Lunes, 14 de octubre de 2024

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El río de San José

El río de San José

por Sólo Dios basta

El martes víspera del miércoles de San José de la novena al Santo Patriarca la liturgia nos muestra la grandeza de un río que no se puede cruzar, que nos hace mirar al Este, a Levante, a Oriente. Si leemos la visión de Ezequiel (Ezequiel 47,1-9.12) con detalle y nos unimos a San José, podemos vivir algo muy especial, la grandeza de la Eucaristía en todo su ser. A esto hemos de sumar el evangelio del día (Juan 5,1-3.5-16), la curación del paralítico en la Puerta de las Ovejas. Ni en un texto ni en otro aparece San José, pero si vivimos a fondo su novena en estos días seremos capaces de encontrarnos con él y ver cómo nos cuida y lleva siempre hacia su Hijo.

Ese río que tanta vida da según discurre hacia Levante podemos entenderlo como el río de vida espiritual que es la celebración de la Eucaristía que nos hace mirar hacia Oriente. Cuando celebramos el santo sacrificio del altar rememorando la entrega de Cristo en la Cruz nos imbuimos en un misterio que nos desborda. Al principio nos mojamos los pies. Al querer profundizar nos metemos hasta las rodillas y como nada nos puede parar, llegamos a dejarnos casi arrastrar cuando el agua nos llega a la cintura. Si seguimos no podemos caminar, hay que lanzarse del todo y atravesar el río a nado. Hasta aquí no aparece San José, pero sí su Hijo si constatamos cómo cambia nuestra existencia según avanzamos en nuestra vida espiritual al vivir a fondo la santa misa. Cada vez nos empapa más el agua de gracia y al final todo nuestro cuerpo y nuestro ser cruza a nado este río tan especial del que ya no quieres alejarte. Además empiezan a verse los innumerables árboles que nacen a su vera en los que encontramos frutos que nos alimentan y hojas que nos curan de tantas enfermedades.

¡Esto es la eucaristía! ¡Un río de vida! ¡Una fuente de gracia! ¡La esencia de la vida cristiana! ¡Sin agua no podemos vivir! ¡Sin ríos no hay valles ni montañas para acercarnos a Dios! ¡Sin Eucaristía la Iglesia muere! ¿Somos conscientes de lo que supone la Eucaristía en nuestras vidas? ¿Llegamos hasta el final, a dejarnos llevar por el agua que nos arrastra hasta el Corazón vivo de Cristo? ¿Vemos que San José está escondido mientras trabaja callado en su taller?

Si respondemos con un sí a estas preguntas sólo nos queda poner la mirada en el año 2021, año de San José, año especial de gracia donde los haya y donde un río de vida singular empezó a brotar en las montañas de Asturias. El verano de 2021 comienza la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad a Covadonga. Unos pocos cientos de peregrinos, la mayoría jóvenes, se ponían en camino desde Oviedo para llegar a los pies de la Santina, a Covadonga. Les unía un mismo ideal, sueño y enseña: poder vivir, celebrar y unirse a Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz al mirar a Oriente. Sí, celebrar la santa misa como tantas generaciones y generaciones han honrado siempre a San José, mirando a Oriente al celebrar la Eucaristía de este modo. ¡Cristo es el centro! ¡Y Cristo subió a la Cruz en Oriente! ¡Y la fuente que manó de su costado y quedó abierta para nuestra salvación hay que buscarla en Oriente! Esta peregrinación se ha repetido cada año y cada vez con más jóvenes que quieren vivir el misterio de la Eucaristía mirando a Oriente y cruzar a nado este río de gracia. El verano pasado llegamos a más de 1000. ¿Y este verano?

Ahora, en la novena de San José, es cuando tenemos que seguir mirando a Levante y dar las gracias a San José porque sin duda fue él, quien, desde su silencio, prepara todo esto y lo deja en manos de su Esposa, María, la Virgen de Covadonga. Él se esconde, calla, trabaja y disfruta al ver como sus hijos comienzan a amar más a su Hijo al vivir la Eucaristía de un modo tan especial mientras peregrinan con María camino de su casa en la montaña asturiana de Covadonga.

Pero no sólo tenemos que dar las gracias a San José en su novena por habernos hecho ese gran regalo de descubrir el río de vida que no podemos vadear, sino que además ahora, en este tiempo de cuaresma, quiere que estemos con él, que recorramos nuestra vida de su mano, como buenos hijos, como Jesús siendo niño, adolescente y joven, y pasan juntos por la Puerta de la Ovejas de Jerusalén. Ven a los enfermos y les ayudan en lo que pueden. ¿Dónde y con quién aprende Jesús a acercarse a los pobres, enfermos, marginados y todos aquellos que necesitan la presencia viva de Dios en sus corazones si no es de la mano de nuestro padre San José? Cuántas veces Jesús pasearía por Jerusalén con San José y María por una puerta y otra y conocería la ciudad gracias a sus padres. Eso no lo olvida nunca, se queda en su corazón para siempre. Por eso, cuando su padre San José ya ha muerto y pasa otra vez por la Puerta de las Ovejas se acuerda de esa primera vez que atraviesa dicha Puerta en compañía de su padre y ve la escena de los enfermos que esperan ser curados. Ha llegado la hora, no se calla y cura a un paralítico que llevaba 38 años esperando el momento. Dios tiene los tiempos dispuestos, hay que esperar que llegue la hora. Ahí está la clave. No podemos adelantarnos a la hora de Jesús. Jesús primero conoce Jerusalén, luego la recorre a solas y al final obra como lo que es, como Dios hecho carne que ha aprendido todo de María y San José.

¡Aquí tenemos la grandeza de ese río de vida de la Eucaristía! San José nos ha hecho el gran regalo de la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad para que llevemos a la piscina de la Puerta de la Ovejas a tantos ciegos, paralíticos y cojos como encontremos en nuestro camino. Esa piscina es la Cueva Santa de Covadonga, donde la Esposa de San José nos espera este año para caminar con Ella por montes y riberas, acercar a otros a esta fuente viva y darnos cuenta de todo lo que es capaz de hacer un padre como San José, que sin decir nada nos muestra lo que más quiere, su Hijo, que sigue vivo en la santa misa, en el río de San José.

 

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