El amor de Dios nos hace hijos, hermanos
Vivir como hijos o como esclavos
Este fin de semana en Alpedrete (Sierra de Guadarrama, Madrid) he tenido un reencuentro, con vivencias muy intensas de hace más de treinta años, de un lugar (“Centro Fragua de renovación claretiana”, en Los Negrales) y de una persona (P. Gonzalo), muy queridos ambos, en un ambiente fraterno, familiar y cordial de varias personas más. Pero, sobre todo, han sido unos momentos para cargar bien las pilas de cara al reencuentro con mi realidad cotidiana, para vivir mejor mi identidad y sentido cristiano de la vida.
En aquel septiembre de 1983 cuando llegué al Noviciado (hoy "Centro Fragua") estaban jugando un partido de fútbol, y allí empezaba para mi otro "partido" o encuentro, el del proceso de discernimiento de la vocación misionera claretiana, junto a otros diez novicios primero y luego desde 1984 seminaristas con los que compartí formación, oración y vida propia de jóvenes de unos veinte años. Yo iba "movido" o fascinado por san Francisco de Asís y santa Teresa de Jesús, al encuentro del estilo de Claret.
El tiempo no ha pasado en balde, y sólo algunos pocos de mis compañeros de esa época han permanecido en la Congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María o Misioneros Claretianos. Algunas veces he echado de menos el contacto con ellos, sin embargo, a través de las redes sociales he podido recuperar sólo en parte la comunicación con los que supuestamente están actualmente llenos de más actividad (es curioso), sobre todo de profesores, más que de compañeros, y de estos más de otros cursos o promociones previas, incluso algún obispo entre ellos.
Me sorprende la sucesión de vivencias y de personas que considero casi de ayer según la perspectiva divina y eterna, y de la diferente huella de esa historia que el tiempo ha dejado en mi memoria, de momentos, lugares y personas bien concretas. También este fin de semana ha sido un continuo derroche de gracia en forma de palabra y ayuda compartida.
Me veo en el espejo (real, físico) de ese lugar donde me dije a mí mismo un desconsolado y lacrimoso “te has quedado sin padre” un 12 de junio de 1984, luego de habérmelo contado mi formador por primera vez una mañana bien triste, y luego, casi corriendo, en coche me llevó él mismo rezando el Rosario los dos, a casa de mis padres en Madrid. En ese mismo espejo me he visto este fin de semana y casi no me reconozco. ¿Será porque no somos capaces de contemplar nuestro auténtico rostro por muchas fotos o espejos que tengamos delante? En este fin de semana ese rostro y sentimiento de hijo de Dios, y acerca de mi padre en la tierra (ya espero que en el Cielo), pedían ser renovados y aprender a recordar más precisamente para vivir mejor. Mi yo más profundo sólo Dios lo conoce, por ser más íntimo que mi propia intimidad, como dice san Agustín. A eso hemos ido todos, en el fondo, a buscar Su Rostro en el nuestro y en el de los demás, el de los hijos en el Hijo.
Sin embargo, por algunos parece no haber pasado casi el tiempo, como me ha sucedido en esta ocasión la persona del que fuera mi formador en el Seminario Claretiano, P. Gonzalo. Su capacidad de trabajo y disfrute al mismo tiempo es algo que siempre me ha maravillado. Como nos dijo en una ocasión a los seminaristas, él descansaba cambiando de actividad. Pocas personas conozco tan activas como él, y tan contemplativos en la acción. Como el fundador de su Congregación, el P. Claret, que dormía unas escasas tres horas, según tengo entendido, consumido por la urgencia de la Caridad de Cristo.
En ese centro de Alpedrete, en plena sierra de Guadarrama, con mucho frío y hasta aguanieve en el exterior, lo que no impedía el gran calor y sed de búsqueda de Dios en nuestro corazón, nos convocó el P. Gonzalo con la excusa de su artículo número 1000 en el blog “El rincón de Gundisalvus” que todos nosotros seguimos. Así, sus followers de blog, con él, como los discípulos con Jesús, nos tomamos un descanso, para reflexionar, dialogar de forma abierta y sincera, orar, celebrar y si acaso comprometernos, pero siempre como una propuesta a nuestra feliz libertad de hijos de Dios.
Esa desvirtualización tenía el objetivo de la acogida y aprender a vivir, renovar, nuestra fraternidad en Cristo. Era nuestra respuesta a su solicitud de ir y ver. Y así crecer en la comunión a través de una comunicación profunda desde nuestra heterogeneidad y diversidad, que nos ha llegado a enriquecer a todos. Todo ello, vivido en unos momentos de charla, grupo, celebración y algo de silencio, articulado en tres meditaciones en las que nada se daba por supuesto o sabido de sobra, sino en apertura de mente y corazón:
1) Una pregunta: ¿qué nos está pasando? En lo referido a la espiritualidad, entendida ésta como la vivencia de todas las dimensiones de la vida humana desde y con el Espíritu de Jesús.
2) La segunda meditación, sobre la expresión proferida por Dios Padre en la escena del Bautismo de Jesús: “Tú eres mi hijo amado”. Aquí se trataba de abordar el crecimiento espiritual en forma de núcleos concéntricos de dentro afuera (yo soy, yo siento, yo creo y yo hago), con toda dignidad, libertad, paz y alegría, para poder crecer en comunión, comunicarnos mejor y más profundamente, y tratando los sentimientos adecuadamente (desde su percepción, evaluación y comunicación).
3) Por último, la tercera reflexión fue sobre nuestra verdadera necesidad: amar, transversal y central en todas las religiones, pero desde una posición muy realista y práctica desde la espiritualidad cristiana, distinguiendo lo que da la verdadera dirección y significado de la vida, sin evasiones ni identidades falsas. Siendo conscientes también que amar es un poco como respirar: recibiendo, reteniendo y dando. Viendo que a distintos tramos de edad: adulto joven, adulto maduro y anciano se dan distintas llamadas en diálogo con tentaciones y dándonos cuenta del fruto maduro de esa confrontación si sabemos resolverlo bien.
Retomando el título del retiro “Aprender a vivir como hijos” fuimos conscientes que hemos de vivir nuestra fe en un contexto de minoría porque es así la realidad actual, pero en confianza y esperanza, siendo sal y luz del mundo. Así, pudimos objetivar o ampliar la perspectiva de algunos momentos más intensos (ups) que nos pueden llevar a cierta euforia, y algunos bajones (downs) que nos podrían llevar a una cierta desesperanza.
La Liturgia de las Horas y la Palabra de Dios, en general, nos hacían vivir en primera persona aquellas expresiones, y sentimientos, que nos llevan a empatizar con todos los que puedan atravesar estos tipos distintos de situaciones.
También durante la celebración eucarística el ofrecimiento de Cristo y la comunión nos hacían participar (de modo admirable para otras religiones) más intensamente de las mismas lecturas en todo el mundo, todos los días, y por tanto a todas horas, con lo que la comunión en una oración y santificación continua, a través de los sacramentos, se verificaba y verifica cada día. Y esto para sentirnos más Cuerpo de Cristo en todo el mundo, aunque en la modalidad de una minoría quizá más convencida o vivencial que en otras épocas, que pudiera ser más formalista o pietista, viviendo a Jesucristo como un recuerdo y no como un acontecimiento presente y central que transforma la vida.
Por último no quiero dejar pasar la importancia, en cuanto a la animación de estas vivencias, de algunas canciones del grupo “Brotes de Olivo” (que me trajo recuerdos vivos de mi época de novicio y seminarista claretiano) con uno de sus miembros entre nosotros, otras dos de Salomé Arricibita -que no conocía y me sorprendió gratamente- (¿Qué quieres de mí? y Díme cómo ser pan ) y la película Converso, que pienso fueron ocasiones de fiesta, descanso y reflexión complementaria para todos los veinte seguidores del blog del P. Gonzalo.