Via Crucis en Papúa Nueva Guinea
Lo más sorprendente este año fue la cantidad de jóvenes: unas 5 mil personas. Igual, no soy bueno para calcular, así que viendo las fotos ustedes podrán ver si acerté en el número. De todos modos les aseguro que las fotos no reflejan bien la cantidad de gente que había, ya que en algunos momentos aproveché a caminar en el medio de la fila, y el inicio y el final de la procesión se me perdían en el horizonte. Y una vez más, la pregunta: ¿por qué tanta gente? ¿De dónde salieron? ¿Qué vinieron a ver? Creo conocer bastante a esta gente, y puedo asegurar que nadie, absolutamente nadie convoca tanta gente como este tipo de actividades religiosas. Y estoy también convencido que ninguno de los que participaron del Via Crucis estarían dispuestos a caminar durante cuatro horas para ver a alguna gran personalidad o estrella de cine. Es más, no sólo eran jóvenes, sino incluso muchos niños, adultos y hasta ancianos. Incluso participó gente enferma. Y aquí en Papúa, encima, se camina descalzo... Entonces hacemos una vez más la pregunta: ¿por qué unas 5 mil personas decidieron caminar descalzos durante cuatro horas, aún estando enfermos muchos de ellos? Porque sabían que con ese sacrificio estaban “devolviendo” (perdón por la poca precisión teológica...) un poco del sacrificio que Otro había hecho por ellos hace casi dos mil años. Y saben que lo que ellos puedan hacer, siempre será poco para devolver tamaño favor hecho en el Gólgota, pero saben que al menos es algo. Algo parecido a lo que sucedió hace unos dos mil años, cuando delante de más de cinco mil personas hambrientas, un joven se acercó al apóstol Andrés para entregarle los pocos panes y peces que tenía, como diciendo: “No puedo darle de comer a tantas miles de personas. Puedo dar muy poco, pero te doy todo lo que tengo. Al menos es algo, no? Después pedile a Jesús que con esto poco que yo doy, se las arregle...”. Y Nuestro Señor se las arregló. Y bien. Demasiado bien. Incluso, sobró. Personalmente creo que hay algo de esto. Se trata de decirle a Jesús: “No puedo morir crucificado y derramar mi sangre por vos como vos hiciste por mí. Pero al menos puedo caminar durante cuatro horas descalzo abajo del sol y ofrecerte eso. Tal vez no sea mucho, pero es todo lo que tengo para darte. Y espero que con esto hagas también ahora algo grande”. En definitiva, de eso se trata. No estamos en condiciones de devolver el favor que hemos recibido gracias a la muerte de Cristo, pero sí estamos en condiciones -y todos, sin excepción- de devolver al menos un poco, en la medida de nuestras posibilidades. Y ese poco, que tal vez nos parezca demasiado poco, puede hacer grandes cosas en las manos de Jesús. Al menos así pasó una vez, con un joven que le entregó casi nada y gracias a él más de 5 mil personas comieron hasta saciarse. Y si pasó una vez, ¿por qué no puede volver a pasar? P.
Tomás Ravaioli, IVE
Institute of the Incarnate Word