Jiménez, Aído y las meretrices
Vaya reentré. Llevo semanas sin escribir en el blog –entre otros motivos, por haber disfrutado de una maravillosa luna de miel, conforme a la maravillosa mujer con la que Dios me ha desposado– y me reincorporo el mismo día en que Aído y Jiménez vuelven a salir a la palestra. Una, por llamar criaturas a los bebés. Otra, por decir que habría que retirar los anuncios de prostitución en los periódicos. Ambas, por ser más descaradas que las meretrices de Montera a la hora de mostrar sus impudicias.
Trinidad Jiménez, esa mujer que los ciudadanos no quisimos por alcaldesa y la tenemos por ministra, se ha sumado a la campaña de La Razón para retirar los anuncios de prostitución de la Prensa. Aído hizo lo mismo, por cierto. Hasta ahí, estoy de acuerdo con ambas.
Pero es que la titular de Sanidad dice estar en contra “porque hay que evitar la promoción social de la prostitución”. No porque haya que combatirla, ojo, sino porque no se debe de publicitar. Un ejemplo paradigmático de la hipocresía con que la izquierda ha empapado nuestra cultura, hasta hacerla decadente. Los vicios que infaman a la persona, o se legalizan, o se esconden. Pero, por favor, que nadie diga que deben de ser erradicados; que nadie los señale como contrarios a la virtud; que nadie se atreva a calificar algo como “bueno o malo”, no vaya a ser que el relativismo que han construido durante décadas encuentre una vía de agua. No vaya a ser, en suma, que se eliminen los rincones en los que hombres y mujeres pueden perder su dignidad para lamerse después las heridas escupiendo contra quienes proponen una vida recta.
¿Prostitución? Que la legalicen o que la oculten, pero que no la hagan desaparecer… ¿Prostitutas? Que las llamen putas o trabajadoras del sexo, pero que nadie nos recuerde que son mujeres llamadas a una vida más plena que pasarse el día entre condones, babosos y camas de segunda mano.
A Dios gracias, hay gente que sí lucha de verdad contra la costra purulenta de la prostitución. La mayoría, por cierto, desde ámbitos eclesiales.
Y en estas llega Aído para revestir de política la impudicia intelectual de Jiménez.
Eso sí, aunque a Aído lo de criatura le sonará a película de terror, se hace un flaco favor: si hay una criatura es que hay un creador (o Creador), y lo creado no es parte del creador, sino algo diferente a él, algo distinto. A la sazón, una vida humana distinta. Lo ridículo de su iniciativa puede llegar, incluso, a volverse contra ella. Y espero, y rezo, para que así sea.
José Antonio Méndez