La primavera de la Iglesia
Las acusaciones constantes de pederastia que el clero católico está sufriendo han colocado a la Iglesia en una situación de descrédito sin parangón en los últimos siglos. Por supuesto, muchas de estas acusaciones son falsas, otras muchas resultan indemostrables o se probarán prescritas. Pero que cientos de religiosos católicos hayan perpetrado repugnantes abusos contra niños y que sus obispos hayan encubierto sus torpes acciones, aparte del desprestigio que inflige a la Iglesia, erosiona terriblemente la fe de los fieles.
Todo esto sería, sin embargo, fácilmente subsanable si las jerarquías eclesiásticas tuvieran coraje suficiente para identificar la causa del mal y emplear los remedios necesarios para combatirlo. Pero ese coraje brilla por su ausencia. La generación que hoy gobierna la Iglesia ha mamado de los pechos estériles del vaticanosegundismo: es una generación que, en su fuero íntimo, sabe que se ha equivocado garrafalmente, pero que nunca lo va a reconocer, porque sería tanto como condenar su biografía. Y el mundo sabe cómo aprovecharse de esta debilidad.
El amoralismo sexual que el mundo promociona entró, cual humito de Satanás, por las rendijas vaticanosegundonas; y, una vez que la Iglesia estaba ahumada, el mundo se ha lanzado a exponerla en la picota pública. Por supuesto, al mundo no le interesa el esclarecimiento de lo ocurrido, mucho menos la purificación de la Iglesia, sino su conversión en una piltrafa trémula que, por evitar el escándalo, se allana ante sus consignas. Exactamente esto es lo que están haciendo las jerarquías eclesiásticas, que no tienen valor para señalar las causas profundas de la pederastia, por temor a desatar las iras del mundo (que, por supuesto, promociona, jalea y financia dichas causas). Así, prisionera de una generación fracasada que no quiere renegar de los errores vaticanosegundones y que no tiene valor para combatir la pederastia en sus causas profundas, la Iglesia se dedica a un postureo inane, poniéndose a rebufo de todas las bazofias sistémicas que promueven los señores del mundo.
En un pasaje del Evangelio (Mt 19, 12), Cristo establece que sólo existe un tipo de «eunucos» que pueden ser dignos sacerdotes. Son los que se hacen eunucos «por el reino de los cielos»; es decir, los hombres que ordenan su castidad a la contemplación, para lo cual es necesario esforzarse en la oración y abandonar el activismo desnortado y el compadreo con el mundo que tanto impulsó el vaticanosegundismo. En cambio, Cristo descarta por completo los otros dos tipos de «eunucos», que el vaticanosegundismo incorporó alegremente al guiso. En el pecado lleva la penitencia; pero las penitencias sólo son provechosas cuando se reniega del pecado. Lo que significa abjurar de aquella ‘primavera de la Iglesia’ que nos ha traído este invierno glacial; pero eso sólo podrá hacerlo una nueva generación que abomine de las delicuescencias vaticanosegundonas. Suponiendo, claro está, que el frío glacial no sea anuncio de una glaciación.
Publicado en ABC.