Luces y sombras del 15-M
Mirando a cierta distancia, pienso que el 15-M ha sido una gran oportunidad desperdiciada.
¿Por dónde empiezo? ¿Por lo positivo o por lo negativo?... La verdad es que creo que las luces y las sombras están entremezcladas en el Movimiento 15-M. ¿Estamos ante un claroscuro propio del alba, o ante el claroscuro característico del ocaso?
Mirando a cierta distancia, pienso que el 15-M ha sido una gran oportunidad desperdiciada. Me refiero a que podría haber sido una gran iniciativa para impulsar el principio de subsidiariedad tan necesario: ¡más sociedad y menos estado! Pero, desgraciadamente, uno tiene la impresión de que la dictadura de lo políticamenete correcto ha terminado por engullir al 15-M.
Entre los aspectos positivos, está el servicio prestado como aldabonazo para despertar a una sociedad aletargada. Nuestra cultura dominante había derivado hacia el individualismo, hacia una visión hedonista y placentera de la vida, al mismo tiempo que a una notoria desinhibición social. Recuerdo una frase del fallecido cardenal de París, Mons. Lustiger, quien caracterizaba así la cultura postmoderna: “Los jóvenes acampan fuera de la polis”. Se refería a la tendencia de la juventud a aislarse en las nuevas burbujas virtuales. Es un hecho el que millones de jóvenes viven inmersos en las redes sociales y en sus emisoras musicales favoritas y que caminan por la calle con los cascos puestos, sin ni tan siquiera asomarse a los noticieros…
Ciertamente, el 15-M rompe con la imagen de una juventud aislada y desinhibida. Es una llamada a tomarnos en serio el compromiso social y a fomentar el sentido crítico en nuestra vida. Frente a la tendencia a convertir las redes sociales en una especie de escaparate de vanidades, una especie de “gran hermano” en red, el Movimiento 15-M nos ha recordado que las nuevas comunicaciones tienen sentido solamente en la medida en que se ponen al servicio de contenidos y metas objetivas…
Sin embargo, pienso que las sombras principales del Movimiento 15-M están en la incapacidad de superar el rodillo del pensamiento único. Por poner un ejemplo, basta recordar algunos slogans utilizados: “Menos crucifijos y más trabajo fijo” “Esta plaza no es del Papa”, “Esta mochila la he pagado yo”, etc. Fue muy decepcionante comprobar cómo las consignas laicistas de los medios anticlericales era seguidas a pie juntillas por las asambleas del 15-M. La crítica se convertía en una ‘consigna’ y es notorio que faltó capacidad crítica ante las consignas críticas.
Uno de los problemas del 15-M es que ha nacido más como un movimiento de protesta que de construcción. Por poner un ejemplo, tiene muy poco valor hacer ahora una denuncia global de los recortes sociales, obviando que estamos al borde de la quiebra económica por motivo de los despilfarros anteriores. Ahora bien, hubiese sido muy distinto un movimiento capaz de integrar la indignación con el compromiso personal y social. Por ejemplo: “Reivindicamos el respeto de los todos los derechos sanitarios de los inmigrantes, independientemente de su situación legal; pero a cambio estamos dispuestos a un aumento del copago en la sanidad”. El problema está en que es más fácil gritar contra los abusos, que aportar soluciones. Aunque, ciertamente, algún tipo de grito es necesario para despertarnos de nuestro letargo.
Mirando a cierta distancia, pienso que el 15-M ha sido una gran oportunidad desperdiciada. Me refiero a que podría haber sido una gran iniciativa para impulsar el principio de subsidiariedad tan necesario: ¡más sociedad y menos estado! Pero, desgraciadamente, uno tiene la impresión de que la dictadura de lo políticamenete correcto ha terminado por engullir al 15-M.
Entre los aspectos positivos, está el servicio prestado como aldabonazo para despertar a una sociedad aletargada. Nuestra cultura dominante había derivado hacia el individualismo, hacia una visión hedonista y placentera de la vida, al mismo tiempo que a una notoria desinhibición social. Recuerdo una frase del fallecido cardenal de París, Mons. Lustiger, quien caracterizaba así la cultura postmoderna: “Los jóvenes acampan fuera de la polis”. Se refería a la tendencia de la juventud a aislarse en las nuevas burbujas virtuales. Es un hecho el que millones de jóvenes viven inmersos en las redes sociales y en sus emisoras musicales favoritas y que caminan por la calle con los cascos puestos, sin ni tan siquiera asomarse a los noticieros…
Ciertamente, el 15-M rompe con la imagen de una juventud aislada y desinhibida. Es una llamada a tomarnos en serio el compromiso social y a fomentar el sentido crítico en nuestra vida. Frente a la tendencia a convertir las redes sociales en una especie de escaparate de vanidades, una especie de “gran hermano” en red, el Movimiento 15-M nos ha recordado que las nuevas comunicaciones tienen sentido solamente en la medida en que se ponen al servicio de contenidos y metas objetivas…
Sin embargo, pienso que las sombras principales del Movimiento 15-M están en la incapacidad de superar el rodillo del pensamiento único. Por poner un ejemplo, basta recordar algunos slogans utilizados: “Menos crucifijos y más trabajo fijo” “Esta plaza no es del Papa”, “Esta mochila la he pagado yo”, etc. Fue muy decepcionante comprobar cómo las consignas laicistas de los medios anticlericales era seguidas a pie juntillas por las asambleas del 15-M. La crítica se convertía en una ‘consigna’ y es notorio que faltó capacidad crítica ante las consignas críticas.
Uno de los problemas del 15-M es que ha nacido más como un movimiento de protesta que de construcción. Por poner un ejemplo, tiene muy poco valor hacer ahora una denuncia global de los recortes sociales, obviando que estamos al borde de la quiebra económica por motivo de los despilfarros anteriores. Ahora bien, hubiese sido muy distinto un movimiento capaz de integrar la indignación con el compromiso personal y social. Por ejemplo: “Reivindicamos el respeto de los todos los derechos sanitarios de los inmigrantes, independientemente de su situación legal; pero a cambio estamos dispuestos a un aumento del copago en la sanidad”. El problema está en que es más fácil gritar contra los abusos, que aportar soluciones. Aunque, ciertamente, algún tipo de grito es necesario para despertarnos de nuestro letargo.
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