¡Salven a los que van a nacer!
Hace cuarenta años Santa Teresa de Calcuta fue premiada con el Premio Nobel de la Paz por su vida entregada a los más pobres de los pobres. Fue el 17 de octubre de 1979 cuando se anunció que le habían concedido tal título y el 10 de diciembre del mismo año le fue entregado tal premio ante las grandes autoridades de la ONU. Todos estaban expectantes ante su discurso que fue pronunciado con tal soltura evangélica y humana que, bien se puede decir, fue un mensaje profético. Llegó a afirmar: “Tengo una creencia que quiero compartir: el mayor destructor de la paz hoy en día es el llanto de un niño inocente no-nacido. Si una madre puede matar a su propio hijo en su seno, ¿qué peor crimen puede haber que matarse el uno al otro?… Hoy millones de no-nacidos son asesinados y no decimos nada. En los periódicos leemos esto y lo otro, pero nadie habla de los millones de pequeños que han sido concebidos con el mismo amor que tú y que yo, con la vida de Dios. Y no decimos nada, nos callamos… Para mí estas naciones que han legalizado el aborto son las naciones más pobres de todas. Tienen miedo de los más pequeños, tienen miedo de los niños no nacidos. Y el niño tiene que morir, porque no quieren a este hijo -ni uno más-, no lo quieren educar, no le quieren dar de comer, y el niño debe morir. Les suplico en nombre de los más pequeños: salven a los que van a nacer. ¡Reconozcan la presencia de Jesús en ellos!” (Santa Teresa de Calcuta, discurso ante la ONU, 10 de diciembre 1979).
No cabe duda que son frases contundentes y convincentes. puesto que si hay algo que tiene valor auténtico, en la experiencia humana, es el don de la vida. Nada ni nadie puede justificar la gran lacra y la gran atrocidad de segar la vida a un no-nacido. Hay una justificación muy sutil, pero muy perversa, y es la de afirmar que la madre tiene derecho a abortar y esto contradice a la esencia fundamental del instinto materno. El futuro y ya el presente será muy crítico ante tal forma de obrar. “Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de la vida, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su recorrido… Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o modernizaciones. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, nn. 213-214).
Más aún, los que colaboran en el aborto tienen un tormento tal en su conciencia que sólo un Amor superior lo puede calmar: la Misericordia de Dios. “La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretarlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia” (San Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 99). Si alguien habla con franqueza y seguridad en lo que concierne al ser humano, la Iglesia ocupa el mejor puesto de honor. El tiempo y la eternidad darán su razón y merecido.
Publicado en Iglesia navarra.
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