Lunes, 09 de diciembre de 2024

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Misión en Vladivostok

por Mientras el mundo gira

La Unión Soviética colapsó en 1991, lo que supuso la legalización de la Iglesia católica en lo que había sido el reino del, en palabras de Pío XI, comunismo ateo. Un año después, en 1992, mientras nosotros vivíamos los fastos de las Olimpiadas y la Expo, dos norteamericanos originarios del Midwest, los padres Myron Effing y Daniel Maurer sintieron la llamada a evangelizar y servir al pueblo ruso. El obispo les envió a Vladivostok, una ciudad de 600.000 habitantes en la costa rusa del Pacifico, donde fundaron hace ahora 20 años la Sociedad misionera de los Canónigos Regulares de Jesus nuestro Señor y de Maria Madre de Dios.

El entorno que encontraron era tremendo y está muy marcado por la devastación secularizadora que ha sido el legado de casi ocho décadas de comunismo. Empezando por los 7.000 católicos de la región que fueron martirizados por el comunismo por causa de su fe.

Aunque un 40% de los rusos están bautizados, menos del 1% frecuentan una iglesia. Vladivostok es además una ciudad marcada por la pobreza, la prostitución y el crimen. En una entrevista concedida a Catholic World Report, el Padre Myron explica que "aquí la cultura refleja la quiebra de la familia". Los problemas de alcoholismo, el aborto y el abandono de niños son algo frecuente. "Rusia sufre de una falta de niños", continúa el misionero, "muchos ancianos tienen que trabajar porque no tienen hijos que cuiden de ellos. Estamos en la situación de cualquiera que no tiene niños. Siempre le digo a la gente: "tened hijos, son vuestro futuro. El Estado está quebrado, no os podrá ayudar"". De hecho, la duración media de un matrimonio en Rusia es hoy de cuatro años y la mayoría de niños crecen en hogares sin padre. Éste es el legado real del comunismo, una realidad de la que se habla poco y que deberíamos conocer mejor.

Y sin embargo estos dos misioneros han ido superando adversidades y han visto como la Iglesia crecía, también en ese contexto. De hecho, a partir de Vladivostok han fundado 14 parroquias en su diócesis (que es más grande que todo Estados Unidos), un orfanato y un asilo para ancianos, un grupo para boy scouts y se han hecho famosos por los conciertos de música clásica que organizan como modo de atraer gente de nuevo a la iglesia. Además, su congregación ha conseguido cuatro nuevas vocaciones, a las que se añaden una comunidad de monjas, las Hermanas en Jesus nuestro Señor, que apoyan el trabajo de los canónigos. Esta comunidad está compuesta por tres monjas y dos novicias y tienen a su cargo un centro pro-vida y pro-familia para mujeres, además de trabajar especialmente con los niños necesitados.

Así pues, incluso en el páramo postcomunista y a pesar de que, una vez más en palabras del Padre Myron, "los comunistas enseñaron a la gente a odiar", la fe florece allí donde uno menos se lo espera. Quienes quieran saber más acerca de esta “aventura” pueden visitar la web de la Misión en Vladivostok.

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