Viernes, 17 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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Un réquiem alemán III

por Alfonso G. Nuño


No somos ángeles, por eso lloramos. Los diablos sufren eternamente, pero no lloran; los ángeles gozan eternamente y tampoco lloran. Las lágrimas son propias de la corporalidad y nosotros somos también cuerpo. Aunque no siempre es así, llorar es una vertiente somática de algunos sentimientos.

Los hombres inteligimos no solamente que somos y qué somos, sino  que también nos sentimos realmente respecto a un fin. Los ángeles son respecto a un fin, pero no lo son corporalmente; por eso, no tienen propiamente sentimientos. Y los animales tampoco, aunque sientan dolor o placer, porque aunque sienten, no se sienten realmente.

Si nos sentimos en cercanía a un fin,  entonces nuestro sentimiento se tiñe de esperanza. El gozo nos inunda cuando lo tenemos. El temor aparece cuando vemos amenazada su consecución o posesión. Y el sufrimiento al quedar destruido ese fin o vernos separados de él. Los sentimientos nos hablan del sentido de nuestra vida, de cómo nos estemos definiendo en orden a un fin.

El sentimiento depende, por tanto, del fin. Hay fines auténticos y falsos; hay un único sentido último y cada situación presenta el suyo en función de ése. Hay un fin último que me llama, y atrae hacia sí, Dios, y al que puedo volver la espalda eligiendo otro; pero esa vocación última, por mucho que la rechace, estará siempre ahí.

La divinización del hombre es el único  fin  último auténtico y, por ello, el único cuya consecución conlleva felicidad plena. Puedo volverme a Dios, convertirme, y caminar hacia Él, pero, durante cierto tiempo, la inercia de otros afectos hará que mis sentimientos lleven ganga junto al buen metal. Y puedo rechazarlo, pero su atracción estará siempre ahí de fondo como insatisfecha y pendiente de realización, mientras que la consecución de los otros fines será siempre parcial.

Por eso, porque lo decisivo es el fin en el sentimiento, el hombre puede sentir dolor y no sufrir e incluso ser feliz en los dolores; sentir placer y no gozar, hasta ser profundamente infeliz. Hay lágrimas de sufrimiento, otras de gozo; pero no todas portan la dicha del consuelo eterno, ello dependerá del fin en función del cual lo sean.
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