen al margen del control pontificio. Este caso no es pues “un caso más” ni puede tratarse como tal. Es el caso en el que la cristiandad puede estarse jugando el curso de la historia inmediata. Son previsibles, entonces, las mayores, las más sutiles y más temibles presiones para obstruir el camino de la verdad. Son previsibles argumentos llamando a una “conducta lógica y responsable” que, por malicia o, sobre todo, por ingenuidad, arrojase tierra sobre las conclusiones y desviase su foco luminoso.

La verdad es, en este caso, más importante que la propia tranquilidad del Papa. O que las cuestiones de imagen que tanto preocupan a algunos. Porque lo que está en juego no es tanto su tranquilidad, sino su plena libertad de movimientos. El entorno inmediato del Papa merece su confianza, como él mismo ha explicado (30-V-12). Ello debiera suponer que se trata de personas dispuestas a sacrificarse en todo momento por el bien de la Iglesia. Porque la Esposa de Cristo no puede permitirse ahora el menor espacio sometido a sospecha en su cúpula. No debe existir entonces ningún impedimento para efectuar un relevo completo de las personas que lo integran: La Iglesia está llena de sacerdotes de probada fidelidad e idéntica preparación que podrían sustituirles. Pero si ese relevo no fuese aconsejable o no resultase posible, entonces sería oportuno preguntarse las razones de ello, o la naturaleza de los impedimentos.

Benedicto XVI ha demostrado sobradamente que posee la entereza necesaria para soportar las situaciones más dolorosas. Es un hombre que respira esperanza y transmite confianza. No cabe imaginarle desmoralizado a causa de cualquier sorpresa, por amarga que ésta fuera… Sería, en cambio, mucho más dramático, para él y para la Iglesia, que aquella sorpresa se produjese al final de un itinerario de aislamiento y como producto de un engaño sostenido. Las oportunidades que da el Espíritu Santo son siempre providenciales porque a la mirada del Paráclito no se le oculta ningún recodo de la creación ni de la historia.
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