Fue canonizado hace 22 días por el Papa Francisco
San Carlos de Foucauld y sus clarisas de Nazaret
El 1 de diciembre de 1916, Carlos de Foucauld fue asesinado por una banda de forajidos en la puerta de su ermita en el Sahara argelino. Pronto se estableció una verdadera devoción en torno a su figura: nuevas congregaciones religiosas, familias espirituales y una renovación del Erce iris o y de la «espiritualidad del desierto» en pleno siglo XX se inspiraron en sus escritos y en su vida. El 13 de noviembre de 2005 fue proclamado beato durante el pontificado de Benedicto XVI y el 15 de mayo de 2002 fue canonizado por el Papa Francisco.
La Madre MARIA FELIPA RUIZ ORTEGA, osc Abadesa del Convento de las Clarisas de Nazaret recuerda cómo las Clarisas acogieron a san Carlos para ayudarlo. La Madre Michelle, en ese momento abadesa del Monasterio, le ofreció un pequeño lugar donde construyó una “casa”, una pequeña choza y donde se reunía en oración en busca de la verdad. A la entrada del convento, la abadesa muestra el pequeño museo con algunos objetos pertenecientes al santo: el crucifijo regalado por la Madre Abadesa, un icono realizado por él y restos de su cabaña. Un hombre de esencialidad pero también un ejemplo de fraternidad Universal.
Vida en Nazaret (1897-1900)
Carlos de Foucauld salió de Roma después de recibir la aprobación del Padre Huvelin, a quien obedecía como si se tratara de un superior. Partió hacia Tierra Santa donde llegó el 24 de febrero de 1897. Comenzó una peregrinación vestido como un campesino palestino. Llegó a Nazaret el 10 de marzo de 1897 y se presentó en el Monasterio de Santa Clara de Nazaret, donde pidió trabajar como jardinero y así pagar un pedazo de pan y el cobijo en una cabaña. Reparaba los muros de la cerca, realizaba las diligencias para las religiosas y dibujaba imágenes piadosas, en tanto que reservaba tiempos específicos para la oración. Las Hermanas pobres de Santa Clara se inquietaban por su régimen alimenticio y le proporcionaban higos y almendras, que él en secreto distribuía a los niños. Llegó a escribir más de tres mil páginas en tres años.
“Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio sobre los tejados. Toda nuestra persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar que pertenecemos a Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica”
Escritos espirituales, p. 396. Nazaret, 1898