«Hablarán las piedras...»
La foto está -y está muy bien que esté- en las portadas de todos los periódicos de hoy: una familia escapaba de las bombas, y sus “troley” intactos aparecen junto a los cadáveres de sus dueños, tapados por una manta, en una de las calles de la ciudad ucraniana de Irpin; pero he tenido que ir a periódicos extranjeros, como Il Corriere della Sera, para ver otras dos fotos que nuestros periódicos, quién sabe por qué, no publican: una, de una criatura de dieciocho meses asesinada por las bombas en la ciudad de Mariupol, y otra, la de dos personas que han descolgado de la Cruz a su “Cristo Salvador”, el Cristo de Leoóolis (Lviv), y lo esconden en un búnker para protegerlo de los bombardeos; y no es la primera vez, porque ya ocurrió lo mismo en la Segunda Guerra Mundial. A eso hemos vuelto en esta sociedad del progreso y del bienestar: a la Segunda Guerra Mundial, con imágenes de Cristo escondidas y resguardadas, y criaturas de meses asesinadas en las calles y carreteras salvajemente minadas para que la aterrorizada población civil no pueda escapar.
La imagen del bebé asesinado y la del Cristo Crucificado en un búnker se me antojan, en su clamoroso silencio, una insuperable radiografía de nuestro tiempo y de nuestro mundo, de nuestra Europa, nuestro Occidente y también nuestra España, donde unos chisgarabís titiriteros de la política dicen que lo de Ucrania se arregla no con armas sino con palabras, pero ni en sueños se les ocurre ir a decirle esas palabras al ambicioso y cuerdísimo loco del Kremlin.
La vida, al refugio.
Siempre se ha dicho que la primera víctima de la guerra, de cualquier guerra, de todas las guerras, es la verdad; y en esta guerra que destripa y aniquila Ucrania lo estamos comprobando, por desgracia, una vez más, al ver la verdad escarnecida, ocultada, manipulada, escondida, impedida, censurada, refugiada en un búnker... Palabras y más palabras, torrentes de palabrería barata y vacía, condenas y más condenas, pero ni la ONU manda a sus cascos azules como fuerza de interposición, ni al nuevo Stalin le llevan, para que al menos se le atragante el desayuno, la foto de ese niño de dieciocho meses, cuya vida ha sido segada inútil y canallescamente en Mariopul, la ciudad de María, ni el sátrapa Putin se siente amenazado por nadie, como se sentía, en sus cuevas de troglodita, aquel otro asesino llamado Bin Laden.
“¿Se puede ser más explícito en la condena?”, se preguntan preocupadísimos los buenistas apesebrados de todas las latitudes. ¿Qué tal si en vez de tanta condena y tanta palabra fácil, los más altos representantes de la ONU, de la OTAN, de la CEE, de los Gobiernos, de las Iglesias, se presentaran en Kiev y/o en Moscú? Por cierto, ¿han visto ustedes muchas fotos de ataúdes en las portadas de los periódicos, o los ataúdes, tan molestos siempre, se esconden como cuando el virus del covid mataba a miles de seres humanos cada día? Eso sí, cuentan con minucioso detalle los yates de los millonarios comunistas y las andanzas de una tal Alina, por lo visto amante de Putin, que anda con sus hijos por Suiza tan a buen recaudo como los miles de millones del de la KGB.
Alguien me dirá que este artículo que estoy escribiendo no es otra cosa que palabras y es verdad, sólo que yo lo único que sé usar y lo único que tengo y puedo dar son palabras, y el que da lo que tiene no está obligado a más. Peor, muchísimo peor es callar o hacer el hipócrita paripé, o mirar hacia otro lado, como si lo de Ucrania no fuera conmigo, contigo, con todos ustedes.
Cuenta San Lucas en su Evangelio que, en aquel tiempo, entraba Jesús triunfalmente en Jerusalén y la multitud le aclamaba con ramos y con gritos que molestaban muchísimo a los buenistas de entonces , y cuenta que éstos le decían a Jesús: “Reprende a todos esos que gritan y alborotan tanto”. Y Jesús replicó: “Os digo que si éstos callan, hablarán las piedras”.
Bueno, pues eso…
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